Lección sobre la buena crianza.

La buena crianza es la única cosa que a primera vista dispone los ánimos en favor nuestro, pues para conocer los grandes talentos es menester más tiempo.

Lecciones de Mundo y de Crianza. Cartas de Milord Chesterfield. 1816.

 

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La buena crianza.

La mejor definición que yo he oído de la buena crianza, es la suma de mucho discernimiento, algo de buena índole, y un poco de consideración a los demás para granjear igual condescendencia de ellos.

La buena crianza es la única cosa que a primera vista dispone los ánimos en favor nuestro, pues para conocer los grandes talentos es menester más tiempo; y no creas que consiste en profundas cortesías y formales ceremonias, sino en un manejo político, despejado y respetable; el saberse presentar es la mejor carta de recomendación que puede uno llevar, y es el mejor padrino del mérito, porque atrae los ánimos, y aun tal vez los seduce a favor del sujeto.

He dicho que el buen discernimiento es el que determina generalmente en casos de buena crianza, pues lo que sería político en tal ocasión y en tal persona, podría ser impolítico en otras diversas. No quiero decir con esto que no hay reglas fijas de buena crianza, siéndolo por ejemplo: no contestar a nadie sí, o no, solamente, sin añadir la palabra señor, porque siempre incomoda al que pregunta; responder con afabilidad al que hablare, sea quien fuere; ponerse de los últimos en una mesa, sino le instaren a colocarse más arriba; comer con aseo, sin cortedad, y sirviendo de los platos que se estén delante; no sentarse jamás mientras vea uno que los demás se mantienen de pie; hacer todas las cosas con aire de complacencia, y no con mala cara, como si las hiciera por fuerza; ceder el asiento, el paseo, la entrada, etc.

No hay cosa tan difícil de conseguir como la buena crianza, siendo indispensable usarla perfectamente; es incompatible con la estudiada formalidad, con el impertinente desasosiego, y con el torpe encogimiento; y aunque alguna vez es preciso un cierto grado de ceremonia y de compostura, la seriedad austera siempre es chocante.

"Los hombres de crianza y de mundo demuestran el respeto con un gran cumplido, natural y despejadamente, sin afectaciones"

Debe uno atenerse a las fórmulas, y costumbres particulares de las cortes: en una se hacen cortesías y no reverencias; en otras nadie se arrodilla ni besa la mano; y en otras se hace lo uno y lo otro; cada corte tiene sus singularidades, de las cuales es preciso informarse con anticipación para usarlas el que las visite, y se presente excusando faltas de ceremonia y de finura.

Es muy raro el que falta al respeto debido a aquellas personas que se tienen por de un grado muy superior; pero los hombres de crianza y de mundo demuestran el respeto con un gran cumplido, natural y despejadamente, sin afectaciones cuando un hombre que no está acostumbrado al trato de gentes finas, lo expresa todo al contrario, de modo que se conoce el gran trabajo que le cuesta por la falta de uso; tampoco se ve delante de personas de respeto que haya uno tan mal criado que se ponga a silbar, se recueste, se rasque la cabeza, o semejantes indecencias, y así lo que más se debe cuidar en tales concurrencias es de manifestar aquel mismo respeto general, con un aire franco, despejado y natural.

En las casas donde halles mezcla de gentes, te has de suponer uno de tantos, a lo menos por entonces; esto es, te has de poner en el pie de igual a todos los demás, y así cada uno allí dentro es justísimamente acreedor a todas las demostraciones de tu civilidad y buena crianza; y tan permitidas como son las confianzas, tan absolutamente prohibidas son las desatenciones; de modo que si uno se te arrima y habla de cosas pesadas o frívolas, sería más que grosería una barbaridad el manifestarte desdeñoso, como si le tuvieras por necio o poco digno de ser oído; y esta falta sería infinitamente mayor si la persona desairada fuese una mujer, porque éstas, de cualquier clase que fueren, son acreedoras, en consideración a su sexo, no solo a una agradable, sino a una expresiva acogida de parte de los hombres; sus defectillos, sus gustos y disgustos, sus preferencias, sus antipatías, ideas, caprichos, y todas sus impertinencias, deben ser miradas con mucha contemplación, lisonjeadas en cuanto sea posible, adivinadas, y hasta prevenidas por el hombre bien criado. Nunca deberás adjudicarte las preferencias y comodidades a que todos tengan igual derecho, como son los mejores bocados de un plato, los primeros asientos de una sala, etc. antes por el contrario, cédeselos a los demás, y así ellos, cuando les toque, harán contigo otro tanto, y por este medio te llegará el turno de gozar tu parte del derecho general.

"El hombre capaz observa con anticipación los modales respectivos de cada uno donde se halla"

Supuestas ya por base de la buena crianza, las reglas generales apuntadas, te encargo mucho atiendas a las particulares locales, que varían en cada provincia, en cada pueblo, y en cada casa; verdad es, que en teniendo fondo de buena crianza, la observación te facilitará esta parte que propiamente se llama urbanidad, política y finura de la buena crianza. El hombre capaz observa con anticipación los modales respectivos de cada uno donde se halla, y toma por modelo a aquellas personas que ve sobresalir en el buen modo y buena crianza; repara en cómo se presentan a sus superiores, cómo se arriman a sus iguales, y cómo tratan a sus inferiores; no dejando escapar la más mínima cosa, porque éstas son en la buena crianza lo que en pintura los golpes más delicados, que el común de las gentes no percibe, y que da a conocer la maestría a los inteligentes; procura tomar su aire, su traje, su manejo, haciendo por imitarles sin afectación, para no ser una copia que les remede. Estos atractivos son de tanta entidad, como que anticipan la benevolencia y, aún más que el mérito, seducen los entendimientos, cautivan los corazones y dan, quizá, motivo a las extravagantes ideas de filtros y de encantos; pues son tan maravillosos sus efectos, que se miran como sobrenaturales.

Del mismo modo que son menester la ciencia, el honor y la virtud para ganar la estimación y admiración de los hombres, son igualmente necesarias la afabilidad y la buena crianza para hacerse uno apreciable en el trato de la vida social. Los grandes talentos tienen la superioridad sobre el común de las gentes, porque no alcanzando nadie tanto como ellos, tampoco puede haber jueces competentes entre los otros; pero todos son jueces de los talentos inferiores en urbanidad, modales, afabilidad y despejo, porque todos participan y perciben sus buenos efectos, que son hacer abierta y deleitable la sociedad.

Persuádete que el sabio más profundo, sin buena crianza, es un fastidioso y chocantísimo pedante; que el hombre que no es muy bien criado, ni es a propósito para una visita, ni es bien recibido en ella; finalmente, que el mal criado, tan malo es para el tratado en asuntos formales, como para la sociedad.

Además de esto, lleva la buena crianza una dignidad consigo que la hace respetable al mayor insolente; así como la mala crianza provoca y autoriza la familiaridad del más encogido, pues nadie dirá una desvergüenza al Duque N. por confianza que tenga con él, ni tampoco dirá ninguno al Trapero N. una expresión semejante a B. a V.L.M. ni por lisonja; de modo que con razón diremos que la buena crianza es la mejor defensa para contener los malos modales de los otros.

Cuida, pues, de que la buena crianza sea siempre el principal objeto de tus ideas y de tus acciones; observa particularmente el manejo y el modo de los que se distingan por su buena crianza; imítalos, y si no consigues adelantarlos, haz a lo menos cuanto puedas para parecerte a ellos; observa cuanto adorna al mérito, y cuantas veces disimula su falta; y convéncete de que es, entre las cualidades mundanas, como la caridad entre las virtudes.