Lección sobre la cortedad.

Advierte que hay tanta diferencia entre la cortedad y la modestia, como que ésta es muy recomendable, y aquella es muy ridícula.

Lecciones de Mundo y de Crianza. Cartas de Milord Chesterfield. 1816.

 

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La cortedad.

La cortedad es la prueba más infalible de la falta de trato civil, y así vemos que el joven, la doncella o el hombre sin trato, cuando se presentan a algún sujeto de suposición, si éste les pregunta algo, se abochornan, tartamudean, no dan respuesta adecuada, no se atreven a levantar los ojos, y se advierten en ellos todas las señales del temor y de la desconfianza; y este mismo infundado miedo de que se puedan reír de ellos, es lo que les hace risibles.

Advierte que hay tanta diferencia entre la cortedad y la modestia, como que ésta es muy recomendable, y aquella es muy ridícula; no siendo menos mala una persona encogida que una descocada.

Un hombre que realmente sea desconfiado, tímido y corto, tenga el mérito que tuviere, jamás avanzará gran cosa en el mundo, porque su encogimiento le hará quedarse atrás, y en la inacción; pero el que sea entretenido, intrépido y osado, siempre se le pondrá delante de todas maneras: en el modo de hacer las cosas está toda la diferencia, porque con tal modo parecerá indecente, lo mismo que hecho de otro sería muy propio. El hombre de talento y de mundo sostiene sus derechos, y trata sus negocios con tanta firmeza y denuedo, como el más atrevido; y tal vez mejor porque pone todo su estudio en dar un aire exterior de moderación a lo que hace, y con esto se gana los ánimos y logra su intento, cuando aquellas mismas cosas manejadas por un petulante, o por un impertinente, suelen desagradar y desgraciarse.

Si haces observación, hallarás que son más apreciables en la sociedad las personas que se prestan en una sala con más gracia, naturalidad y desembarazo; las que saben llegarse a cada uno de los presentes en particular, y a todos en general con más frescura y expresión, y las que contestan y se manejan en todo con aire fino, soltura comedida y noble agasajo; yo no sé por qué ha de haber hombres que se cortan de entrar en una sala de concurrencia, cuando en su casa saben hacer perfectamente los honores a las gentes que les favorecen o les necesitan cuando no tienen aquellas singularidades que les hacen ser tachado de ridículos; y cuando sabemos todos que solo el vicio y la ignorancia son las cosas que deben avergonzarnos.

Verdad es que muchos por huir de la cortedad han caído en el extremo contrario, y se han vuelto insolentes; del mismo modo que los cobardes saltan a desesperados por el demasiado riesgo en que se miran; y aunque tan defecto es uno como otro, siempre es peor la desenvoltura que el encogimiento; el medio entre estos dos extremos, da a conocer al hombre bien educado, pues se presenta con frescura y serenidad en todas partes, manifestando que tiene modestia sin cortedad y firmeza sin descaro; y siempre es mejor recibido un caballero de buen trato, aunque no sea de gran talento que un hombre de luces superiores, pero no criado entre gentes de modo.

Los hombres de poca crianza se cortan al entrar en una concurrencia, se desconciertan al hacer las cortesías y cumplidos, responden con dificultad a lo que se les pregunta, y se ve que todo lo hacen como si estuvieran repasando una lección; pero un caballero criado en el gran mundo, se presenta en cualquier parte con entera satisfacción de no hallar nada distinto de aquello que está acostumbrado a usar, y ver usar toda su vida; no le deslumbran las personas de mayor jerarquía, trata a cada uno con el respeto que le corresponde, sin embarazarse, y con la misma franqueza hablaría al Rey, que a cualquiera de sus vasallos, porque está hecho a tratar a sus inferiores con agrado y sin insolencia, y a sus superiores con respeto y sin timidez.

"Todos los defectos se corrigen con la buena educación y con el cuidado de observar los modales de la gente fina"

Esta es la gran ventaja de llevar a los señoritos desde niños a tertulias, y hacerles hablar a personas de respeto, y no haciéndolo así desde tierna edad, suelen salir cortos o huraños, y esto mismo suele arrastrarlos en su juventud a que prefieran el trato de la gente ordinaria, como de ninguna sujeción para ellos.

