Deberes de la buena educación. Bailes, 'soirées' de baile. Consejos a las señoras.

El baile tiene sus víctimas y un gran número de jóvenes suelen pasar en tales reuniones momentos bien amargos.

Nuevo Manual de la Buena Sociedad o Guía de la Urbanidad y de la Buena Educación.

 

Imagen Genérica Protocolo y Etiqueta protocolo.org

El adorno de todos los convidados debe ser muy esmerado pero principalmente el de las señoras, y las conveniencias de edad, posición, y gracias físicas, deben ser observadas en estas reuniones mucho más que en cualquiera otra parte.

Las guirnaldas y flores sientan muy bien sobre la cabeza de las jóvenes de pocos años, al paso que son ridículas en las señoras de alguna edad. Respecto a la clase de vestidos y adornos admitidos en esta clase de sociedades nos referimos a los figurines que la voluble moda lanza sin descanso en la arena del gran mundo.

Es preciso veléis sobre vosotras mismas a fin de no incurrir en el ridículo capricho de querer ser la más hermosa. En vuestra propia casa, y en atención a los muchos cuidados que habéis puesto en adornaros, quizá os encontréis encantadora acabando de completar la ilusión las felicitaciones de familia. Llegáis al salón acarreando la orgullosa esperanza de eclipsar a todas las demás, y desde los primeros pasos reconocéis vuestro error llegando a temer el ser la mas desairada.

Es preciso evitar igualmente esos dos extremos, igualmente opuestos a la modestia y gracia que deben caracterizar a una señora.

Es conveniente procurar que el traje no ofrezca contrariedad alguna que pueda preocuparos durante la función, pues por mas que velaseis sobre vosotras mismas, no podríais dejar de manifestar de vez en cuando una impresión desagradable, perjudicial a vuestra amabilidad.

Una joven casada, no debe ir a un baile sin su marido y, en ausencia de éste, de una amiga señora de alguna edad. Una señorita debe también ir siempre con su mamá, o una señora que la reemplace.

Cuando se está de duelo, no se puede concurrir en manera alguna a un baile, aún cuando se puede presentar en sociedad pasados algunos días después de la muerte de una persona cuyo grado de parentesco no sea muy allegado. En estos casos están admitidos los terciopelos, satén negro, moirées, y encajes negros, los tejidos de seda gris, todos los vestidos blancos, los adornos de plata, azabaches, y para flores de duelo las violetas de Parma, las lilas, y todas las flores blancas. Dejar el duelo para un baile y volverle a tomar al día inmediato, es una caprichosa invención que no debe ser imitada.

Es cosa generalmente sabida que una señora no puede rehusar el bailar con cualquiera caballero que la invite, a menos que esté de antemano comprometida. La omisión de este precepto, o algunas malas inteligencias del mismo han sido causa muchas veces de lamentables altercados. Para evitar estos inconvenientes la moda ha introducido el uso del libro de memoria, destinado expresamente a llevar cuenta y razón con este género de compromisos, pudiendo también esto ocasionar una ridícula y malévola fatuidad que desde luego nos apresuramos a rogar a nuestras lectoras eviten a toda costa. Tal es la debilidad en que incurren algunas señoras de manifestar su cartera cubierta de nombres a las demás a quien su mala suerte o edad no permite bailar. La modestia, es una virtud importantísima a que jamás falta impunemente una mujer.

El baile tiene sus víctimas y un gran número de jóvenes suelen pasar en tales reuniones momentos bien amargos. En efecto, ver a sus vecinas llenar su cartera de palabras o bailes comprometidos en tanto que la suya permanece en blanco; quedarse sola cuando a la señal de la orquesta parten gozosamente las parejas; no ser invitadas sino en este momento para llenar un hueco; no encontrar pareja sino al fin del baile cuando las demás descansan fatigadas; sufrimientos son estos intolerables para el amor propio de una joven, pero que no por eso debe llevar con menos digna tranquilidad y valor, sin dejar escapar ni una sola queja. Ya hemos dicho no ha mucho que a la señora de la casa toca evitar semejantes situaciones debiendo siempre impedir a toda costa que en vez del placer que deben hallar en su casa los convidados hallen, por el contrario, motivos de disgusto.

No ir bien o no saber bailar, o estar en traje poco a propósito, o fatigarse con facilidad, son otros tantos motivos para prohibirse a sí propia el bailar.

Es de la mayor importancia en el baile tener una fisonomía benévola, un continente modesto y movimientos graciosos y delicados. Saltar, inclinarse demasiado, afectar aire de pretensiones o posturas voluptuosas, vale tanto como convertirse en objeto de burla a los ojos de la maledicencia y ser un objeto de compasión y de desdén.

A menos que sea un baile de gran intimidad, es preciso evitar el lanzarse el primero a él.

No está admitido el que una señora baile toda la noche o la mayor parte de ella con una misma pareja; no obstante, una señora puede aceptar dos o tres veces la invitación de un mismo caballero, sobre todo cuando es un amigo íntimo.

Independientemente del abrigo que las señoras dejan en el vestuario, las jóvenes pueden llevar un chal de encaje, una pelerina o manteleta de satén blanco colchada o cualquiera otro abrigo propio que deben dejar desde el momento que este principie, colocándolo detrás de sus respectivos asientos. Las señoras que están sentadas detrás suelen a veces encomendarse de la custodia de estos objetos, a cuya atención se debe corresponder con la mayor finura.

El excesivo cuidado de preservar su adorno de cualquiera accidente, o de librar el vestido de una mancha, pliegue u otro percance parecido, son resabios que pueden hacer pasar en opinión de persona de poca valía, a aquella en quien se encuentren, no eximiéndose jamás de la nota de minuciosa y ridícula.

Las comidas, los bailes y reuniones de todo género son muy fecundas en desgraciados accidentes para los adornos de las señoras. Algunas veces los mismos dueños de la casa faltos de previsión, torpes criados o jóvenes aturdidos echan a perder en un instante el más encantador y costoso traje y, por grande que sea el dolor de la señora víctima de estas imprudencias, no debe manifestar otro sentimiento que una amable resignación. El despique, la cólera aún reprimidas, serían de muy mal tono.