Los manuales de buenas costumbres. VI.

Los principios de la urbanidad en la ciudad de Mérida durante el siglo XIX.

Universidad Autónoma de Yucatán.

 

Los manuales de buenas costumbres.

El gusto por las lecturas relativas a los principios morales y las formas de comportamiento -en publicaciones periódicas y tratados sobre urbanismo y moralidad- casi por definición, fue exclusivo de la élite. En este ámbito, las crecientes nociones de los principios de urbanidad poco a poco fueron apropiándose las nuevas formas del deber ser de la civilidad. En la difusión del progreso descansaba una parte importante del proyecto social del Estado. (Véase "Fanatismo", en La Razón del Pueblo, Mérida, 13 de enero de 1873, 6 de julio de 1881 y 29 de julio de 1881.).

Ahí, los comportamientos ocupaban un espacio destacado. Los privilegios y valores de una sociedad moral con hormas europeas tenían en revistas nacionales y extranjeras (por ejemplo, El Eco Hispano Americano, La Ilustración, La Caprichosa, El Correo de Ultramar, La América) una fuente inagotable de artículos sobre las enseñanzas de las nuevas maneras de ser del comportamiento social. El público merida-no acarició la literatura mexicana y europea de esta clase. Desde la primera mitad del siglo XIX el proyecto social había desplegado una intensa campaña propagandista y, en 1885 apareció en Mérida la denominada Sociedad propagandista de buenas lecturas con el propósito de divulgar cuáles obras eran recomendables para la lectura. Los llamados manuales de urbanidad, o principios de urbanidad, y los tratados morales ingresaron en las bibliotecas privadas. Las imprentas locales, aprovechando la coyuntura, dedicaron numerosas ediciones y reediciones de este tipo de obras. No obstante, el interés de las autoridades también se centró en la ilustración de estas reglas del bien vivir o de educación desde abajo, incorporándolas en la instrucción pública. El programa, incluido en el sistema educativo, contribuía a la formación ciudadana. La instrucción pública y literaria, fuente primaria de conocimiento, se convirtió en el escaparate esencial para la construcción del nuevo ciudadano. En un manual, por ejemplo, se lee:

En la cultura civil
que urbanidad es llamada
la joya más apreciable
de una nación ordenada.

La ligera sujección
no es una simple etiqueta
como cree la gente fatua.
¿Qué sería la sociedad
si la urbanidad faltar?...
Un concurso de salvajes
y una mina de zizaña.

(Catecismo de moral, virtud y urbanidad. Biblioteca de la juventud, México, Imprenta Murguía, 1885, pag. 20.).

La intención capital de las distintas clases de manuales consistía en cultivar los buenos comportamientos, costumbres, hábitos, gustos, expresiones, gestos y conciencias. En el siglo XVIII se conocían, por ejemplo, Civilidad de la mesa. Rasgos de la educación indispensable... en el arte de trinchar... viandas, el modo de servirlas (Madrid, 1790) y Máximas morales dedicadas al bello sexo por un ciudadano militar (México, 1821).

En el siglo XIX meridano la publicación y distribución local de estas obras alcanzó su máxima expresión. (Por ejemplo, se publicaron Advertencias y preceptos útiles para la clase de menores, original de 1814; Mérida, reediciones en 1829, 1846 y 1855; Catón cristiano con buenos ejemplos, para uso de las escuelas, Mérida, 1830; Biblioteca portátil popular o principios de buena educación, Campeche, 1839; Construcción del libro cuarto para la clase de medianos, Mérida, 1846; Máximas del hombre de bien o de la sabiduría y otras composiciones propias para la instrucción de los niños, Mérida, 1858; Catecismo de perseverancia o exposición histórica, dogmática, moral, litúrgica, apologética, filosófica y social de la religión, desde el origen del mundo hasta nuestros días de J. Gaume, 3 vols., Mérida, 1864-1866; Castillo, Principios, 1865; Tratado de los deberes del hombre. Para el uso de los niños de las escuelas de primeras letras de un autor anónimo, Mérida, 1866; corregido y aumentado en 1869; Catecismo de moral y urbanidad. Dedicado a las escuelas primarias de P. Bolio, Mérida, 1870; Tratado de elementos de moral o Tratado elemental de moral. Extractado de los mejores autores y arreglado para que sirva de texto en todas las escuelas del estado de Lázaro Pavía, Mérida, 1870; sexta edición en 1875; Elementos de moral de Tomás Aznar Barbachano, Campeche, 1879; quinta edición en 1897; Enciclopedia Rodríguez y Cos. Curso elemental de instrucción primaria. Libro cuarto de lectura. Ensayos poéticos, dedicados a la tierna juventud mexicana para su instrucción en la moral y ejercicios en la lectura del verso, México, 1883; Catecismo de moral, virtud y urbanidad. Biblioteca de la juventud, México, trece ediciones en 1885.).

