Exceso en la corrupción de las costumbres en los pasados siglos. IV.

A los numerosos juramentos falsos abrió mucho campo la ignorancia, porque como casi nadie sabia escribir y no pudiendo consignárselos actos y documentos escritos, fue preciso confiar enteramente en la prueba testimonial y abusaron de ella.

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida.

 

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Los excesos en la corrupción de las costumbres en los pasados siglos.

Esta corrupción general produjo dos efectos extraordinarios. En Inglaterra se erigieron y duraron más de un siglo sociedades de personas que se favorecían recíprocamente en sus procesos, a fin de burlar las sentencias de los tribunales o impedir que se ejecutaran.

En Francia muchos hombres libres, movidos a desesperación por tantas iniquidades, renunciaron a la libertad, descendiendo a la clase de esclavos para encontrar en el amo un protector interesado en defenderlos.

Los muchos juramentos falsos que menciona la historía nos hace creer que la religión de nuestros antepasados, en vez de penetrar en el ánimo y dirigir sus afectos, se limitaba a las apariencias. Algunos hechos lo confirman.

Roberto, rey de Francia en el siglo X, habiendo visto cuan común era jurar falsamente sobre las reliquias de los santos, y al parecer menos escandalizado por el delito que por el sacrilegio, mandó que se hiciese uso de un relicario de cristal, en el cual no hubiese reliquias, a fin de que aquellos que lo tocasen fuesen menos culpables, si no por la intención, al menos por el hecho. El conde Verri, hablando de los siglos X y XI, dice: "la sola religión era el móvil de todas las acciones en aquel tiempo si bien esta mi proposición no es justa".

La apariencia de religión lo movía todo, y la religión verdadera estaba muy descuidada. El faltar a la palabra, el asesinar, destruir, usurpar, calumniar, oprimir, eran acciones comúnmente practicadas casi sin repugnancia. Y en medio de esto todas las prácticas del culto religioso eran escrupulosamente observadas y servían de pretexto al desahogo de la feroz inquietud de los nuevos republicanos, poco dignos en verdad de ser libres por el abuso que hicieron en daño propio y de los vecinos.

A los numerosos juramentos falsos abrió mucho campo la ignorancia, porque como casi nadie sabia escribir y no pudiendo consignárselos actos y documentos escritos, fue preciso confiar enteramente en la prueba testimonial y abusaron de ella. Aquel contra quien se entablaba una acusación o una demanda se desprendía del compromiso jurando junto con los testigos que él mismo presentaba, que no había hecho lo que se le imputaba. El número de testigos que debían de jurar crecía según la importancia del negocio, y en las causas criminales a veces llegaba a setenta.

En las causas civiles podía llegar a ser mucho mayor; e iban al tribunal arreglados como dos pequeños ejércitos en cada uno de los cuales iban a veces hasta mil personas. Estos testigos llevaban una arma en la mano derecha, cual si tratasen de enmudecer a la ley, la cual en los pueblos civilizados no consulta la fuerza si no el derecho.

Atendido este insensato sistema de procedimiento que fue introducido en occidente por los bárbaros en el siglo V, y ha continuado hasta el XVI en algunos países, muchos ejercían el oficio de jurar en los tribunales de justicia mediante un salario. En Inglaterra aun quedan huellas de este delito.

La historia rebosa en juramentos hechos y violados hasta por los mismos reyes y corporaciones, sin que la opinión pública los vituperase, lo cual era un grande estímulo de la general y profunda corrupción. En 1398 todos los lores espirituales y temporales de Inglaterra en la famosa asamblea de Shrawburg, llamada el gran parlamento, juraron solemnemente sobre la cruz de Cantorbery -Canterbury- no tolerar jamás que ninguna de las leyes hechas en aquel parlamento se variase, y no obstante esos mismos lores en menos de dos años anularon todas esas leyes.

Inventáronse diferentes ceremonias para aumentar la solemnidad de los juramentos y garantizar su observancia, pero todo fue en vano. Entre esas ceremonias y entre personas que tenían en tanta estimación la caza, es notable la intervención de un faisán. Felipe el Bueno, duque de Borgoña en 1453, en mediado un gran banquete y ante toda su corte hizo traer con mucha pompa un faisán asado y habiendo extendido sobre él la mano, juró pronunciando contra sí mismo las más horribles imprecaciones si faltaba al juramento, juró, he dicho, ir armado contra los turcos. Toda la corte repitiendo, la misma fórmula juró acompañarlo, y no fue ninguno.

Querer que un faisán asado aumentase la solemnidad de un juramento, era un rasgo de sencillez especial, pero desgraciadamente la historia suministra muchos hechos que desmiente aquella sencillez y manifiestan un exceso de impunidad de que no ofrecen ejemplo los tiempos modernos. Nadie ignora el hecho de Chilperico rey de Francia en el siglo VI. Había jurado no entrar en Parìs sin consentimiento de los otros dos reyes sus hermanos, bajo pena de la maldición de San Polideto, de San Martín y de San Hilario, invocados como garantes del tratado. A pesar del juramento, ese rey, impío con escándalo, y supersticioso con demencia, habiendo querido entrar en aquella ciudad se hizo preceder por las reliquias de otros santos, proveído o fingiendo creer, que estos lo defenderían contra la venganza de los invocados.