Enseñar las virtudes. Vida moral: pública y privada. III

Algunos oponentes de la educación moral directiva argumentan que podría ser una forma de lavado de cerebro

 

Vida moral. Vida pública y privada. Vida moral. Paseo de una ciudad foto base Jack Finnigan - Unsplash

Vida pública y privada. Vida moral

Preferencias sobre principios

Esta maestra de Massachussets valora la honestidad, pero su teoría educativa no le permite la libertad de tomar una fuerte postura sobre la honestidad como principio moral. Su entrenamiento la había llevado a tratar su "preferencia" por la honestidad como trata su preferencia de los helados con sabor a vainilla por encima de los que tienen sabor de chocolate. No es difícil ver cómo esta doctrina es una variante egotista del relativismo ético. Para la mayoría de relativistas éticos la opinión pública es la corte final de apelación ética; para el proponente de la clarificación de valores el locus de la autoridad moral ha de encontrarse en los gustos y las preferencias privadas del individuo.

Cuán triste es que tantos maestros se sientan intelectual y "moralmente" incapaces de justificar su propias creencias de que el hacer trampas es algo equivocado. Es obvio que nuestras escuelas deben tener códigos claros de conducta y altas expectativas para sus estudiantes. La conducta cortés, honesta y considerada debe ser reconocida, estimulada y recompensada. Eso significa que la educación moral debe tener, como su propósito explícito, el mejoramiento moral del estudiante. Si eso es indoctrinamiento, que lo sea.

¿Cómo esperamos equipar a los estudiantes para enfrentar el reto de la responsabilidad moral en sus vidas si evitamos escrupulosamente decirles qué es lo que está correcto y qué es lo incorrecto?

Las escuelas primarias de Amherst, New York, proveen buenos ejemplos de educación moral directiva sin desconciertos. Se colocan pósteres alrededor de la escuela ensalzando la amabilidad y el servicio. La buena conducta es recompensada en la cafetería cuando se le permite al estudiante sentarse en una "mesa importante" con un mantel y flores. A un estudiante de kindergarten se le dio un premio especial por haber tomado a un estudiante Coreano bajo su tutela. Pero tales métodos simples y razonables, como los practicados en Amherst, New York, son raros. Muchos sistemas escolares han abandonado completamente la tarea de la educación en el carácter. Se deja a los estudiantes a que se valgan por ellos mismos. En mi opinión, dejar solos a los niños para que descubran sus valores es como dejarlos en un laboratorio de química y decirles, "Chicos, descubran sus propios compuestos." Si provocan una explosión y saltan por los aires al menos se han involucrado en una búsqueda auténtica del yo.

¿Puede haber una genuina educación moral?

Puede que digas, oh, nosotros no dejamos que los niños se las arreglen por sí mismos en los laboratorios de química porque tenemos conocimiento con respecto a los químicos. ¿Pero existe en realidad tal cosa como un conocimiento moral? La respuesta a eso es un enfático "Sí." ¿No hemos aprendido una cosa o dos en los pasados varios miles de años de civilización? Pretender que no sabemos nada sobre la decencia básica, los derechos humanos, sobre el vicio y la virtud, es algo necio y falto de sinceridad. Claro está que sabemos que la crueldad injustificada y la represión política son incorrectas, que la amabilidad y la libertad política son correctas y buenas. ¿Por qué hemos de ser la primera sociedad en la historia que se halle maniatada en la vital tarea de transmitir su tradición moral a la próxima generación?.

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Algunos oponentes de la educación moral directiva argumentan que podría ser una forma de lavado de cerebro. Esa es una confusión nociva. El lavado de cerebro es disminuir la capacidad de alguien para emitir juicios razonados. Es perversamente engañoso decir que ayudarles a los niños a desarrollar los hábitos de decir la verdad o jugar limpio amenace su habilidad para tomar decisiones razonadas. Todo lo contrario: los buenos hábitos morales aumentan la capacidad de uno para realizar juicios racionales.

El temor paralizante de indoctrinar a los niños es aún más grande en las escuelas secundarias que en las escuelas primarias. Una de las técnicas favoritas de enseñanza, que supuestamente evita el indoctrinamiento, es la ética de dilemas. A los niños se les presentan dilemas morales abstractos: Siete personas se hallan en un bote salvavidas con provisiones para cuatro - ¿qué deberían hacer? O el famoso caso de Lawrence Kohlberg de Heinz y la droga robada. ¿Debiera el indigente Heinz, cuya esposa agonizante necesita medicina, robarla? Cuando los estudiantes de secundaria estudian ética, generalmente es en la forma de considerar tales dilemas o en forma de debates sobre asuntos sociales: el aborto, la eutanasia, la pena capital y cosas similares. La educación moral directiva ha perdido popularidad. La narración de historias está fuera de moda.