Sobre todo a partir del último tercio de este siglo, cuando la producción editorial alcanzó niveles muy altos (véase Cuadro I). Desde los últimos años del siglo XIX Rodolfo Menéndez publicó varias obras importantes. (Moral y urbanidad. El arte de ser feliz, Mérida, 1896; Catecismo o Manual de urbanidad, Mérida, 1896; séptima edición en 1900; La moral en acción para la enseñanza primaria superior, México, 1907.).

A principios del siglo XX, el mismo autor, además, escribió la serie denominada El hogar y la escuela con la intención de atender diversos temas. (Recitaciones escolares, Mérida, 1902; Enseñanza antialcohólica. Lecciones prácticas, Oaxaca, 1904; Cuadros de moral, pensamientos, máximas, preceptos, Mérida, segunda edición en 1910.).

En esta época también se publicó el Catecismo de perseverancia, cuyos fascículos semanales eran exclusivos para los suscriptores que cubrían la cuota de medio real. Además, hubo libros familiares que reproducían el modelo moral prescrito. (Cuentos morales, los Buenos padres, buenos hijos, los Deberes del hombre, el Libro de familia y la Moral en acción. El rotativo El Mensajero de la Infancia, de J. G. Morales, publicado los domingos, a su vez, era muy útil para los niños de las clases sociales altas porque ahí podían leer acerca de moral, charadas, anécdotas, fábulas y curiosidades. Los periódicos La Pelota, Campeche, 1849, y El Periquito, Mérida, 1869-1870, también se especializaron en el público infantil. En el mismo renglón figuró el Diccionario de niños. Contiene pensamientos, máximas, consejos e instrucciones relativas a la educación de la juventud con indicaciones de las reglas de urbanidad y buenas maneras para la vida social y noticias sobre los más importantes descubrimientos en las ciencias, las artes y las letras de Ildefonso Estrada y Zenea, Mérida, 1870, El libro de las niñas de Joaquín Rubio y Ors, México, 1873, Primera cartilla ortológica para los niños, Mérida, 1883; y, en la prensa de 1900, la sección llamada "página para los niños" dedicada a la enseñanza de ciertos deberes. Una importante obra literaria acerca de la moral fue Geometría moral de Juan Montalvo, Madrid, 1902.).

Los catecismos políticos aparecieron con idéntico propósito, aunque más consagrados en la orientación política y en el aleccionamiento de los derechos y libertades individuales, útiles para instrucción de la juventud y de las escuelas de primeras letras. (Hernández Chávez, La tradición, 1993, p. 32. Sobre el uso de los catecismos políticos pueden verse Eguiarte Sakar, "La historia de una utopía", 1993, p. 289; Anne Staples, "El catecismo como libro de texto durante el siglo XIX", en Los intelectuales y el poder en México, México, Colmex, UCLA, 1991, pp. 500-502.).

Se publicaron, por ejemplo, el Catecismo político mandado enseñar en las escuelas de primeras letras (1851) y el Catecismo político constitucional (1868, 1879). Este último fue escrito en México por Nicolás Pizarro y reimpreso en la ciudad de Mérida por el impresor Alberto González.

Cuadro I. Ediciones y reediciones de manuelas de buenas costumbres. protocolo.org