Lección sobre el mundo. Parte II.

La naturaleza humana es la misma en todo el mundo; pero sus operaciones varían tanto según la educación y según la costumbre.

Lecciones de Mundo y de Crianza. Cartas de Milord Chesterfield. 1816.

 

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El mundo.

Las mujeres, en general, tienen por primer objeto su hermosura; y en este punto, apenas podrás decirlas una lisonja tan grande que no la puedan tragar bien. Rarísima vez forma la naturaleza una mujer tan disforme que sea insensible a la lisonja de su personal; pues si su cara es tan fea que no pueda dudarlo por más que quiera, tiene confianza que la gallardía de su cuerpo la desagravia con ventaja; si es contrahecha, cree que su buena cara lo perdona todo; si el semblante y figura son malos, se consuela con que tiene gracia, talento, buen modo y el no sé qué, aún más atractivo que la belleza; y de esta verdad se convence uno cuando observa el estudio, cuidado y esmero que ponen en prenderse las mujeres más feas. Una hermosa que sin disputa ni duda alguna sea conocida por tal, es la menos sensible a semejantes lisonjas, porque sabe que es acreedora a ellas, y que nadie le da más de lo que es suyo; y así debe de ser lisonjeada sobre su espíritu, garbo o entendimiento; pues aunque no dude ser perfecta en todo, pero no está segura de que los demás hagan el mismo juicio.

La naturaleza humana es la misma en todo el mundo; pero sus operaciones varían tanto según la educación y según la costumbre que debe uno verla en todos sus trajes para conocerla bien; la pasión de ambición, por ejemplo, es la misma en un cortesano, en un eclesiástico y en un militar; pero según sus diferentes educaciones y hábitos tienen sus varios modos de satisfacerla. La política que es una disposición para agradar y obligar a los demás, es la misma, esencialmente, en todas partes; pero lo que llaman buena crianza, que es el modo de practicar esta disposición, es diferente en cada ocasión, y meramente local; y todo hombre sensato imita y se conforma a los actos de buena crianza del paraje donde se halla. Una conformidad y flexibilidad de modales es indispensable en la carrera del mundo; se entiende respecto a las cosas que son males en sí. Finalmente, un genio versátil es el más útil de todos, porque pasa en el momento de un asunto a otro, tomando el tono y modo correspondientes, serio en los graves, festivo en los alegres, y ligero en los frívolos.

No hay cosa más atractiva, verdaderamente, que una suave y fácil conformidad a los modales, costumbres y aún debilidades de los demás hombres; un joven no debe hallar nada extraordinario, y debe ser para las cosas buenas, lo que dice de Alcibiades para las malas; esto es, un Proteo, porque tomaba con facilidad y usaba con naturalidad toda especie de formas; y así el calor, frío, sobriedad, festines, ceremonia, alegría, despejo, erudición, frivolidad, negocios, diversiones, etc. son modas que debe uno estar pronto a tomarlas, dejarlas y variarlas según las circunstancias, con tanta facilidad como se toma y se deja el sombrero.

No me entiendas mal, creyendo que mi ánimo es recomendarte la infame adulación de los vicios y la criminal lisonja de los delitos; todo al contrario, te encargo muy mucho que los desapruebes y los detestes; pero no hay hombre en el mundo que no tenga una complaciente indulgencia a las debilidades de los otros, y a sus inocentes, aunque ridículas vanidades. Si un hombre tiene la extravagancia de creerse de más talento, o una mujer de más hermosura de la que en realidad tengan, su error es un consuelo para ellos, y es inocente respecto a los demás; y yo prefiero antes, ganar amigos a costa de perdonarles estas flaquezas, que adquirirme enemigos por empeñarme (sin fruto) en desengañarlos.

