La cortesía: precepto racional

Se puede definir la palabra cortesía como el acto mediante el cual una persona muestra atención, amabilidad y respeto hacia otra

Revista Complutense de Educación. Num 2.

 

Cortesía, precepto nacional. Normas correctas de convivencia y del saber estar foto base Søren Astrup Jørgensen - Unsplash

Normas correctas de convivencia y del saber estar

Se puede definir la palabra cortesía como el acto mediante el cual una persona muestra atención, amabilidad y respeto hacia otra. Ser corteses supone saber suavizar las asperezas que puede presentar nuestro carácter, saber dominar nuestras alteraciones de ánimo y saber soportar con dignidad los desaires ajenos.

Amplio es el tema y numerosos sus aspectos. A pesar de que el término cortesía no goza en nuestros días de mucha aceptación teórica y mucho menos práctica, una larga trayectoria como profesional de la educación me obliga a dar un toque de atención en este sentido. Considero que es necesario detenerse minuciosamente en lo que, desde hace tiempo, estamos padeciendo los educadores y, en definitiva, toda la sociedad -porque a todos llega- con algún sector de nuestra población juvenil, en relación con las normas correctas de convivencia y del saber estar. Nadie ignora, ciertamente, que la acción educativa no está dando resultados satisfactorios.

Ninguna persona debiera desatender frívolamente la conducta que impone una buena educación, porque ésta es una importantísima faceta de la vida y porque su abandono originará, inapelablemente, una inferioridad en su condición de ser social.

Un estilo correcto en nuestra convivencia con los demás cuando se practica sistemáticamente, diariamente, con perseverancia, puede llegar y de hecho llega, a transformar radicalmente todo nuestro valor humano.

Los resultados que produce la práctica de los buenos modales son, desgraciadamente, desconocidos o no considerados por determinados grupos de individuos. Supone un espectáculo verdaderamente lamentable contemplar la insuperable presunción e inmodestia que manifiestan quienes, con el pretexto de ser libres, muestran unas actitudes estrafalarias. Eligen la esclavitud a tendencias que se confunden erróneamente con libertad, en vez del lógico seguimiento a unas reglas básicas para saber comportarse.

Del mismo modo que el campo médico está obligado a difundir pautas saludables para que la población no enferme, evitando aquellos hábitos perjudiciales, el ámbito educativo caerá en una innegable negligencia si deja incumplido su deber de orientar al alumnado en la práctica de normas correctas de conducta, corrigiendo aquellos comportamientos inadecuados. Ciertamente no es tarea fácil, debido a lo cual se requiere un arte hondamente pedagógico así como un respeto profundo y alta estima a la dignidad profesional educativa.

Los educadores, en ocasiones, podemos caer en la tentación de creer que nuestra labor es insuficiente y que no somos capaces de evitar, de manera eficaz, que algunos jóvenes, bajo el lema de una ficticia liberación, se conviertan en comparsas sin personalidad. Ardua labor, poco reconocida y en muchas ocasiones criticada. Pero a través de estas líneas quiero dejar un mensaje claro: demuéstrese al alumnado que la exactitud en el cumplimiento de unas buenas normas sociales no constituye algo superfluo que se puede pasar por alto, porque esos detalles, aparentemente insignificantes en medio de las preocupaciones diarias, pueden tener un gran efecto en la formación de una personalidad, contribuyen mucho a que el hombre sea respetado y estimado por los demás y en buena medida, influye también en formar una sociedad amable.

El educador debe hacer ver al alumno que el respeto al derecho ajeno demanda que, si no lo cumplimos, tampoco podremos reclamar consideraciones hacia nosotros. Los códigos sociales propician la comunicación y pueden evitar tensiones entre los sujetos y, por tanto, hacen más fáciles las relaciones interpersonales.

Actualmente estamos atravesando momentos en los que cualquier tipo de disciplina está mal visto y es cuestionado. Comprobamos como algunas personas, de modo tan incomprensible como desconcertante, están ignorando las reglas más esenciales para una conducción racional de la vida.

Sin que esté en mi ánimo caer en un dogmatismo utópico, sí quiero plasmar algunas observaciones que cada día afloran a mi mente provocándome cierta inquietud.

En primer lugar, constituye una solución práctica, tanto en el ámbito familiar como en el académico, alentar y dirigir a nuestros jóvenes en el desarrollo de unas correctas maneras de comportamiento, haciendo referencia a ciertas reglas de decoro y estilo que se deberían seguir siempre o, al menos, en determinadas circunstancias -para que no se nos pueda atribuir una exigencia desmedida- tanto en el lenguaje, en los gestos, como en el modo de presentarse. Podemos señalar, por ejemplo, algo que observamos en la vida cotidiana, cómo una gran parte de la población juvenil se está acostumbrando al uso de vocablos impropios, malas construcciones gramaticales y también a una jerga repleta de palabras malsonantes de tal modo que afean y restan claridad y corrección a las expresiones. Por este motivo, sería muy conveniente que todos hiciésemos un esfuerzo en buscar los medios adecuados para evitar lo que, en algunos casos, degenera en una alarmante anarquía lingüística. No olvidemos que la vulgaridad del lenguaje conduce a la vulgaridad del pensamiento. En este campo, como en tantos otros, la intervención educativa ha de ser firme aunque sin dureza, no mostrar inflexibilidad pero sí poner el rigor necesario.

La clave del saber estar consiste en compaginar la naturalidad y la sencillez con el don de la oportunidad en la manera de conducirnos por la vida. En cuanto a la imagen personal, unas ideas básicas sobre lo que supone una presentación correcta, nos pueden indicar el buen gusto al elegir, por ejemplo, nuestra forma de vestir según la ocasión. Una buena elección en este sentido no tiene que obligar necesariamente a sobrepasar las posibilidades económicas de cada uno, es simplemente aprender a seleccionar, entre las tendencias del momento, aquello que nos permita ajustarnos a un ambiente determinado. Pues bien, todo ello supone un aprendizaje para el que está dispuesto a aprender.

Tanto si se es un intelectual, con una brillante instrucción, como si se trata de una persona con una escasa preparación cultural, podemos afirmar que la parte mas importante de su comportamiento es la que va adquiriendo uno mismo, emulando a personas ejemplares. Pensemos siempre que unas relaciones atentas y respetuosas son posibles y convenientes entre personas de cualquier condición social, no es patrimonio exclusivo de un grupo reducido de la sociedad con conocimientos especiales sobre el tema.

Todos debemos esforzarnos en una consideración diaria sobre la adquisición de buenas costumbres con el deseo de perfeccionarnos progresivamente. Sería conveniente detenerse en pormenorizar detalles de nuestro carácter que quisiéramos modificar. Pensemos que la mejor manera de adquirir una cualidad es imaginar que la poseemos y desearla intensa y constantemente. No tardaremos en adquirir un mayor respeto y reputación ante los demás, que acabarán distinguiéndonos con ese favor que nadie sabe negar cuando descubre a una persona disciplinada, amable y natural.