La forma y ceremonias con que se recibe la Rosa que envían los Pontífices a las Personas Reales.

El Papa Gregorio XIV, el año 1591, envió la Rosa a la Señora Infanta Doña Catalina por mano de Monseñor Darío, su Secretario y Nuncio en la Corte

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La Rosa tiene su principio de que Su Santidad en Roma, el Domingo IV de Cuaresma, que comienza la Misa "Laetare Hierusalem", va a la Iglesia de San Pedro, y en una capilla que llaman Sacristía Pontificia, con todos los Cardenales vestidos de color rosado, revestidos dos Asistentes Mayores, el uno tiene la Rosa en la mano, otro el ceremonial de la función, donde Su Santidad lee cuatro oraciones, bendiciendo aquella Rosa, que es de plata labrada, con esmaltes rosados de diferentes colores, echándola agua bendita, pidiendo a Dios que por intercesión de San Pedro y San Pablo sea servido que donde quiera que llegare y estuviere aquella Rosa haya paz, tranquilidad, pureza y limpieza de alma; y acabadas las oraciones, la toma el Pontífice en la mano y la lleva al Altar mayor en forma de procesión, con los dos Asistentes y Cardenales, y se dice la Misa, y la manda guardar en su recámara, y la presta en ocasiones de boda, o de tomar hábito de religión alguna Infanta, o persona Real Soberana Católica; la cual si tiene Nuncio se la remite, y si no envía particular Legado, con un Breve lleno de favores, en que dice: que en señal de mujer santa y de la pureza e integridad, la señala con aquella Rosa y favor pontificio.

El Papa Gregorio XIV, el año 1591, envió la Rosa a la Señora Infanta Doña Catalina por mano de Monseñor Darío, su Secretario y Nuncio en la Corte, y el estoque y capelo al Rey Nuestro Señor Don Felipe III, siendo Príncipe; y habiendo dado el estoque al Príncipe Nuestro Señor en San Lorenzo el Real, día de San Bartolomé, 24 de Agosto del dicho año, por la mañana en la Misa, como aparece de la función del estoque, donde está al pormenor la relación de cómo se ejecutó, aquella tarde entregó la Rosa a la Señora Infanta, con las ceremonias y en la forma que se sigue:

A la hora que habían de comenzar las vísperas salió el Nuncio de la hospedería de los frailes, donde estaba aposentado, a la plaza del pórtico, y entró por él acompañado de los Mayordomos de SS. A A., Gentiles-hombres de Cámara de S. M. y del Príncipe Nuestro Señor y de los demás Caballeros que se hallaron en aquel sitio.

Llevaban al Nuncio, en medio el Conde de Orgaz y el Marqués de Villanueva, Mayordomo de SS. AA.

La Rosa llevaba delante, inmediato al Nuncio, un Capellán, Maestro de Ceremonias de Su Santidad, y habiendo llegado a las gradas del Altar mayor, hicieron oración y subieron al Altar, y el que llevaba la Rosa la puso en medio de él.

El Nuncio se sentó en el banco donde lo suelen hacer los que celebran, que estaba cubierto con un bancal y delante un sitial de terciopelo carmesí.

Dijeron las vísperas con gran solemnidad, y acabadas pusieron una alfombra y un sitial de brocado tendido sobre ella, entre los oratorios, sobre las primeras gradas, y una silla de terciopelo carmesí para el Nuncio, y enfrente una almohada de brocado.

Salieron de la sacristía dos Caperos y cuatro Diáconos vestidos, y con ellos el Sacristán Mayor, un Capellán de Su Majestad y el que había venido con el Nuncio, con sobrepellices.

El primero de los Diáconos llevaba el amito, el segundo el alba y el cordón, el tercero la estola y manípulo, el cuarto una capa muy rica.

Llegaron de esta manera donde el Nuncio estaba sentado, y se levantó y comenzó a vestir, y en acabando se sentó en la silla, quedando los dos Capellanes a los lados, el uno con la Rosa y el otro con el misal.

Don Martín de Idiaquez, Secretario de Estado, leyó en voz alta un Breve en latín, que Su Santidad enviaba a la Señora Infanta, que estaba en su oratorio.

En acabándole de leer entraron por Su Alteza el Marqués de Velada y D. Cristóbal de Mora, y los Mayordomos quedaron a la puerta del oratorio.