"Siente uno más que se sepan sus imperfecciones y debilidades que sus vicios y delitos"

No hay persona de tan poca importancia y respeto que alguna vez no pueda serte útil en algo; pero seguramente no te servirá si antes la has tratado con menosprecio; porque ya te he dicho, que las ofensas se perdonan con el tiempo, pero nunca los desaires; pues el amor propio siempre nos los trae a la memoria, y nos los pone a la vista; y así haz por disimular contigo, y evitar a otro un desdén por justo que te parezca, sino quieres granjearte un enemigo implacable. Cree que siente uno más que se sepan sus imperfecciones y debilidades que sus vicios y delitos; de modo, que si le das a entender a uno que le tiene por sencillo, ignorante, ordinario o mal criado, te odiará más que si le hubieras tratado de pícaro.

No hay cosa tan insultante como el empeñarse uno en hacer sentir a otro cualesquiera una molesta inferioridad, sea en su talento, su clase, sus haberes, etc. porque no solo es mala crianza y mal carácter, sino que es injusto echarle en cara cosas que no están en su mano. La buena crianza y el buen natural nos inclinan a ensalzar a los demás antes que a deprimirlos y mortificarlos; fuera de que es una locura que siendo dueños de hacerlos amigos nuestros, prefiramos aumentar el número de nuestros enemigos. Todo hombre está de algún modo obligado a desempeñar los deberes sociales de la vida; pero las atenciones particulares son actos voluntarios y libres, ofrendas de la buena crianza y del buen natural, y como tales son recibidos, recordados y devueltos. Las mujeres, particularmente, son siempre acreedoras a todas nuestras consideraciones y atenciones, tanto que la menor omisión es un delito contra la buena crianza.

Nunca deberíamos ceder a la tentación (que es muy fuerte en la mayor parte de los jóvenes) de publicar los defectos o penurias de los otros solo por divertir a los que nos escuchan, o por darnos un aire de superioridad; y si con este medio podemos hacer reír a los circunstantes en aquel acto, también podemos estar seguros de que el paciente será en adelante nuestro contrario eterno, y que aquellos mismos que se reían de oírnos, cuando lo reflexionen a solas, nos tacharán de mal corazón, temerán nuestra ausencia, y detestarán de nosotros. Si tenemos gracia podemos usarla de modo que divierta, pero que no dañe a nadie; y podemos lucir como el sol en las horas templadas, sin abrasar como en el mediodía.

La tentación de decir una agudeza chistosa, y el malicioso aplauso con que es generalmente recibida, causan muchos y muy implacables enemigos al que la dice (con gracia o sin ella, que el picado no se para en eso), y así no te dejes llevar nunca, recordándote de la desazón, disgusto, incomodidad y resentimiento que te ha originado cuando tal graciosidad ha sido dirigida contra ti; pues los mismos sentimientos excitarás en igual caso a otro cualquiera; y si es una simpleza perder un amigo por un chiste picante, me parece aun mayor tontería hacerse un enemigo de una persona indiferente, solo por el lujo de decirle una aguda mordacidad; cuando te dirijan alguna, el medio más prudente es aparentar que no has comprendido sea contra ti, disimulando y encubriendo cualquiera especie de incomodidad que te haya causado internamente; y si fuere tan claro que no puedas darte por desentendido, ponte a reír de ti mismo con los demás, confiesa que ha dado un golpe hermoso, celébralo como un chiste gracioso, y embroma a todos sobre su dicho, con buen humor y cara de risa; pero sin responder otra chulada como en desquite, porque darías a entender que te había incomodado la suya, y le confesarías en eso mismo la victoria a que aspiraba, sin dejarle chasqueado como merecía; pero si el dicho fuese una mofa, escarnio o calumnia que injuriase a tu honor, o desmintiese la buena opinión de tu carácter moral, entonces no le quedan al hombre de bien más que dos caminos, y son, el primero una muy formal y profunda cortesía, diciéndole: le doy a Vd. mil gracias por lo que me ha honrado; y el segundo, despedirse contestándole: las visitas no son el sitio de tomarse esas satisfacciones.