Murmurar, criticar y cotillear en sociedad.

Hablar sobre el aspecto de una persona, sobre sus andanzas o sobre cualquier otra cosa con mala intención no es de personas bien educadas.

Reflexiones sobre las costumbres. 1818.

 

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Murmurar, criticar y cotillear en sociedad.

Un amigo mío me envió a decir que estaba algo indispuesto y no podía salir de casa; que fuera yo a verlo, y pasaríamos allí un rato en conversación. Sin perder un momento marché a verlo apenas recibí el recado; y como su indisposición no era más que un dolorcillo que le había puesto en la pierna, estuvimos sentados toda la tarde al balcón detrás de la celosía y desde donde, con la mayor disimulación, estábamos viendo y oyendo lo que pasaba y se hablaba.

Cabalmente el balcón de la casa vecina estaba casi pegado al nuestro. Había sentados en él dos caballeros algo entrados ya en edad, pero que conservaban todavía el buen humor de su juventud, según traslucimos por su conversación, por la cual supimos también que el uno se llamaba D. R.R., y el otro D. S.S. Su vestido era llano aunque muy decente, sus rostros estaban desembarazados de patillas, igualmente que sus piernas lo estaban de pantalones y de botas; veíanse patentes las facciones de la cara que manifestaban un alma franca, y las piernas explicaban con valentía sus contornos perfectamente formados.

Su aire festivo y su humor alagre nos llamó la atención, y mayormente cuándo observamos que su conversación se reducía a murmurar de cuantos pasaban por la calle. Repara aquella petimetra que viene por esta acera, dijo D. R.R., con su gran pañuelo, so mantellina de punto, su peineta de concha, su ridículo en la mano izquierda, su abanico en la derecha, su basquiña hasta la mitad de la pierna, con su media calada y su pisar bizarro; ¿la ves? Sí, respondió D. S.S. Pero, ¿no sabes quién es? No. Pensarás que es una mujer de título; pues mira, no es más que una miserable que lleva encima todo cuanto tiene como el caracol; y si le quitaras la concha, esto es, si le quitaras ese vestido exterior, descubrirías un andrajo por camisa.

Repara en aquel mozalbete que apunta por allá, dijo D. S.S., con su cabello erizado a manera de púas de puerco espín, y sus patillas espirales y rizadas, su casaquín hasta las caderas y sus botas a la bombé muy remilgado y majo; ¿lo has reparado bien? pues míralo, es un maridín que a cuatro días de casado, ya no podía ponerse el sombrero; repara como lo lleva en la mano, sin embargo de que los rayos del sol le hieren derechamente. San Antón le bendiga , dijo entonces D. R.R. Pues no digo nada de aquel sufrido que viene por este lado, prosiguió eí mismo D. R.R.; yo no sé como se lo compone; cuando se casó apenas tenía más que siete palmos de tierra para enterrarse, yahora se pierden de vista las fincas que tiene.

Hete pues por acá este otro cabizbajo que va y viene, y se para y vuelve sin saher a donde encaminarse; míralo bien, es el usurero más acabado que se conoce desde que hay usuras en el mundo; ¡infeliz el que cae en sus manos! lo desuella sin compasión. No sabe ya donde poner su dinero; sus cofres están atarugados de doblones; y a pesar de tanta riqueza, su comida se reduce los más días a unas sopas de gato, algunos a una sartén de arroz con ajos, y otros a pan y queso no más. Es un miserable que vive pobre, para morir rico.

Mira cual viene por medio de la calle aquel guapo que apenas puede respirar, añadió D. S.S.; míralo cuan serio, cuan ancho y cuan erguido, apenas se digna de mirar a nadie, envanecido allá a sus solas por no se que títulos y que blasones, y que borlas, y que rentas, y que se yo que tantas cosas más; pues, míralo, es el más solemne majadero que pisa la tierra.

Entrémonos, le dije yo a mi amigo, que, sin embargo, de que yo no he conocido a nadie de los que estes bellacos han murmurado, no quiero ver ya más. Cierto, que es un gusto el oír a una lengua que azota con libertad los vicios, las preocupaciones y los vanos caprichos de los hombres, pero debe perdonar a las personas; por que en este caso ya pasa más allá de los límites que prescribe la caridad, y faltan a ella, tanto los que murmuran como los que oyen; y así es, que por temor de si pasaba alguna persona que conocíamos, o mi amigo o yo, nos retiramos dentro. El chiste agudo y la sal picante da la murmuración agradan, pero los murmuradores son detestables.