Tarde novena. De la virtud.

Esta tarde, hijos mios, examinaremos lo que es la virtud, y lo que debe hacer el hombre para adquirir el bello título de virtuoso.

Lecciones de moral, virtud y urbanidad.

 

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Emilio. - Papá, acabo de hacer una cosa que me parece buena.

El Padre. - Y ¿qué es lo que has hecho, amigo mío?

Emilio. - Toda la noche pasada estuve pensando en lo que V. nos contó ayer tarde; pareciéndome que el canario que estaba en la jaula sufriría mucho al ver a otros pajaritos en libertad, le he abierto la puerta, y se ha ido volando, ¿He hecho bien, papá?

El Padre. - No, hijo mío; yo te diré por qué. Primeramente debiste consultar conmigo, pues el pájaro no era tuyo, y no podías saber si yo tendría gusto en darle libertad; en segundo lugar, lejos de haber hecho un beneficio al pajarito, tal vez le has acarreado su ruina. Has de saber que los canarios no están acostumbrarlos a vivir en libertad como los otros pájaros; no conocen los peligros que les rodean, ni por consiguiente saben evitarlos; tampoco saben hallar el alimento que les conviene, ni hacer los nidos. En fin has obrado bien si se consulta tu sensibilidad y tu corazón, pero mal por falta de experiencia. Mas esto no quiere decir nada; tal vez volverá el canario a casa al observar que no le va tan bien fuera de ella; y será bueno que vayas y pongas la jaula en el balcón con la puertecita abierta.

Jacobito. - Bien le decía yo que no lo hiciese; pero él quería sostener que era mejor dar libertad al canario.

El Padre. - Esta tarde, hijos mios, examinaremos lo que es la virtud, y lo que debe hacer el hombre para adquirir el bello título de virtuoso. ¿Te acuerdas, Jacobito, de lo que dije yo de la virtud la primera tarde que nos reunimos aquí para tratar de estas cosas?

Jacobito. - Sí, señor; nos dijo V. entonces, querido papá, que la virtud consistía en hacer gratuitamente, y a veces contra el interés propio, una cosa útil a sus semejantes; o hacer sacrificios generosos sin esperar la recompensa de ellos.

El Padre. - Veo que tienes memoria, y que escuchas con atención lo que digo. La palabra virtud, que significa fuerza, valor, nos da a entender que es menester bastante ánimo para hacer el bien contra nuestro propio interés. ¿Qué te parece a tí más hermoso, Jacobito, seguir los preceptos de la virtud, o los de la moral?

Jacobito. - Cumplir los preceptos de la moral es lo mismo que pagar una deuda, es decir, que es obligación nuestra ser buenos. Ser virtuosos es obrar generosamente, y a mí me parece que es más hermoso hacer el bien por solo el bien mismo, que por cualquiera otro motivo menos desinteresado.

El Padre. - Según eso, en tu opinión, vale más la virtud para la felicidad del género humano que la simple moral.

Jacobito. - Así me parece a mí.

El Padre. - Y si yo te dijera que la moral es más útil, ¿qué dirías?

Jacobito. - En tal caso destruiría V. el afecto más bello que me ha inspirado.

El Padre. - No te aflijas, amigo mío, no destruiré los buenos sentimientos de tu corazón; trataré solamente de rectificar tus ideas. La moral es la base de todo lo bueno que se hace en el mundo. Hoy os consagro todos mis afanes, mis dias, mi terneza; iguales beneficios he recibido de mis respetables padres; vosotros haréis lo mismo con vuestros hijos; pago una deuda precisa, que vosotros también pagareis cuando os llegue el turno. Os abstenéis de hacer mal, para que no os lo hagan; dais, porque tenéis necesidad de recibir; tales son las leyes del mundo; y ¿en qué vendría a parar el género humano si fuesen despreciadas estas leyes?

No habría cosa con cosa. Si por el contrario todos los hombres las respetasen con la más escrupulosa fidelidad, la tierra se convertiría en una morada de inocencia. Ved cuáles son los beneficios de la moral; la virtud es el complemento de ella; da más realce a la gloria del hombre y a la dicha del género humano. No creáis por esto que trato de encoger vuestras almas, dispensándoos de hacer todo el bien que podáis. Hagamos cuanto podamos, sin temor de traspasar los limites de nuestros deberes. Veamos ahora, amigos mios, cuáles son las principales virtudes del hombre.