Consideremos por un momento como la moda actual de los dilemas difiere del antiguo enfoque a la educación moral que usaba a menudo cuentos y parábolas para inculcar principios morales en los estudiantes de los primeros grados. Saul Bellow afirma que la supervivencia de la cultura Judía sería inconcebible sin las historias que proveyeron un punto de apoyo y significado a la tradición moral Judía. Una de tales historias, incluida en una colección de cuentos Judíos que Bellow editó, se llama "Si no es que más alto." Lo bosquejo aquí para contrastar el enfoque de historias con el enfoque de dilemas en la educación primaria y secundaria, pero la moraleja del contraste también se aplica a la enseñanza de la ética también a nivel universitario:

Había una vez un rabino en una pequeña aldea en Rusia que desaparecía cada mañana de viernes por varias horas. Los aldeanos devotos contaban que durante esas horas su rabino ascendía al Cielo para hablar con Dios. Un recién llegado escéptico se encontraba en el pueblo, determinado a descubrir dónde estaba realmente el rabino.

Una mañana de viernes el recién llegado se ocultó cerca de la casa del rabino, le observó levantarse, decir sus oraciones y ponerse las ropas de un campesino. Lo siguió mientras tomaba un hacha e iba al bosque, cortaba un árbol y reunía un gran fardo de leña. Luego el rabino se dirigía a una casucha en la sección más pobre de la aldea en la que vivía una anciana y su hijo enfermo. Les dejó la madera que era suficiente para la semana. Luego el rabino regresó calladamente a su propia casa.

La historia concluye en que el recién llegado se quedó en la aldea y se convirtió en discípulo del rabino. Y cada vez que escucha a uno de los habitantes decir, "los viernes por la mañana nuestro rabino asciende al Cielo," el recién llegado silenciosamente añade, "si no es que más alto."

En un dilema moral tal como el de Heinz -en la historia de Kohlberg- que roba la droga, o el caso del bote salvavidas, no hay héroes ni villanos obvios. A los personajes no solamente les falta personalidad moral, sino que existen en un vacío, fuera de las tradiciones y disposiciones sociales que moldeen su conducta en las situaciones problemáticas que confrontan. En un dilema no existe lo correcto y lo incorrecto de manera obvia, no hay vicios ni virtudes claras. El dilema puede que atraiga la atención de los estudiantes; involucra sus emociones solo marginalmente, sus sensibilidades morales. Los asuntos se hallan delicadamente balanceados, quienes escuchan están en su propio ámbito y deciden individualmente por sí mismos.

Como ha observado un crítico de la ética de dilemas uno no puede imaginarse a unos padres transmitiéndoles a sus hijos el cuento de Heinz y la droga robada. En contraste, en la historia del rabino y el recién llegado escéptico, no está en las manos del oyente decidir si el rabino hizo o no lo correcto. El mensaje moral es claro: "He aquí un buen hombre -misericordioso, compasivo y que ayuda activamente a alguien que es débil y vulnerable. Se como esa persona." El mensaje es contagioso. Aún el escéptico capta el punto.

Las historias y las parábolas no son siempre apropiadas para los cursos de ética escolar o universitaria, pero los clásicos literarios ciertamente sí lo son. Entender al Rey Lear, a Oliver Twist, Huckleberry Finn o Millemarch requiere que el lector tenga algún entendimiento de (y simpatía con) lo que el autor está diciendo sobre los vínculos morales que unen a los personajes y que sostienen en su lugar el tejido social en el que juegan sus roles. Tome algo como la obligación filial. Una moraleja del Rey Lear es que la sociedad no puede sobrevivir cuando el desprecio filial se convierte en la norma. De este modo, las figuras literarias le proveen a los estudiantes de los paradigmas morales que Aristóteles pensaba que eran esenciales para la educación moral.

No estoy sugiriendo que los enigmas y dilemas morales no tengan un lugar en el currículo de ética. Enseñar algo sobre la lógica del discurso moral y la práctica del razonamiento moral al resolver conflictos de principios es algo claramente importante. Pero la casuística no es el lugar para comenzar, y, tomada en sí misma, la ética del dilema provee poco o ningún sustento moral. Además, una dieta exclusiva de ética del dilema tiende a darle al estudiante la impresión de que el pensamiento ético es como un juego para abogados.

Tres pasos hacia la virtud

Si yo fuese una empresaria educativa le ofrecería un programa de cuatro o cinco etapas, como algunos de los populares consultores educacionales. Tendría folletos de presentación, materiales audiovisuales. Habría talleres. Pero no hay necesidad de folletos de presentación, ni de equipo especial, ni de talleres. Lo que estoy recomendando no es nuevo, ha funcionado antes, y es simple:

- Las escuelas debiesen tener códigos de conducta que enfaticen la urbanidad, la amabilidad y la honestidad.

- No se debiese acusar a los maestros de lavarles el cerebro a los niños cuando insisten en la urbanidad básica, la decencia, la honestidad y la justicia.

- A los niños se les debiesen contar historias que refuercen la bondad. En secundaria y en la universidad los estudiantes debiesen leer, estudiar y discutir los clásicos morales.

Estoy sugiriendo que los maestros deben ayudar a los niños a familiarizarse con su herencia moral en la literatura, la religión y la filosofía. Estoy sugiriendo que se puede enseñar la virtud, y que la educación moral efectiva apela a las emociones lo mismo que a la mente. La mejor enseñanza moral inspira a los estudiantes, haciéndoles plenamente conscientes de que su propio carácter está en juego.