Haz también el reparo que todo hombre corto tiene torpeza para hablar, manejarse, etc. según sea el origen de su cortedad, pues las hay de genio, de talento, de memoria, de idea, etc.; pero todas ellas, como te he dicho, se corrigen con la buena educación y con el cuidado de observar los modales de la gente fina; y es una cosa que no puede dejar de conocerse por los que están alrededor del hombre torpe, y hay veces que aun cambiada, la cortedad en desvergüenza, queda siempre la torpeza para prueba de la mala crianza.

Verás a uno de estos cuando entra en una visita por la primera vez que se le enreda la espada entre las piernas y le hace torpezas a lo menos; así que se recobra de aquel caso, va a colocarse precisamente donde no debe; al sentarse se le cae el sombrero, al ir a levantarse se le va el bastón de las manos, y queriendo alzarle del suelo vuelve a dejar caer el sombrero, de modo que tarde un cuarto de hora en volver a acomodarse. Cuando no tiene algo en las manos, parece que le estorban, porque no sabe qué hacer de ellas, y así las está moviendo siempre; ya las lleva al pecho, ya las pone sobre los muslos, se pellizca las narices, se suena muy recio poniéndose muy colorado del la fuerza que hace, y mirando luego el pañuelo, gargajea también muy fuerte, arrojándolo lejos; y al medio de la sala saca su caja de tabaco para meter los dedos cuatro o cinco veces, no ofrece a nadie y hace bien, porque de asco no se lo admitirían; y luego que se mancha el bigote, las narices, la camisa y hasta los calzones por la torpeza con que lo toma; pero se queda todo sucio, porque no se ha hecho a advertir cuando lo está; finalmente, no hace cosa alguna como los demás.

En la mesa es donde más se ve la torpeza y mala educación de un hombre, porque la cuchara, el tenedor, el cuchillo, todo lo toma y lo maneja al revés de los otros; se sirve de los platos con la misma cuchara que ha tenido veinte veces en su boca, se da en los dientes con el tenedor, y también se los escarba con él, o con los dedos, o con el cuchillo, que da grima verlo. Cuando bebe no se limpia los labios ni los dedos antes, y así empuerca el vaso, y más por agarrarlo con toda la mano; regularmente bebe con ansia, esto le provoca la tos, con lo que vuelve la mitad del agua al vaso, y rocía al mismo tiempo a los inmediatos, haciendo mil visajes asquerosos.

Si se pone a trinchar alguna pieza, nunca atina con las coyunturas, y después de trabajar en vano para romper el hueso, salpica a todos con la salsa en la cara, y él se queda todo manchado con la grasa, y con las sopas que se le caen en la servilleta, que al sentarse metió por el primer ojal de su chupa o casaca, pero dejando la punta de modo que siempre le están haciendo cosquillas en la barba. Al tomar café, se quema seguramente la boca, aunque le da antes mil soplos; se le cae siempre la cuchara, la taza o el platillo, y al fin se lo derrama encima. Todo esto, verdad es que no son delitos criminales, pero sí son muy ridículos y fastidiosos entre gentes de modo; y así deben precaverse para ser uno bien recibido de la gente de crianza y de mundo, y habituándose y familiarizándose con ellos.

Si quieres que no te crean hombre de bajo nacimiento, huye de producirte con refranes a cada paso, de usar voces extrañas con acento provincial, en fin, todo lo que se llama lenguaje del pueblo. Cuida de no equivocar u olvidarte de los nombres de las personas, de las cosas o de las voces mismas, por ejemplo, no dirás: "el Señor, éste como se llama", ni nombrándole por su apodo, ni Señor Don, si no fuere persona decente, porque todo esto incomoda; tampoco te pongas a contar una cosa que no sepas bien, o no sepas del todo, o no sepas su nombre, porque te quedarás parado a la mitad, y se reirán con razón de tu torpeza y de tu cortedad.