Comentario sobre "La urbanidad en las maneras de los niños". VI.

Comentario de Julia Valera sobre la obra de Erasmo de Rotterdam "De la urbanidad en las maneras de los niños" -De civilitate morum puerilium-.

Erasmo de Rotterdam. 1537. De la urbanidad en las maneras de los niños. De civilitate morum puerilium

 

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Por último, y para no multiplicar indefinidamente los ejemplos, veamos las fórmulas que el jesuita Lorenzo Ortiz, en "Ver, oír, oler, gustar, tocar. Empresas que enseñan y persuaden su buen uso en lo Político y en lo Moral", ofrece para utilizar bien los sentidos. Este libro se sitúa a medio camino entre los trataditos de civilidad para niños y los preceptos destinados al cortesano. Tomemos un simple ejemplo referido al sentido de la vista: "Oiga el próximo en el hablar de nuestra vista lo que la caridad cristiana, la política civil y la cortesía atenta y afable le dijeren (...), y recibiremos en la vista de los otros dignas respuestas de amor y cortesía. No sea como el Basilico, que todo cuanto mira, mata. No sea como el Mico, que a todos provoca risa. No sea como el Escarabajo, que a la luz del sol vuelve la espalda. No mire como el Avestruz sus huevos, con tal atención que lo quiera empollar todo. Mírese lo grande con la veneración de que se conoce; lo ingenioso, con la atención de que se entiende; lo bajo, con el descuido de que se desprecia; lo hermoso, con la severidad de que no se codicia; lo feo, con la sencillez de que no se burla". Y continúa: "La palabra libre, el mirar desenvuelto, el movimiento afeminado, la libertad en el rostro dejan lastimados los ojos de los que tienen más limpia la vista". (LORENZO ORTIZ: Ver, oír, oler, gustar, tocar. Empresas que enseñan y persuaden su buen uso en lo Político y en lo Moral, 1636, pp. 15-16 y 61).

En contraposición a esta civilidad dirigida a los medianos de condición y a los niños, examinemos muy brevemente los usos del cuerpo que se atribuyen al cortesano, quien además de claro linaje y buen ingenio ha de ser "gentil hombre de rostro, de buena disposición de cuerpo y alcanzar una cierta gracia en su gesto que le haga luego a primera vista parecer bien y ser de todos amado. Sea esto un aderezo con el cual acompañe y dé lustre a todos sus hechos, y prometa en su rostro merecer el trato y la familiaridad de cualquier gran señor". De ahí que deba mostrar en la cara una buena gravedad de hombre y parecer dulce a la vez. "Esta calidad es muy buena y suélese hallar en muchas y diversas formas de rostros, y, en fin, es tal cual yo la querría para nuestro cortesano; no regalada ni muy blanda, ni mujeril como la desean algunos, que no sólo se encrespan los cabellos y, si a manos viene, se hacen las cejas, mas aféitanse y cúranse el rostro con todas aquellas artes y diligencias que usan las más vanas y deshonestas mujeres del mundo. Estos son los que en el andar, en el estar y en todos los otros ademanes son tan blandos y quebrados, que la cabeza se les cae a una parte y los brazos a otra". En fin, "le conviene mucho tener la persona suelta, y por eso cumple que sea de buena disposición y de miembros bien formados, mostrando en ellos fuerza y soltura". Para lo cual ha de adquirir destreza en las armas que se utilizan entre caballeros, ejercitándose más que medianamente en cabalgar, correr lanzas y justas, jugar a las cañas, cazar, danzar, saltar, tornear, nadar y correr. Y todo ello ha de hacerlo "con tan buen arte que parezca avisado y discreto y en nada le falte la buena gracia", ya que con tan diversos ejercicios "muéstranse y hónranse los caballeros en las fiestas públicas en presencia del pueblo, las damas y los príncipes". (BALTASAR DE CASTIGLIONE: El Cortesano. Bruguera. Barcelona. 1972, p. 92 y ss.).

Frente a una vestimenta un tanto descuidada que sienta bien a los muchachos, siempre que sea aseada y no esté sucia ni descosida, el cortesano ha de ir bien vestido: "Han de ser los vestidos muy asentados, y que vengan bien a las personas, porque los que tienen vestiduras ricas y nobles (pero mal entalladas y sin aseo) no parecen ser hechas a sus cuerpos, y dan a entender una de dos cosas, o que los tales no tengan ningún cuidado de sí o que no conozcan lo que pueda ser gracia, ni mesura, ni cumplimiento alguno con las gentes". (LUCAS GRACIÁN DANTISCO, op. c., p. 36.).

Lope de Vega dedica a Gracián Dantisoc al inicio de su libro el siguiente soneto, que da cuenta del clima de alborozo en el que se instituye la cortesía:

Alegres nuevas, venturoso día,
dichoso bien del cielo enriquecido;
albricias os demando, albricias pido,
de la nueva que traigo de alegría.

Los que buscáis recato y policía,
perfecta gracia del cortés polido;
sabed por cosa cierta que ha venido,
la curiosa princesa cortesía.

Espejo del vivir claro dibujo,
común provecho, aviso y noble trato,
ofrece en cuanto pide el buen deseo.

Llámase el Cortesano que la trajo,
Gustoso, General, Gracioso, Grato,
Gracián, Galán, Gallardo, Galateo.

No sólo los ejercicios de armas y la vestimenta servirán para resaltar el linaje y la calidad del noble caballero, su lenguaje será muy especialmente cuidado por los autores encargados de instituir sus esplendentes cualidades. El hablar poco y moderado, así como el guardar silencio no es cosa suya: ha de ser elocuente y persuasivo, hablar con extremada gracia y llaneza avisada, con desembarazo y sin afectación.

En la conversación debe considerar la disposición de los oyentes además del tiempo, las personas con las que habla y su propia calidad y estado. Guardará siempre la autoridad, evitando pronunciar palabras sucias o hacer gestos deshonestos, tales como torcer el rostro o mostrarse desvergonzado; compondrá, por el contrario, todos sus movimientos de manera que los que estén presentes imaginen por sus palabras y gestos mucho más de lo que ven y oyen (Respecto a la buena crianza de los nobles véase mi trabajo Modos de educación en la España de la Contrarreforma. La Piqueta. Madrid, 1983. En esta obra muestro, asimismo, cómo la tradición inaugurada por Erasmo y Vives será sobre todo retomada por los jesuitas. En este sentido son importantes las obras de ALONSO DE ANDRADE: El estudiante perfecto y sus obligaciones (1643), y de GASPAR DE ASTETE: Institución y guía de la juventud cristiana (1592).).

No es, pues, de extrañar que la naturaleza natural, la naturalidad, aparezca históricamente como propia de los grupos que tienen medios para construirla, es decir, de aquellos que viven en un mundo desembarazado de urgencias materiales, que no tienen que valerse del trabajo de sus manos para subsistir.