De la conversación. Parte II.

Guardaos también al escuchar la historia o relación de un suceso de decir: "eso lo sé yo muy bien".

El hombre fino al gusto del día, ó, Manual completo de urbanidad, cortesía y buen tono.

 

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De la conversación.

Es verdad que los amantes juran sin cesar, y ponen por testigos a Dios y al cielo; juran sobre su vida, sobre su fortuna, sobre la vida de las personas que les son más queridas; pero sabido es lo que valen estas promesas tan repetidas. En la sociedad se procede más francamente, y sin embargo, las personas honradas no por eso cumplen menos su palabra.

Hay otros sujetos, dice Labruyere, en quienes lo mismo es hablar que ofender; son por carácter picantes y amargos, y su estilo está lleno de hiel y ajenjos. La mofa, la injuria, el insulto, parece que se destilan de sus labios como su saliva. Más les valiera haber nacido mudos o necios, pues que cuanto tienen de viveza de espíritu les daña más bien que a otros su necedad. No se contentan con replicar siempre con acrimonia; atacan muchas veces con insolencia, hieren la reputación de los presentes y de los ausentes, y topetean de frente y de lado como los carneros. ¿Se exigirá de estos animales que no tengan cuernos con que hieran? Pues no se espere reformar tampoco con esta pintura los caracteres duros y feroces que llevan consigo una indocilidad invencible. Lo mejor que debe hacerse es huir de ellos, y viéndoles de lejos, ni aun siquiera volver la cabeza para mirarlos.

Guardaos, pues, de pareceros al original de este retrato, acordándoos siempre de que es necesario agradar para ser amado, y no desagradar para ser tolerado, y que siempre se ha de huir de hacerse aborrecible.

El célebre Moliere se burla de aquellas personas que tienen siempre un secreto que deciros, y que este secreto no es nada. Con efecto, se ven algunas que en medio de un corrillo se arriman hacia su vecino o vecina y le hablan al oído. Suele haber no pocos fatuos que emplean este medio para hacer sospechar una intimidad que no existe. Semejante aire misterioso y apariencia de secreto, es siempre insultante para las personas que son espectadores. Hablad claramente, no digáis jamás sino cosas que puedan ser oídas de todos; y si tenéis cosas reservadas que comunicar, dejadlas para aquellos momentos de una confianza mutua que no quieren testigos.

"Los necios están siempre prontos a enfadarse, y a creer que se burlan de ellos y que se les desprecia"

Una zumba moderada constituye el encanto de la conversación; alegra sin herir, y la excita sin amargura cuando se iba entibiando. Pero los necios están siempre prontos a enfadarse, y a creer que se burlan de ellos y que se les desprecia. No debe por lo tanto arriesgarse una zumba, aún la más suave y permitida, sino con gentes urbanas y de talentos. Ha de evitarse en la conversación la impetuosidad que se apodera de todos los asuntos queriendo hablarlo todo. Gentes hay, que en esto son tan extremadas, que ellas mismas hacen la pregunta y dan la respuesta, y que dicen a uno; Vd. me responderá; Vd. me opondrá a esto; puede ser que me objete Vd.; y yo diré a estos tales: Por Dios, dejen Vds. decir; dejen Vds. oponer, y dejen Vds. objetar, porque debe haber la mayor franqueza en las conversaciones; y como dice un gran poeta, aunque todo el mundo no sea un gran hablador, no hay nadie que no guste de echar su cuartito a espadas. Guardaos también al escuchar la historia o relación de un suceso de decir: "eso lo sé yo muy bien"; o cortar o desmentir a la persona que habla poniendo en duda alguna circunstancia, o algunos pormenores de poca entidad. Llevad siempre por delante el conteneros y tolerar ciertos defectos a los demás, echando una ojeada sobre vosotros mismo, y conoceréis cada día más que todos tenemos necesidad de una recíproca indulgencia.

Oigo, dice Labruyere, hablar a Teodecto: apenas entra en la antesala, cuando a medida que se va acercando engruesa la voz; ya está dentro: ríe, grita, vocea, tienen todos que taparse los oídos porque es un trueno, siendo tan temible por las palabras que dice, como por el tono con que las dice. Va en fin apaciguando este alboroto para ir ensartando frivolidades y necedades, y tiene tan poco miramiento al tiempo, a las personas y al bien parecer, que cada uno se aplica algo de lo que él ha dicho, sin que él haya tenido intención de echar indirecta alguna, y aún antes de sentarse ya ha incomodado a toda la concurrencia.

Este Teodecto, por quien se pretende que Labruyere quiso señalar al conde Aubigne, hermano de la célebre Madama Maintenon, tiene desgraciadamente sus imitadores. Evitad con todo cuidado el ser de esta secta ruidosa, y llamad la atención más bien con el agrado y la dulzura de vuestras palabras, que con el grande eco y ruido que produzcan.