Salió la Señora Infanta vestida de gala, acompañada del Príncipe Nuestro Señor, y delante los Mayordomos; llevaba la falda la Condesa de Paredes, Camarera Mayor, y seguían las Dueñas de honor y Damas que allí se hallaban.

La Señora Infanta se hincó de rodillas frente del Altar, delante de la silla del Nuncio, y le puso la almohada el Marqués de Velada.

El Príncipe Nuestro Señor se quedó en pie, descubierto siempre.

Habiendo dicho el Nuncio las oraciones que para esta ocasión tiene dispuesto la Iglesia, entregó la Rosa a la Señora Infanta, y Su Alteza la tomó y dio a García de Loaysa, Capellán y Limosnero Mayor de Su Majestad, que estaba allí cerca.

Acabado esto, la Señora Infanta se levantó, hizo reverencia al Santísimo Sacramento y luego a Su Majestad, que estaba en su oratorio; Sus Altezas se entraron al suyo, llevando delante García de Loaysa la Rosa, y los Mayordomos se quedaron a la puerta.

La Santidad de Clemente VIII envió la Rosa a la Serenísima Infanta Doña Isabel, estando la Corte en Madrid, el año de 1595, y la solemnidad y ceremonias con que se ejecutó esta función son las siguientes:

En 5 de Marzo de dicho año, que fué cuarta Dominica de Cuaresma, antes de Misa, fué el Almirante con grande acompañamiento de Señores a casa del Nuncio por Juan Francisco Aldobrandino, sobrino de la Santidad de Clemente VIII, que posaba con él; trujéronle en medio el Almirante y el Conde de Lemos; venía delante, inmediato a Juan Francisco Aldobrandino el Reverendo Rata, que llevaba la Rosa, vestido de roquete y detrás Juan Francisco el Colector.

Llegaron a Palacio y subieron a la Capilla, y habiendo hecho oración ante el Altar, puso la Rosa el Rata en medio del Altar, donde estuvo hasta el fin de la Misa, y él se quedó en la Capilla sentado al lado del Evangelio, en el banco de los Prelados, después de todos ellos, y allí aguardó hasta que vino el Príncipe Nuestro Señor.

En dejando la rosa en el Altar, Juan Francisco, con el acompañamiento, fué al aposento de S. A. y le vino acompañando en el lugar de los Grandes y el más inmediato a S. A., llevándole en medio el Almirante y el Duque de Medinaceli.

También concurrió este día el Cardenal Archiduque Alberto.

En entrando en la Capilla, hechas las reverencias al Altar y a S. A., Juan Francisco se fué a sentar al lado de la Epístola, donde le tenían puesta una silla rasa, más abajo de las gradas del altar, junto al escaño en que se sienta el Preste y Diáconos que dicen la Misa, y delante un sitial cubierto de terciopelo carmesí, y a las espaldas, debajo de la tapicería, colgada una alfombrilla de oro de la India, más larga que los tapices.

Dijeron la Misa los Capellanes de S. M., prosiguiéndola hasta la oración "Placeat-te", y en el sermón dijo el predicador algo de la significación y ceremonias de la Rosa, y dicha la oración "Placeat-te" se retiró el que celebraba con el Diácono y Subdiácono al escaño que estaba puesto a la parte de la Epístola.

Entre tanto, se puso un asiento (que llaman facistol) a la parte de la Epístola, para el Nuncio comisario nombrado para este efecto, y se tuvo prevenido el amito, alba, cruz y pectoral, estola, pluvial y mitra preciosa. Salió de su lugar y subió a la grada, y hechas las reverencias al Altar y al Príncipe, estando cubierto y vuelto al cuerpo de la capilla, dejó el manteo y la muceta sin decir nada, y se sentó y lavó las manos.

El Diácono y Subdiácono, que estaban aparejados, uno a la mano derecha y otro a la izquierda, vistieron con el amito, alba, cruz y pectoral, estola, pluvial y mitra preciosa y, habiéndose mudado el facistol a la mitad del Altar, se sentó el Nuncio, vueltas las espaldas al Altar y el rostro al pueblo, y el Diácono y Subdiácono se volvieron a su lugar.

Entonces Juan Francisco hizo de nuevo presentar el Breve Apostólico al Nuncio comisario, que estaba sentado, como está dicho, y Rata pidió que se cumpliese lo contenido en él, y el Nuncio ordenó a Felipe Nocelli, Capellán de Su Majestad, que le leyese en alta voz, estando todos sentados.

