Lección sobre la conversación. Parte II.

Nunca hables contra todos los sujetos de una clase o especie, porque te puedes atraer un gran número de enemigos.

Josef González Torres de Navarra.

 

Imagen Genérica Protocolo y Etiqueta protocolo.org

La conversación.

Los escándalos particulares no deben escucharse, y mucho menos examinar sus circunstancias; pues aunque en el acto pueda la difamación del ausente divertir a la malignidad, o al orgullo de los presentes, pero después con serena reflexión se sacan muy malas consecuencias de semejante proceder; y en el escándalo sucede lo que en los robos, que quien no los desaprueba es tenido por tan pícaro como el mismo malhechor.

Nunca hables contra todos los sujetos de una clase o especie, porque te puedes atraer un gran número de enemigos; fuera de que tanto entre los hombres como entre las mujeres, hay buenos y malos (y quizá en el sexo de ellas se hallarían más número de buenas que en el nuestro); y la misma cuenta has de hacer de los letrados, militares, eclesiásticos, cortesanos, mercaderes, etc. pues todos son hombres como nosotros, y sujetos a las mismas pasiones y modos de pensar, diferenciándose solo en el modo de manejarlas según sus diversas educaciones; y sería tan imprudente como es injusto el atacarlos en cuerpo, porque un individuo tal vez perdona las ofensas personales, pero nunca jamás las sociedades y los cuerpos enteros; y así haz juicio de los sujetos por el conocimiento que tengas de cada uno en particular, no por sexo, profesión o clase.

El remedar los defectos o imperfecciones de otro suele ser diversión más común y favorita de las almas bajas y pequeñas pero es la de mayor desprecio entre las almas grandes; es la más fea y más indigna de todas las bufonadas; es un verdadero insulto a la persona a quien se remeda, y los insultos no se perdonan de corazón; por lo que te encargo, no solo que te abstengas de usar sino también de aplaudir semejante bajeza.

Oirás muchas veces en las tertulias que alguno llena su conversación de juramentos, imprecaciones e indecencias, creyendo hermosearla y darse un aire de hombre de mundo y despreocupado; pero repara que ninguno de estos tales es de los que contribuyen de modo alguno a la dulzura, atractivo y preferencia de aquella tertulia; verdad es que por lo general son personas de mala educación, y desde luego de pésima conducta, porque el votar sin una gran pasión de ánimo, es tan necio y tan ordinario como impío.

"Ten cuidado de no contar en una parte lo que hayas oído en otra, pues aún de las cosas más indiferentes pueden resultar graves consecuencias"

Cualquier cosa que hablemos en la sociedad, si la decimos con entrecejo, con tono magistral, con encogimiento o con visajes ridículos será mal recibida; y aún lo será más si nos atascamos a cada palabra, si tenemos acento provincial, o si pronunciamos entre dientes; pero sobre todo, nada deja a un hombre más cortado que haber querido decir un chiste o una bufonada, y no ser entendida su explicación, su alusión o su gracia; y si encuentra un profundo silencio cuando esperaba un general aplauso, o lo que aun es peor, si le piden que aclare el servido; entonces sí que su cortedad y su torpeza le dejan tan corrido y avergonzado que su situación es más difícil de describirse que de imaginársela uno mismo.

Ten cuidado de no contar en una parte lo que hayas oído en otra, pues aún de las cosas más indiferentes pueden resultar graves consecuencias; y así hay una especie de tácita confianza en las conversaciones particulares, por lo cual quedan todos comprometidos a que no salga de allí tal y tal asunto, que todos conocen no debe decirse, aunque no se exija cada vez el secreto. Un chismoso de esta especie se mete en mil enredos y embrollos; pero luego que le conocen, no solo le miran con indiferencia en las casas, sino que le tratan o le despiden como a sospechoso.

Adapta tu conversación a las personas que trates, porque no has de hablar igualmente ni de los mismos asuntos a un obispo que a una mujer; a un filósofo que a un palaciego; a un fraile que a un militar.

Un cierto grado de formalidad exterior en las miradas y acciones da dignidad al sujeto, sin que esto prive la alegría decente y con juicio; pero el tener siempre la cara de risa, y el cuerpo en un contínuo movimiento son indicios de muy poco seso.

Las personas de baja extracción o de mala crianza cuando se ven entre gentes finas, se figuran que son el objeto de la atención de todos, de manera que si alguno habla en particular con otro cree que habla de él seguramente; si ríen, que se ríen de él; si dicen alguna cosa ambigua que pueda tocarle por una interpretación forzada, no duda que ha sido por él, y pone al instante mala cara manifestándose resentido. Esta equivocación se ve muy bien ridiculizada en mil piezas de teatro. El hombre de forma, nunca da a entender que se cree desairado, menospreciado, ni burlado, a menos que sea tan clara la cosa que le obligue a su honor a declararse ofendido en términos propios; pero al contrario, el hombre bajo es caviloso y se llena de sospecha; es violento, y se precipita por frioleras; le parece que no le hacen caso, y por todo se pica; dice cuatro palabras entre dientes y sofocado, hasta que al fin revienta echando bravatas de jaque, y como desafiando a todos a un tiempo.

