Modo de conducirnos en sociedad. I.

La conversación es el palenque en donde se ponen a prueba todas las cualidades de talento, amabilidad y finura.

Novísimo Manual de Urbanidad y Buenas Maneras para uso de la juventud de ambos sexo.

 

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Del modo de conducirnos en sociedad.

La conversación es el palenque en donde se ponen a prueba todas las cualidades de talento, amabilidad y finura, y es por lo tanto en donde se estrellan más fácilmente los hombres vulgares, y aun a veces los talentos superiores, si no están acompañados de un profundo tacto social y de maneras muy distinguidas.

Téngase presente ante todo, que por callar nadie hace un papel ridículo, y que por lo tanto, nunca debemos tomar la palabra si no estamos seguros de conocer a fondo la materia de que se trata, y aun entonces debe hacerse con suma reserva y prudencia.

Una palabra a tiempo nos adquiere a veces mejor opinión que largas disertaciones, y cuanto más sobrios seamos de ellas, seremos escuchados con más gusto.

No se entienda por esto que es dar pruebas de conocimientos superiores el callar constantemente o hablar solo por sentencias, porque en ambos casos, hiriendo el amor propio de los demás, caeríamos en su desprecio.

Las mejores prendas para hacerse agradables en sociedad son la moderación, la tolerancia y la modestia. El tono, las inflexiones de la voz y los ademanes han de estar en armonía perfecta con estos principios, porque un tono altanero o desabrido y unos ademanes descompasados echan a perder los mejores discursos.

Es preciso que dejemos traslucir siempre en nuestras palabras un espíritu de benevolencia que se extienda aun a las personas ausentes, y no permitirnos ninguna alusión satírica contra ellas.

En el caso de que lleguemos a conocer que la persona con quien hablamos no nos comprende, se lo manifestaremos con dulzura, valiéndonos de estas o semejantes frases: "veo que no he tenido la fortuna de explicarme bien", "sin duda no he sabido hacerme entender".

Cuando las discusiones lleguen al grado de disputa, procuremos dar un sesgo a la conversación, o en caso de que no sea posible hacerlo porque esté muy empeñado nuestro amor propio, tratemos de dominarnos en cuanto nos sea posible y no perder un momento la serenidad, pues con ella perderíamos la moderación y la tolerancia.

Es un necio alarde de erudición entablar discusiones científicas, o emplear términos técnicos, para hablar con personas cuya instrucción no esté a la altura de la nuestra.

En ese caso, o debe rehuirse la conversación, o si esto no es posible, expresarnos con términos claros y al alcance de todos. Solo cuando se trate de algún asunto científico del cual estemos enterados y nos pidan explicaciooes, las daremos con modestia, y siempre con toda la precisión y claridad posible.

También es muy ridículo entrar en una discusión seria con una persona, delante de otras a quienes no interese en lo más mínimo.

En una sociedad reducida, la conversación ha de ser general, y no es lícito hablar bajo con la persona que esté inmediata.

La conversación ha de estar siempre animada, y aunque el cuidado de renovarla toca siempre al amo de la casa, cada uno debe procurar por su parte que no decaiga.

Nada hay mas fastidioso que los que siempre hablan en tono burlón, o los que se empeñan en ser graciosos, porque aburren a cuantos tienen la desgracia de tratarlos.

Aunque el hablar de cosas graves o científicas sea contrario a la buena educación, lo es mucho más hablar siempre de cosas ligeras, o aparentar una frivolidad que ofende al buen sentido de los que nos escuchan.

Es además manifestar desprecio hacia sus conocimientos, y el que obre así no podrá menos de ser tildado con la nota de impertinente.

Cuando dos personas toman simultáneamente la palabra, la inferior la cederá a la superior.

El que habla mucho cansa y fastidia a sus oyentes, el que se encierra constantemente en un profundo silencio, también se hace molesto y enojoso; preciso es, pues, elegir un justo término medio, y en un caso, siempre es preferible el que es callado a un hablador importuno, que a todos quita la vez y quiere tener siempre la palabra.
La sociedad es una dama orgullosa, y gusta de que se esfuercen en agradarla.

Por lo tanto, se resiente de los que afectan desden e indiferencia; pero es agradecida y paga con su estimación a los que la rinden homenaje.

El hombre para hacerse agradable necesita olvidar, completamente, su personalidad y sus propios gustos.

Estar siempre sobre sí y no abandonarse a su malhumor o a su distracción, sino por el contrario, mostrarse atento e interesado en la conversación que se haya suscitado. La igualdad de afectos y el constante dominio de las pasiones es lo que debe servirle de brújula para no naufragar entre los escollos que ofrece la sociedad, que es como un mar de ondas lisas y sosegadas, debajo de las cuales se elevan rizados arrecifes y profundas cimas.

Para elegir un tema de conversación consultaremos siempre los gustos, las opiniones, las edades y condiciones de las personas que nos rodean, procurando escoger aquellos temas en que cada uno pueda lucir sus facultades, y que sean más de su agrado. Aunque la variedad de los temas contribuye a amenizar la conversación, sin embargo, no se debe presentar uno nuevo, hasta que no se haya agotado enteramente el interés del anterior. También es preciso encadenarlos de modo que no choque el pasar de uno a otro bruscamente.

Hay personas que tienen un tema favorito, y que lo presentan incesantemente, venga o no bien en la conversación, haciéndose sumamente fastidiosas, y otras que han formado la costumbre de hacer incesantemente la relación de sus enfermedades, desgracias o disgustos de familia. Ambos vicios deben evitarse.