Al frente de todas ellas pondré el sacrificarse por sus semejantes. De este sentimiento generoso, que hace nos olvidemos por los otros, se deriva todo el bien que hacemos.

En segundo lugar os hablaré de una virtud, que para practicarla supone más valor todavía que para sacrificarse por el bien ageno: y es, hacer bien al que nos ha hecho mal.

Últimamente terminaré esta parte diciéndoos algo de las virtudes personales, esto es, que solo tienen relación con nosotros mismos.

Sacrificarse por sus semejantes.

El Padre. - Díme, Emilio, ¿qué entiendes tú por sacrificarse por sus semejantes?

Emilio. - Quiere decir, según yo entiendo, que el hombre verdaderamente virtuoso expone sus bienes y su vida, si sus semejantes tienen necesidad de sus socorros.

El Padre. - Y ¿qué orden debe observar en estos sacrificios generosos?

Emilio. - Según he oido a V. otras veces los parientes deben ser antes que los extraños.

El Padre. - Establezcamos algún método en lo que vamos diciendo; sentemos por principio general que todos nos debemos a todos nuestros semejantes; pero en circunstancias igualmente apuradas antes de todo es nuestra familia, en seguida la patria, y finalmente los extraños.

Emilio. - Eso me parece muy natural; pues si yo no tuviese más que un pedazo de pan, y supiese que V. se hallaba en la más extrema indigencia, teniendo yo bastante virtud para preferir la vida de otro a la mía, antes que a un extraño daría a V. mi único alimento, querido papá.

El Padre. - Eso mismo haría un padre, con sus hijos.

Jacobito. - Cuente V., papá, aquel caso tan bueno de un padre de familia.

El Padre. - Supuesto que tú lo sabes, ¿por qué no nos lo cuentas?

Jacobito. - Porque yo no sabré decirlo tan bien como V.; ya verás, Emilio, como se sacrifica un padre por sus hijos.

El Padre. - Había un pobre hombre llamado Pascual, que ganaba su vida a fuerza de trabajar, pero tenía que mantener a su mujer y cuatro hijos. Era un peso enorme, mas en tanto que pudo cubrir los gastos no se quejó; porque él no pasaba pena por las fatigas suyas, sino por las necesidades de su familia. El pobre Pascual ganaba tan poco, que a veces se privaba del alimento necesario para dárselo a sus hijos; él solo era quien sufría todo con un valor superior a sus trabajos.

No obstante, a pesar de todo su cuidado y vigilias, a pesar de la obstinación con que combatía su triste suerte, Pascual se vio asaltado de la más terrible miseria. Su mujer y sus hijos empezaron a sufrir el hambre, y a pedir pan con lágrimas en los ojos. Pascual, venciendo la vergüenza que hay en implorar la asistencia de los que pasan, de los desconocidos que desprecian, el desgraciado Pascual sale de su casa, y con tímida voz y la cara bañada en lágrimas pide que se sirvan aliviar su miseria. Ni oyeron su voz, ni sus lágrimas fueron vistas. Si alguno le daba algo era tan poco, que su familia no podia satisfacer la necesidad más urgente de la vida.

Desesperado Pascual, corre por las calles, se encuentra con un compañero suyo tan pobre como él.

"Estoy perdido, le dice, hace veinticuatro horas que mi mujer y mis hijos no han comido... no sé lo que hacer... estoy por matarme.

- Amigo mío, le dijo el otro, penetrado de su situación, toma esos cuatro cuartos, es todo lo que puedo darte; pero si quieres ganar la vida te enseñaré un medio.

- Haré todo lo que me digas, con tal que no sea contra la probidad.

- Ve a casa de Fulano, que ahora aprende a sangrar, y es regular, que te dé algún dinero, por ensayarse en tu brazo."

Pascual va corriendo a la casa indicada; le sangran; le pagan: sabe que en otra casa hacen lo mismo; corre y se hace sangrar en otro brazo. Lleno de júbilo este hombre respetable, compra pan, vuelve sin la menor dilación a su casa, y lo reparte entre su mujer e hijos.

