¿Qué es la urbanidad? Parte segunda

La urbanidad se eleva al grado de virtud, y de la virtud mas útil y provechosa

Urbanidad y Buenas Maneras para el uso de la juventud de ambos sexos.

 

¿Qué es la urbanidad?. Urbanidad. Cómo comportarse acorde a los buenos modales foto base Li Wubin - Unsplash

¿Qué es la urbanidad? Cómo comportarse acorde a los buenos modales

Aquella urbanidad

¡Ah! no: ¡cuántas veces una sola palabra atenta y afectuosa cicatriza mejor las heridas de un corazón ulcerado, que un rico presente ofrecido con desdeñosa soberbia! El que no ejerza con finura las tres virtudes teologales, no puede jactarse de ejercerlas según las máximas de Jesucristo y en provecho de la humanidad.

Entonces estas virtudes son como hermosos diamantes en bruto, a los cuales falta el delicado cincel del artista para que brillen con todo su esplendor y deslumbren las miradas.

El artista es la urbanidad. Ella es la que da valor y realce a las nobles acciones y nos hace disimulables las mezquinas; ella debe guiar todos nuestros pasos; y ¡ay de aquellos a quienes acompaña en los salones y abandona en el escondido retiro de su casa! Es una bondadosa amiga a quien debemos consultar incesantemente, y cuyas prescripciones debemos seguir con exactitud, porque sus máximas no solo nos enseñarán a ser agradables a los demás, sino que, reprimiendo los arranques de nuestras pasiones, prestarán a nuestro carácter aquella inalterable calma, aquella paz y aquella dulzura que son la base fundamental de nuestra propia dicha.

La urbanidad genera buenos hábitos

¡Oh! sí, lo repetiremos una y mil veces: la urbanidad, a pesar de su apariencia frívola, es la que realiza los milagros de una moral benigna y consoladora.

Tal vez se me objetará que los realiza en su acepción mundana, que practica las virtudes, mas bien que por respeto a Dios y a su propia conciencia, por respeto al mundo y a la opinión de los hombres; pero opondré a esta objeción, muy justa por otra parte, que la virtud convertida en dulce hábito, no deja por esto de producir óptimos frutos, más puros y sabrosos, según sea más o menos fértil la tierra que recoja la semilla.

Muchas veces la verdad ha dejado su severo aspecto, ciñéndose coronas de flores y mezclándose en los alegres círculos do reina la mentira, para cautivar los corazones por medio de su festiva apariencia.

También la virtud, ocultando su rigidez bajo un aspecto frivolo, suele conquistar más fácilmente los corazones desprevenidos, y no es deshonroso un disfraz si nos lleva a conseguir altos y nobles fines.

En mi concepto, pues, la urbanidad se eleva al grado de virtud, y de la virtud mas útil y provechosa, porque sabe ponerse al nivel de las flaquezas de los hombres.

El sabio que tomando a su cargo ilustrar y moralizar a un niño, le hablase en su lengua balbuciente, parodiase sus comparaciones pueriles, y procurase participar de sus nimias sensaciones, si conseguía su noble objeto, aparecería a nuestros ojos más grande y generoso, que en medio de su altiva severidad.

La urbanidad y las convenciones sociales

"La virtud suele conquistar mas fácilmente los corazones desprevenidos"

Los hombres, mientras atraviesan este triste mundo, son siempre niños en sus afecciones y caprichos, y preciso es que la suma sabiduría se revista con las formas humanas para hacerse tangible a los ojos del vulgo, pues solo de este modo podrá seguirla, sin tropezar entre las sinuosidades del camino.

La bondadosa madre que presenta a su niño enfermo la pócima amarga que debe devolverte la salud perdida, cubre de almíbar los bordes de la copa. La virtud evangélica toma las formas de la urbanidad, y rara vez deja de conseguir sus piadosos fines.

Ved si no esa jovencilla que se prepara para ir a un baile; vedla con su traje blanco, colocando con entusiasta afán una corona de rosas entre su blonda cabellera, y sonriendo de placer al pensar en los placeres que la aguardan dentro de algunos instantes.

Sin embargo, por breve que sea el espacio que nos separe, de la realización de nuestros deseos, rara vez logramos conseguirla, sobre todo con las mismas condiciones que la habíamos deseado.

La jovencilta recibe inopinadamente la noticia de que una de sus amigas se halla gravemente enferma, y dócil a las conveniencias sociales, renuncia al baile, para ir a velar a la cabecera de su lecho.

Pero la delicadeza la impone que no vaya a los sitios en donde reinan el llanto y el desconsuelo con su elegante traje, y se quita suspirando su guirnalda de flores, sus pulseras, su aderezo y todos los atributos de alegría, para reemplazarlos con un modesto y oscuro atavío.

Pasado un momento se halla ya a la cabecera de la cama de su amiga, y cuenta una tras otra todas las horas de aquella noche, que creía haber contado entre placeres.

Tal vez los echa de menos; pero la urbanidad la manda sustituir sus palabras de despecho con palabras de inalterable dulzura, y los consuelos y cuidados que prodiga a la pobre enferma no dejan por esto de producir el más beneficioso resultado.