Urbanidad en el juego. I.

Es gran descortesía impacientarse en el juego, cuando a uno no le salen las cosas como quisiera.

Reglas de cortesía y urbanidad cristiana para uso de las escuela cristianas.

 

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Urbanidad en el juego.

El juego es una diversión que a veces está permitida, pero que hay que tomar con muchas precauciones. Es ocupación a la que se puede dedicar algún tiempo, pero es preciso observar en él cierto comedimiento. Se requiere mucha cautela para no dejarse llevar de alguna pasión desordenada; y se necesita mesura para no entregarse a él por completo ni dedicarle excesivo tiempo.

Como es imposible dedicarse a él con urbanidad sin esas dos condiciones, no puede uno permitirse jugar sin ellas.

En particular, existen dos pasiones de las que hay que procurar no dejarse llevar en el juego. La primera es la avaricia, que es también, de ordinario, el origen de la segunda, que es la impaciencia y el arrebato.

Quienes juegan deben procurar no jugar por avaricia, ya que el juego no se inventó para ganar dinero, sino sólo para mitigar un poco la tensión de la mente y del cuerpo después del trabajo.

Por esto no es educado jugar fuertes cantidades, sino sencillamente un poco de dinero, que no pueda enriquecer al que gana, ni empobrecer al que pierde, sino que ayude a mantener el juego y a despertar mayor interés por ganar, que es lo que contribuye en gran medida al placer del juego.

Es gran descortesía impacientarse en el juego, cuando a uno no le salen las cosas como quisiera. Pero mucho más vergonzoso es dejarse llevar de arrebatos y mucho más aún decir palabrotas. En el mismo hay que comportarse de forma sensata y tranquila, para no perturbar la diversión.

Es totalmente contrario a la urbanidad engañar en el juego, e incluso es un hurto; y si se gana, hay obligación de restituir, aun cuando se hubiera ganado en parte por la propia habilidad.

El dinero que se gana no se debe exigir apresuradamente; pero si hay alguno que no ha puesto su parte en el juego y ha perdido, no hay que pedírselo o exigirle que deposite en el juego lo que debe, sino de forma educada, manifestándole tan sólo que no ha depositado su parte en el juego, de esta manera: "Al parecer, usted se ha olvidado de apostar". O si ha perdido y sigue jugando: "Tenga la bondad de poner dos veces en el juego". O: "falta tal cantidad en lo que debiera haber, alguien no ha puesto la última vez". En estas ocasiones hay que procurar no usar formas de hablar como éstas: ¡Pague!, ¡ponga en el juego!

Aunque cuando se juega sea necesario mostrar mucha alegría en el rostro, ya que no se juega sino para divertirse, con todo es contrario a la cortesía manifestar excesivo contento cuando se gana; y lo mismo turbarse, entristecerse o enfadarse cuando se pierde; pues es señal de que sólo se juega para ganar dinero.

Uno de los mejores medios de que puede uno servirse para no incurrir en
ninguno de estos desórdenes, es apostar tan poco dinero que ni la ganancia ni la pérdida puedan excitar ninguna pasión en los que juegan.

También es descortés canturrear o silbar mientras se juega, aun cuando se haga con suavidad y entre dientes. Mucho más aún lo es tamborilear con los dedos o los pies; sin embargo, es lo que sucede a veces con los que están muy enfrascados en el juego.

Si en el juego surge alguna diferencia, hay que abstenerse de gritar, disputar o ponerse terco. Pero si uno está obligado a defender una jugada, debe hacerlo con mucha mesura y educación, exponiendo simplemente y en pocas palabras el derecho que se cree tener, sin ni siquiera levantar ni cambiar el tono de voz, por poco que sea.