"¿Qué es esto, padre? ¿Por qué te has hecho sangrar?", le preguntan sus hijos y su mujer.

"Hijos mios, querida mujer, le responde el padre con los ojos arrasados de lágrimas y abrazándolos estrechamente, ha sido... ha sido para compraros pan."

Emilio. - Es un caso muy tierno; me aflige mucho oír cosas tan tristes; si dependiera de mí no habría desgraciados en el mundo.

El Padre. - Díme ahora, Jacobito, ¿en qué consiste el amor a la patria?

Jacobito. - En preferir el interés de la patria al de uno propio, en dar su vida por ella cuando sea necesario.

El Padre. - Está bien, así cuando un príncipe, un general, un magistrado sacrifican todo su tiempo, sus bienes y aun su salud a la felicidad general, se puede decir que son hombres verdaderamente virtuosos.

El ciudadano que hace a espensas suyas alguna obra pública, como un camino real, un canal, etc., o funda un hospital, una casa de educación, etc., da pruebas de su amor a la patria.

Finalmente el militar es el que más hace, y a quien regularmente se agradece menos, pues se expone a perder la vida por la conservación de las leyes de su pais, y por librar a sus conciudadanos de la esclavitud extranjera.

Jacobito. - Papá, ¿qué se entiende por ser traidor a la patria?

El Padre. - Es traidor a la patria el ciudadano que la ofende con ánimo deliberado, cualquiera que sea el motivo que le impela a una acción tan vil. El conde D. Julián, que facilitó la entrada de España a los Moros, por vengarse de una injuria que le hizo el rey, fue un traidor a su patria. El que entrega al enemigo una fortaleza, un ejército, un buque de guerra, sin hacer la debida defensa, el que revela los planes, los proyectos y facilita al adversario una victoria, sea por interés, por pique de que no le atienden o pagan, o por espíritu de venganza, es un traidor, que merece la execración universal, y que aun el enemigo mismo a quien sirve, le desprecia y detesta. También es traidor el general, que, sin la competente autorización del gobierno, entra en convenios con el enemigo sobre la suerte futura de toda la nación.

Jacobito. - Y si la patria destierra injustamente a un hombre como dicen sucede a menudo, ¿le es permitido en tal caso vengarse de ella?

El Padre. - No, el que obra así no sabe lo que es virtud, no tiene idea de lo que es grandeza de alma; es un miserable, un hombre vengativo que sacrifica a su resentimiento sus padres, sus hijos, sus amigos, sus conciudadanos, la masa general de la nación, que es lo que compone la patria (Nota 1).

Si hubo en Roma un Coriolano, que resentido de verse desterrado por el pueblo, se unió a los enemigos de su patria para esclavizarla, aunque en el lance decisivo cedió a los ruegos y lágrimas de su madre, también hubo un Camilo que supo salir de su destierro para abatir el orgullo de Breno, a tiempo que éste habia reducido a Roma a la última extremidad. Temístocles prefirió envenenarse a marchar contra Atenas a la cabeza del ejército del rey mismo que le habia acogido en su corte, cuando se refugió en ella huyendo de los Atenienses. Muchísimos Griegos y Romanos hubo para quienes la patria fue ingrata, empero nunca amancillaron su honor. Mas no creáis que todas estas virtudes generosas fueron un patrimonio exclusivo de la antigüedad, nuestra historia presenta a cada paso rasgos no menos nobles que los que refieren Tito Livio, Cornelio Nepote y Plutarco.

(Nota 1). Creon, rey de Tebas, prohibió que se diese sepultura al cadáver de su sobrino Polinice, por haber venido éste con un ejército extranjero a echar a su hermano Eteocle del trono que le habia usurpado.

Jacobito, sube a mi cuarto, y tráeme aquel librito que contiene los romances del Cid Campeador. No obstante el mal tratamiento del rey a este invicto Español, y haberle desterrado injustamente, en su alma heroica no se anida el rencor, su venganza es hacer la guerra a los Moros, para presentar a los pies del ingrato monarca las coronas que su invencible diestra habia conquistado saliendo del destierro, no por la voluntad de su rey, sino aguijoneado por su valor, por su amor a la patria, y por todo lo que era grande y magnánimo.

