Las lecturas y la urbanidad. Parte II.

Las teorías filosóficas mal digeridas y las extravagancias literarias de algunos autores desequilibrados, necios o eunucos de ingenio, les torcieron el camino a muchas personas.

Arte de Saber Vivir - Prácticas Sociales. Ed. Prometeo.

 

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Las lecturas.

Volvamos a reanudar la lista de los tocados de este maleficio.

Hay también, de seguro, entre nuestras relaciones, señoritas de rostro agradable, en cuyas nociones del amor, el matrimonio y la vida de sociedad, influyeron de tal modo las lecturas de novelas saturadas de ese romanticismo falso que hace de las mujeres cromos de calendario, figuras de cera, niñas de Juanito, el Teodoleto, porque el bueno de Palaviccini no hizo más que plagiar con el mayor cinismo; de tal modo contribuyeron a la formación del espíritu de estas pobres clavellinas mustias las aventuras dislocadas de las novelas románticas, que su juventud se deshoja en espera de algo maravilloso que rompa la monotonía de su vida rectangular y su corazón se llena de pliegues,

asaz mal ferido
de punta de ausencia

de un amante que hable su fabla, use guantes de ámbar y lleve en el fondo de sus ojos, azules como el mar, la melancolía de una juventud tinta en sangre.

Hay, por último, jóvenes marchitos, que a consecuencia de haber elegido mal sus lecturas, se presentan en sociedad como hastiados de la vida, en pose de hombres sesudos y encocoran con sus afectadas amarguras. Nada ofende más la lógica y la armonía del concierto humano que la tristeza, cuando brota de labios que tienen obligación de sonreír. A otros, las teorías filosóficas mal digeridas y las extravagancias literarias de algunos autores desequilibrados, necios o eunucos de ingenio, les torcieron su camino en una forma tal, que con ello, quedaron inhabilitados para siempre, desentonados, desplacées, y por consecuencia, en ridículo perpetuo y constante.

No se deduzca de las anteriores observaciones que comparto mi parecer acerca de la lectura con el de aquel pobre señor obispo de no sé dónde, que en una de sus producciones sociológico-literarias consignaba, no hace aún muchos meses:

"Nada ofende más la lógica y la armonía del concierto humano que la tristeza, cuando brota de labios que tienen obligación de sonreír"

"En cada gota de tinta bullen y se agitan miriadas de gusanos que acampan luego sobre los cerebros y abren en ellos surcos dolorosos y rebeldes a toda curación".

A este buen hombre se conoce que no le hicieron falta muchas letras para conquistar su posición social elevada y cómoda; la gota de tinta, temida y honorífica para el obispo citado, lo mismo puede ser un esporangio de patógenos, -y conste que a los desdichados microbios se les ha hecho una leyenda tan injusta como la que se hizo en otro tiempo a los honrados y laboriosos judíos- que una aurora de luz vivificante, confortativa y saludable.

Concretemos ahora lo que debe ser la juventud.

Las obras de los clásicos adolecen de crudezas de lenguaje, amaneramientos y giros de comprensión difícil, salvo excepciones, a la cabeza de las cuales deben ponerse E l Quijote y Las novelas ejemplares de Cervantes; pero no está de más insistir en que la lectura de los clásicos conviene más a los profesionales de la literatura; para éstos consideramos imperdonable su desconocimiento.

La novela moderna, de carácter psicológico, limpia de tecnicismos, fluída y correcta, reflejo fiel y comentado de la vida social, depurada de los olores ingratos y los panoramas repulsivos que acumularon en ella los fanáticos, para quienes no hubo línea divisoria entre el naturalismo sano y honrado y la pornografía soez y disgustante, llena por completo su misión en este sentido y sirve para educar, con arreglo a la forma externa de la vida contemporánea, descubriendo de avanzada una gran parte del camino que hemos de recorrer y demostrando que para llegar al premio de la virtud y el castigo del vicio, cosa que daban siempre por hecha la novela y el teatro de hace veinte años, se necesitan condiciones especialísimas de inteligencia, perseverancia, voluntad y temple de espíritu que aquellos autores no se cuidaban de colocar en sus personajes.

Tampoco están desairados en las bibliotecas de la juventud algunos trataditos modernos de vulgarización científica; estas obras, cuando están bien hechas, descubren al lector, sin exigirle un esfuerzo grande, secretos cuya ignorancia es dolorosa.