No hagas conversación pública de asuntos domésticos, ni tuyos ni de otros; porque los tuyos son fastidiosos para ellos, y los de ellos nada te deben de importar a ti; y suponiendo que sea un punto delicado, será una casualidad que no toques a alguno en lo vivo; y en este caso, como allí no puede haber lugar para especiosas apariencias, que regularmente son contrarias a la verdadera situación de las cosas entre maridos y mujeres, padre e hijos, conocidos que se tratan de amigos, etc. te expones a ocasionar perjuicios considerables con la mejor intención y la mayor sinceridad; por otra parte, tales conversaciones huelen a gente ordinaria, que siempre las contraen a sus negocios caseros, a sus criados, al buen orden que tienen en su familia, y algunas anécdotas de sus vecinos; y todo lo cuentan con énfasis y con gravedad, como si fuesen asuntos de mucha circunspección.

"Mira siempre a la cara de la persona con quien estés hablando, porque si no lo haces, te tendrán por cobarde o culpado"

Mira siempre a la cara de la persona con quien estés hablando, porque si no lo haces, te tendrán por cobarde o culpado, además de que pierdes la ventaja de observar su fisonomía, la impresión que le hace tu discurso, pues para conocer los verdaderos sentimientos de los hombres, te aconsejo que le des siempre más fe a tus ojos que a tus oídos, porque el hombre podrá decirte cuanto quiera que tu le oigas, pero alguna vez no podrá evitar que le trasluzcas aquello que había hecho intención de ocultarte.

Excusa todo lo posible el hablar de ti propio, ya sea poniéndote por héroe de tus cuentos, o alabándote como hacen muchos aunque no haya causa ni persona, ni pretensión que mueva a hacerlo; porque esto no solo prueba malísima crianza, sino también un descaro muy necio.

Hay infinitos que para alabarse se valen del artificio de suponer que les levantan acusaciones, y se quejan de calumnias que nunca han oído, solo para justificarse y poder encajar un catálogo de sus muchas virtudes; su conclusión suele ser que saben muy bien lo feo que parece alabarse uno a si propio, que tienen gran aversión a ello, y que seguramente no lo hubieran hecho a no habérseles ofendido tan injusta y escandalosamente; pero este velo de respeto al público con que pretenden ocultar su vanidad, es demasiado transparente para que no se trasluzca, aun por aquellos que no estén dotados de la penetración más fina.

Tampoco hagas como los hipócritas que fingen humildad y modestia para que los ensalcen; unas veces después de haber degradado las virtudes hasta la clase de debilidades, confiesan y se quejan de haber incurrido en ellas; otras no pueden ver a las gentes sufriendo trabajos sin que su espíritu padezca otro tanto, y sin hacer todo lo posible por aliviárselos, ni pueden tolerar el ver miseria en sus iguales sin socorrerles, aunque sus circunstancias no se lo permitan como quisieran; ya gritan, que no pueden dejar de decir la verdad, aunque conozcan que no sea siempre lo más provechoso ni lo más prudente; y ya por último se llaman convencidos de no ser a propósito para vivir en el mundo con semejante carácter, y menos para prosperar en él; pero añaden que ya son demasiado viejos para mudar de conducta, y que por tanto es precios ir pasando los días que les quedan de vida lo menos mal que se pueda.

El principio de vanidad y orgullo es tan fuerte en la naturaleza humana, que no nos abandona ni en los asuntos más pequeños; y vemos todos los días hombres que anhelan por alabanza en cosas que, aun dado caso fuesen ciertas, no la merecerían; por ejemplo, oirás a uno que ha corrido una posta de veinte leguas en tres horas; ya ves que es una mentira indubitable; pero aun suponiendo que fuese verdad, todo lo que conseguiría es que le declarásemos por muy bueno para postillón; otro te asegurará y tal con mil juramentos, que se bebido seis u ocho botellas de vino de una sentada; al que profiere tal cosa, por favor se le debe creer que es un embustero, porque si no le tendremos por un animal. Hay casos de estos que parecen demasiado inverosímiles y exagerados, aun para el teatro cómico; y con todo se ven diariamente en el teatro del mundo.

"El principio de vanidad y orgullo es tan fuerte en la naturaleza humana, que no nos abandona ni en los asuntos más pequeños"

No baja solo el alabarse a uno propio, y el no poner a los demás en la precisión de que nos lisonjeen; es menester manifestar un disgusto de que se hable de nosotros en nuestra presencia y con mucho tiento, porque no se nos deslice la más mínima expresión, que directa o indirectamente pueda construirse que mendigamos aplausos; pues nuestro carácter, sea el que fuere, lo han de conocer al fin, y entonces mudará de opinión por más que lo intentemos, pues nada de cuanto digamos a nuestro favor podrá dorar nuestros defectos, ni añadir lustre a nuestras perfecciones; antes al contrario, puede manifestar más las faltas, y empeñar las perfecciones; y si no hablamos de nuestro mérito, la envidia y la indignación quizá no se incomodarán contra el aplauso que realmente merezcamos; pero si estamos siempre haciendo nuestro panegírico por más que creamos hacerlo con disimulo, o lo dispongamos con arte, todos se conspirarán contra nosotros, y jamás conseguiremos el fin propuesto.

No te metas a maestro ni a consejero; si el consejo no te fuese pedido, porque rara vez se recibe bien, quizá por lo mismo que se necesita de él; y si te lo piden, porque si no sale a gusto la resulta, siempre pegan contra el que aconsejó; y así solo puedes hacerlo muy rogado y seguro del buen éxito y agradecimiento.