Jacobito. - Aquí está el librito que V. me pide.

El Padre, abriendo y hojeando el libro, lee en alta voz este romance.

Jacobito lee:

Romance.

Victorioso vuelve al Cid
a San Pedro de Cárdena
de las guerras que ha tenido
con los Moros de Videncia.

Las trompetas van sonando
por dar aviso que llega,
y entre todos se señalan
los relinchos de Babieca (Nota 2).

(Nota 2: Nombre del caballo del Cid)

El abad y monjes salen
a recibirlo a la puerta,
dando alabanzas a Dios,
y al Cid mil enhorabuenas.

Apeóse del caballo,
y antes de entrar en la iglesia,
tomó el pendón en sus manos
y dice de esta manera:

"Salí de ti Templo santo,
desterrado de mi tierra,
mas ya vuelvo a visitarte
acogido en las ajenas.

Desterróme el rey Alfonso,
porque allá en Santa Gadea
le tomara el juramento
con más rigor que él quisiera".

Las leyes eran del pueblo
que no excedí un punto de ellas,
pues como leal vasallo
saqué a mi rey de sospecha.

¡O envidiosos Castellanos,
cuan mal pagáis la defensa
que tuvisteis en mi espada
ensanchando vuestra tierra!

Veis aquí os traigo ganado,
otro reino y mil fronteras,
que os quiero dar de las mías,
aunque me echáis de las vuestras.

Pudiera decirlo a extraños,
mas para cosas tan feas
soy Rodrigo de Vivar,
castellano a las derechas.

Hijos mios, la patria no muere; podrá el gobierno ser malo, injusto, opresor; pero ¿quién asegura que no podrá sustituirle mañana otro que sea bueno, justo e ilustrado? Y en tal caso ¿cómo se arranca de las manos del enemigo lo que en un acceso de rabia, despecho o venganza, le entregaron los traidores? Supongamos que el gobernador de Gibraltar sabe que el gobierno inglés trata de quitarle el mando por capricho, o por dárselo a un rival suyo; aun más, que trata de prenderle y formarle una causa criminal; ¿os parece que no seria un traidor si entregase la fortaleza a los Españoles?

Jacobito. - Papá, cuéntenos V. algún caso que nos haga ver el sacrificio de un militar español.

El Padre. - Centenares pudiera contaros; la nación española no necesita ir a mendigar en la historia de las otras naciones ejemplos sublimes de virtud. Los extranjeros publican bajo mil formas diversas sus gloriosas acciones; nosotros las ejecutamos, sin cuidarnos mucho de que las publique la fama. El caso que os voy a referir lo se de boca del mismo general D. Francisco Espoz y Mina, cuyas hazañas y virtudes militares en vano ha intentado denigrar la calumnia.

D. Manuel Salinas era teniente de húsares en la guerra de la independencia, que la España con admirable constancia sostuvo contra todo el poder de Napoleon. Hallábase en Navarra a las órdenes del intrépido D. Javier Mina, sobrino deleitado general. Exasperados los Franceses al ver que este jefe les hacía una guerra activa con un puñado de gente, y que con la rapidez de sus movimientos se burlaba de todos sus planes, para cogerle prisionero o matarle en el campo de batalla, destacaron al general Panetier con un escuadrón de lanceros con el objeto de sorprenderle en la ciudad de Corella donde se hallaba.

El general francés llegó a dicha ciudad al amanecer del 13 de octubre de 1809, y con arreglo a las noticias exactas que tenía, entraba por una calle angosta por dirección al alojamiento de Mina. El teniente Salinas se encontraba a caballo en la misma calle; su silencio hubiera asegurado su vida y la captura de su jefe y compañeros de armas; mas prefiriendo la salvación de éstos a la conservacion de su propia vida, sin vacilar un momento tiró al escuadrón gritando: ¡A las armas! ¡El enemigo! Salinas pereció heroicamente entre las lanzas de los Franceses, y su alma voló al seno augusto de la inmortalidad a recibir el premio de acción tan distinguida.

Jacobito. - ¡Qué oficial tan valiente! ¡Qué lástima que hubiera perecido!