Leído el Breve, quedándose los Embajadores en su asiento ordinario, fué el Príncipe Nuestro Señor, acompañándole el Cardenal Archiduque su tío y Juan Francisco, al oratorio secreto de S. M., que está debajo de la tribuna, y a la puerta de la Capilla recibió a la Señora Infanta, que venía acompañada de las Damas y Dueñas. Traía la falda una Dama que se llamaba Jacincurt, y el Príncipe Nuestro Señor y el Cardenal fueron con la Señora Infanta un poco delante hasta el Altar donde estaba el Nuncio, e inmediatamente delante Juan Francisco.

Entre tanto que el Príncipe Nuestro Señor fué por su hermana, el tapicero de S. M. y sus oficiales pusieron un paño de tela de oro tendido en el suelo, que cubría las dos gradas del Altar y algo más.

La Señora Infanta hizo reverencia al Altar, y el Nuncio se levantó con la mitra, dio una almohada el tapicero al Marqués de Velada, Mayordomo Mayor de S. M., el cual la puso a S. A., arrimada a la primera grada por el lado del Evangelio, y en ella se arrodilló delante del Nuncio; el Príncipe Nuestro Señor se quedó detrás de su hermana a la mano derecha; los Embajadores salieron del banco, llegándose un poco más al Altar, y allí estuvieron en pie; al otro lado del Evangelio estuvo el Cardenal, enfrente del Príncipe; las Damas, que habían salido de dos en dos detrás de S. A., se arrimaron al banco de los Capellanes y Embajadores, porque S. M., que estaba en el oratorio, pudiese ver mejor, y las Dueñas y Jacincurt, que traían la falda, se arrimaron al lado de la cortina; los Grandes se pusieron en sus bancos.

El Diácono, tomando la Rosa del altar, la dio a Rata, que estaba al lado de la Epístola, y él a Juan Francisco, que la puso en manos del Nuncio comisario, y el Nuncio la entregó a la Señora Infanta, que estaba hincada de rodillas, diciendo las palabras acostumbradas, que son: "Accipe rosam", etc. Acabadas estas palabras y la oración, la Señora Infanta tomó la rosa y la besó como consagrada, y la dio a García de Loaysa, Capellán y Limosnero mayor de S. M.; S. A. se volvió por donde había salido, yendo delante, inmediato a las personas Reales, García de Loaysa con la Rosa, y acompañada de la misma manera hasta la puerta del oratorio, donde estuvieron el Príncipe Nuestro Señor y su tío hasta que entraron las Damas, y luego se volvieron a la cortina.

Los Embajadores se estuvieron en el lugar arriba dicho, y entre tanto que volvía el Príncipe Nuestro Señor al suyo, salió García de Loaysa con la Rosa por la misma Capilla y la llevó al Altar donde dicen misa retirada a S. M.

Vuelto el Príncipe Nuestro Señor a la cortina, se levantó el Nuncio, y apartando el facistol y quitada la mitra, el rostro al pueblo, cantó la bendición solemne, teniendo delante la Cruz el Subdiácono que sirvió. El Diácono publicó las indulgencias del Breve Apostólico, y después el Nuncio se puso la mitra y se fué a su asiento al lado de la Epístola, y dejando los ornamentos se vistió manteo y muceta, y en el ínterin, el que celebró, se fué al Altar y acabó la Misa diciendo el Evangelio de San Juan.

La Santidad de Paulo V la envió a la Reina Nuestra Señora Doña Isabel de Borbón (que está en gloria), día de la Natividad a 25 de Diciembre de 1618, y concurrió con el estoque que envió al Rey Nuestro Señor siendo Príncipe, donde se verán las ceremonias de este día.

La Santidad de Urbano VIII la envió a la Serenísima Infanta Doña María, Reina de Hungría, después Emperatriz, el año de 1630, pasando por Italia a Alemania.

La Santidad de Inocencio X la envió a la Reina Nuestra Señora Doña Mariana de Austria con el Cardenal Nicolás Ludovisio, del título de Santa María de los Ángeles, Legado "ad latere", de cuya mano la recibió S. M. en la ciudad de Milán, jueves en la tarde a 5 de Agosto del año de 1649.