Cortesía de unas naciones a otras. I.

La ley de Moisés no admitía en los tribunales el testimonio de un extranjero.

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida.

 

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La cortesía de unas naciones a otras.

La recíproca urbanidad entre las naciones es una virtud artificial que la filosofía ha procurado extender y contra la cual se reacciona la natural barbarie del hombre. En donde el comercio no hizo sentir la necesidad de comunicarse con los pueblos vecinos y con los lejanos; en donde la religión no impuso el deber de tratar a todos los hombres como hermanos, el forastero fue en todos los siglos y en todos los pueblos, con muy pocas excepciones, despreciado, aborrecido y maltratado. Muchos pueblos de la Taurida sacrificaban anualmente a sus dioses y a su avaricia todos los forasteros que las tempestades arrojaban a sus costas, y confiscaban sus bienes.

Desde los primeros tiempos de la historia hasta el siglo décimo octavo, las poblaciones europeas que habitaban las costas consideraban sus escollos como fuentes de riqueza, pues se apoderaban de los buques extranjeros que iban a estrellarse contra ellas. Los señoríos cuyo fondo tenia por límite un río o tocaba en sus márgenes, consideraban lo que se llamó derecho de naufragio como igual al derecho de pesca.

Los germanos, según dice César, tenían por lícito el hurto cometido fuera de su territorio. Esta es la moral de todos los pueblos salvajes. Los árabes del desierto, tan humanos, tan fieles y tan desinteresados entre sí, son avarientos y feroces contra las naciones extranjeras. Aunque son buenos padres, buenos maridos y buenos amos, miran cual enemigo al que no pertenece a sus familias (Nota 1).

(Nota 1). Aún en nuestros días en los pueblos civilizados la plebe experimenta menos escrúpulo en engañar a un forastero, que a un nacional. El acento del comprador induce al vendedor a levantar el precio o a rebajarlo.

La ley de Moisés no admitía en los tribunales el testimonio de un extranjero, y mientras prohibía la usura con los nacionales, la permitía con los extranjeros.

El Egipto fue siempre inaccesible a los extranjeros hasta el rey Psamético, pues el gobierno ordenaba matar y reducir a esclavitud a los que eran sorprendidos en las costas.

Cuando los griegos aún no habían conocido la necesidad del comercio, ridiculizaban a los forasteros en el teatro; en algunas partes los robaban y los hacían esclavos, y en otras los condenaban a muerte. Aristófanes llegó a decir que entre el extrangero y el ciudadano hay la relación misma que entre la paja y el grano. La suerte que les tocaba a los extranjeros que se establecían en Atenas era diferente de la de los naturales en tres puntos. No participaban de todos los privilegios de los hijos de padre y madre ateniense; estaban obligados a pagar un tributo equivalente a la sexta parte de sus rentas, y si no lo satisfacían eran vendidos como esclavos; y en las públicas larguezas no se les distribuía sino la mitad de lo que se daba a un ateniense.

Los romanos agresores de profesión, declaraban bárbaras a todas las naciones que no hablaban la lengua del Lacio, y creían que su nobilísima estirpe se contaminaba si un romano se casaba con una extranjera, por la cual la ley lo prohibía, olvidando el rapto de las sabinas.

En los siglos modernos, unas veces se tuvo por único y otras por principal origen del derecho de ciudadanía el nacimiento.

La convicción de la debilidad de nuestras fuerzas, la malicia de las personas más astutas, de las cuales somos con frecuencia víctimas, los sucesos accidentales que nos sorprenden sin que podamos preverlos ni prevenirlos, son las causas por las cuales el hombre vive en contínuo estado de agitación y de inquietud, y por esto teme todo lo queje es desconocido. Las poblaciones se temen antes de conocerse, y como en las islas son más fáciles las sorpresas, este temor se nota principalmente en los isleños. Esta desconfianza ha dado lugar a que se construyeran en los confines de los estados, reparos y murallas. La célebre de la China tiene quinientas leguas, y nunca hubieran podido penetrar por ella los tártaros. La filosofía derramando los conocimientos, y el cristianismo por medio de sus misioneros han disminuido esa desconfianza.

El robo de las cosas pertenecientes a otro se le presenta al hombre como menos fatigoso y más expedito, y entre los pueblos bárbaros es más honroso que el cultivo de las tierras, y he aquí el origen de la piratería, en tantos tiempos encomiada.