La ética y el código deontológico de la profesión. III

Los grandes conductores de empresas, así como los grandes estadistas saben perfectamente cuán conveniente es rodearse de colaboradores confiables

V Congreso Internacional de Protocolo - Madrid, febrero de 2004.

 

Código dentológico. Protocolo. Código deontológico y ética. Libro abierto foto base Brandi Redd - Unsplash

Protocolo. Código deontológico y ética

Bondad

La virtud de la bondad está íntimamente ligada a la idea del amor más espiritual, aquel que los griegos llamaban caridad.

La caridad no consiste precisamente en dar limosnas, sino en procurar el bien del otro, respetando su naturaleza aún más allá del extravío que pueda presentar el prójimo.

Por ello, un buen profesional, aquel que ejerce la bondad mientras trabaja, es quien vela para que cada persona acogida, hospedada, reciba aquello que necesita de acuerdo a su condición de persona y también de acuerdo al papel que le toca cumplir.

Al leer ciertos manuales de cómo prosperar en una corporación, pareciera que lo antedicho resulta lírico, hasta angelical.

Para algunas personas lo moral pertenece exclusivamente a la esfera de lo privado; en lo profesional todo vale.

Son las mismas personas que si un subordinado tiene una buena idea la presentan como propia. Si tienen la oportunidad de lucir y opacar la labor de un colega lo hacen sin dudar, y así sucesivamente.

Sin embargo los grandes conductores de empresas, así como los grandes estadistas saben perfectamente cuán conveniente es rodearse de colaboradores confiables. Un gran hombre buscará rodearse de profesionales que ejerzan su profesión con grandeza, es decir que sean buenos profesionales.

Un hombre bondadoso no debe dejarse llevar por dos tentaciones extremas:

- La primera, el exigir justicia en toda oportunidad guiado por la letra y no por el espíritu.

- La segunda, ser excesivamente tolerante, por aquello de que el diálogo está de moda.

Es bueno que un país pueda vivir plenamente en democracia, pero los quehaceres de la profesión no se plebiscitan.

Comprensión

Hemos dicho anteriormente que en el ejercicio de las virtudes el ceremonialista debe realizar la empatía con el otro, considerarlo persona antes que dignatario, funcionario, colaborador, subordinado.

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¿Querrá decir esto que la dignidad de la persona, hablando en términos generales, debe hacernos olvidar los errores y flaquezas de aquel individuo en particular?.

Todo lo contrario. Existen en el mundo muchos miles de millones de seres humanos, y sin embargo cada uno de ellos es algo único. Es una novedad, dicen los filósofos.

En el ejercicio de esta virtud el ceremonialista deberá evitar dos tentaciones: por un lado, habida cuenta de su experiencia, pensar que aquel que se nos aparece hoy reaccionará de la misma forma de los muchos otros que hemos conocido, y por los mismos motivos.

Por otro lado, encandilarnos con la personalidad de alguien por su poder, o por su brillo intelectual, o su don de gentes, de tal manera que ese enceguecimiento nos condicione suscitando en nosotros una lealtad o un apego excesivo.

Comprensión. Algo que debe ejercerse constantemente. Una virtud tal que debe ser aprovechada y entrenada como un músculo aún en los ratos de ocio.

Una virtud que puede ser incrementada por el estudio de los fenómenos de la comunicación verbal y no verbal.

Prudencia

A veces se escucha decir: ¡qué hombre prudente fulano, siempre contesta con otra pregunta!.

No es esta la virtud de la prudencia, como tampoco se alude aquí a aquellos a quienes el vulgo tiene por prudentes por aquello de mirar antes de cruzar la calle.

La prudencia es la virtud que nos hace obrar conforme a la realidad de las cosas: ni más, ni menos. Y este obrar conforme a la realidad de las cosas, que de paso sea dicho está emparentado con el famoso "sentido común", adquiere su máxima expresión cuando debemos discernir y obrar en la dimensión moral de la profesión.

