Exceso en la corrupción de las costumbres en los pasados siglos. I.

Dejamos sentado que antiguamente era grande el exceso en el comer y en el beber, lo cual está probado con buenos y numerosos documentos.

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida.

 

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Los excesos en la corrupción de las costumbres en los pasados siglos.

Hemos visto que el primer resultado de la ignorancia es el exceso en el comer y en el beber, y ahora veremos que el segundo es el exceso en el uso y en el abuso de las mujeres; cosas ambas que destruyen la economía y atacan la moral; por tanto es evidente el deber de gratitud hacia los gobiernos que alientan la instrucción y procuran moralizar al pueblo. Los hechos nos demostrarán esta verdad cual nos han demostrado otras; mas, antes de exponerlos debemos deducir de todo lo dicho una consecuencia.

Dejamos sentado que antiguamente era grande el exceso en el comer y en el beber, lo cual está probado con buenos y numerosos documentos. Consultando la experiencia vemos que la gula estimula en vez de calmar otros deseos físicos, y que la embriaguez acaba con todo sentimiento de decencia. Los viajeros observan que los ingleses, aunque no muy adoradores del bello sexo, se hacen galantes de un modo bien poco gentil cuando están borrachos.

La poligamia proscrita de las costumbres de todos los pueblos civilizados se encuentra en todos los bárbaros o semi-bárbaros.

Las mujeres de los bretones, pueblo que se alejaba poco de los bárbaros, según nos refiere César, eran comunes a diez o doce hombres, y particularmente las de un hermano eran comunes a los otros, y las del padre lo eran a los hijos. A las reconvenciones dirigidas por la emperatriz Julia acerca de este vergonzoso comercio a la mujer de Argatocoxus, príncipe Bretón, ésta no negó el hecho, pero dirigió la acusación contra las señoras romanas.

Los códigos de los pueblos bárbaros que invadieron el imperio de occidente hablan muchas veces de las violencias hechas al pudor y del rapto de mujeres; lo cual hace probable el rapto de las sabinas atribuido a los romanos en su primitiva rudeza.

Parece que después de la invasión de los bárbaros el siglo V era común a los maridos el uso de hacer de sus mujeres un tráfico infame, por más que se hubiesen publicado leyes severas para impedirlo. En aquel estado social no podía suceder otra cosa, pues por un lado vemos excesos en el comer y beber, y por otro la escasez de las artes antes del siglo XII no ofrecía muchos recursos. La nobleza tenia medios para comprar y la plebe tenía necesidad de vender; hoy el pueblo adquiere a título de trabajo lo que entonces obtenía a título de corrupción.

Carlomagno cambia de mujer nueve veces sin grandes formalidades y sin causar escándalo; lo que prueba que el sistema de la monogamia cual fue predicado por Jesucristo aun no se había inoculado en la opinión pública.

En la Galia algunos monasterios eran centro de corrupción en que se cometían no pocos infanticidios.

San Bonifacio nos dice que las señoras y las monjas inglesas en sus frecuentes peregrinaciones a Roma perdían la castidad, de suerte que en las Galias y en Lombardía eran muy pocas las ciudades en donde no hubiese prostitutas inglesas.

Botinelli, hablando de lo que la ignorancia influye en las costumbres, dice refiriéndose al año 900: Por causa de ella perdidos los estudios, los libros y las lenguas, ignoraron la ley cristiana y la civil. Los dogmas y la moral se depravaron aun entre los sagrados pastores y ministros; el vicio y la virtud se distinguieron muy poco, y los más graves excesos de los adulterios, de los homicidios, de los incestos se tomaron como hechos naturales en el rico y que debian perdonarse al fuerte. El saber era objeto de irrisión y de vituperio, y las mismas leyes y los magistrados justificaban tales desórdenes.

Si damos crédito a Platina, a Genebrardo, Stella y Baronio, las meretrices eran tantas y estaban tan acreditadas, que ellas distribuían los más elevados cargos de la república.

Edgardo, rey de Inglaterra, atribuye los más escandalosos vicios a los eclesiásticos en un discurso pronunciado ante un concilio general de su reino: Les echa en cara la embriaguez, el juego y la disolución.

Al oír tales cargos, el arzobispo Dunstan, con el asentimiento del concilio, ordenó a los eclesiásticos que conservasen la castidad, o que abandonasen sus iglesias.