No existe acto humano voluntario que por ser tal no presente un aspecto moral.

La disyuntiva entre el bien y el mal siempre estará presente en la vida de los hombres, aunque a veces estas alternativas no se muestren con los nítidos colores del blanco o del negro.

Es por ello que inevitablemente en el ejercicio de nuestra profesión estaremos constantemente tomando decisiones morales. Aún la supuesta abstención en términos morales resulta ser una decisión que involucra tales valores.

Hablando en términos generales, y no solo de las decisiones de tipo moral, los dos escollos donde puede naufragar la barca de la virtud de la prudencia son:

La conciencia laxa.

Aquella que por pereza, por conveniencia o aún por falta de preparación resulta claramente permisiva. El profesional de conciencia laxa no hace su trabajo bien. Lo hace más o menos, con tal de que aquello que no se ha hecho bien o no se ha hecho no se note demasiado.

La conciencia escrupulosa.

El profesional vive atormentado por los detalles, obsesionado porque su obra sea perfecta, cuando la misma claramente es de factura humana, y por ello mismo solo podrá acercarse a lo perfecto.

Valga esta máxima para definir al hombre prudente: "gaste tu pie el umbral de la casa del sabio". Solo el hombre formado puede a su vez obrar con prudencia.

Fortaleza.

Si algo caracteriza a la virtud de la fortaleza en nuestra profesión es la persistencia, la tenacidad, la capacidad de proseguir, paso a paso en pos de una serie de objetivos fijados de antemano.

La virtud de la fortaleza es la que hace posible continuar aún a pesar de los peores desastres e infortunios que puedan amenazar el arte de la hospitalidad.

Contra la virtud de la fortaleza conspira el arrebato de la ira, esa pasión que a veces se comporta como una súbita llamarada que quema y puede estropear la mejor obra de arte, como también aquella otra que consume por dentro e inspira la venganza helada.

En el otro extremo, el miedo, que puede inhibir la acción indicada en el momento oportuno, o el temor al fracaso que socava nuestras capacidades y efectivamente puede hacernos unos fracasados.

Una última amenaza en contra de esta virtud consiste en la simple negación del riesgo, el dolor o el sufrimiento: "no me duele, soy fuerte". El fuerte sabe bien de sus dolores, miedos y debilidades. Precisamente el valor, compañero inseparable de la fortaleza, es aquello por lo cual podemos sobreponernos a ellas y triunfar sobre nosotros mismos y sobre las circunstancias.

Aquí finaliza el listado de virtudes mínimas necesarias para el ceremonialista. ¿Querrá decir esto que bastan las mencionadas para hacer un buen plan de vida profesional?.

Debe entenderse que además de existir muchas otras importantes en la vida de cualquier persona, como la templanza, solamente a los fines de esta exposición las mismas pueden considerarse por separado: en efecto, cuando utilizo la buena idea de un subordinado y lo reconozco y lo digo, en vez de apropiármela, ¿soy justo, soy bondadoso o soy prudente? ¿O todo ello?.

Desde mi profesión de ceremonialista, considero que es condición sine que non hacer que este listado de virtudes se transformen en una segunda piel, se internalicen, porque ellas regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta.

Como hemos visto, el arte de la hospitalidad se identifica con diferentes virtudes humanas pero con una por excelencia: la cortesía y ésta a su vez forma parte del proceso de comunicación. Para que una persona la adopte es necesario que la practique, no es un traje que se pone para trabajar y que cuando se llega a casa lo cuelgo en una percha.

En esa práctica constante intervienen palabras o frases que en Protocolo y Ceremonial denominamos como "palabras llave":

- Buenos días,

- Buenas tardes,

- Buenas noches,

- Por favor,

- Usted primero...

y tantas otras como vuestra creatividad les permita. Pero la fundamental, la que nunca debemos olvidar es: GRACIAS. Muchas Gracias.