Moralidad. El rincón de la chimenea. Parte I.

Al lado de las reglas severas de la etiqueta y de los placeres ceremoniosos de una sociedad, hay que valorar la felicidad de la vida doméstica, y las satisfacciones pequeñas.

El hombre fino al gusto del día, o Manual completo de urbanidad, cortesía y buen tono.

 

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Moralidad. El rincón de la chimenea.

Entre las ciencias la más difícil, como la más indispensable es la de conducirnos en el mundo. Hemos expuesto el cuadro fiel de las cargas que la sociedad impone a cada uno de sus miembros; ahora toca al lector pesar las ventajas que le proporciona o las incomodidades que puede ocasionarle. En cuanto a nosotros toca, sin querer prevenir el juicio de nadie, juzgaríamos por incompleta la tarea que nos hemos propuesto, si al lado de las reglas severas de la etiqueta y de los placeres ceremoniosos de una sociedad, no manifestásemos la felicidad de la vida doméstica, y las satisfacciones pequeñas, y fáciles felicidades del rincón del hogar propio.

Es cierto que es indispensable seguir las prácticas constantes y las leyes de la urbanidad. Esta sola puede comunicar gracia y hechizo. Las palabras y las acciones constituyen parte de la educación en términos que no hay cosa que la pueda suplir; pero en el mundo se la experimenta a veces imperiosa y dominante, y solo en el centro de la vida doméstica, y familiaridad de la propia casa es en donde se manifiesta franca, natural y seductora; porque allí está desnuda de exigencias y pretensiones.

A casi todos los hombres arrastra la manía de ir a buscar gustos y diversiones fuera de su casa. El uno deja su excelente puchero para tener una mala comida en una fonda; el otro no tiene por bueno ningún café sino el que toma en casa del comerciante N., y ¡cuántos casados con mujeres hermosísimas se van detrás de una actriz llena de afeite y colorete! ¡Ah, si todos estos locos conociesen las delicias de su casa!

"Las palabras y las acciones constituyen parte de la educación en términos que no hay cosa que la pueda suplir"

Byron lo dijo: " no hay cosa tan buena en esta vida como el rincón de casa, y la conversación doméstica "; y en efecto, entre la familia todo es común; talentos, alegría y buen humor. El amor propio, tirano de la conversación, pierde todo su poder; no se procura brillar a costa de nadie; es una partida o un juego en que son iguales los tantos. Las graves tertulias, las discusiones políticas, las reuniones literarias, ¿equivalen nunca el desahogo alegre de dos antiguos y buenos amigos en cualquiera de las casas de entrambos?

Hay muchos que no pueden comer solos, admiten los convites a troche y moche, o comen en la fonda por no saber qué hacerse. Estos tales desconocen el placer que les aguardaba en su propia casa. Allí cerquita de la chimenea hagan poner una mesita elegantemente servida; y satisfecho ya el primer apetito conocerá cualquiera que sus ideas se refrescan; bien pronto vendrán a distraerle reflexiones llenas de encantos, de originalidad y de aquellos pensamientos que le acercan a las ideas felices de la juventud; y si tu genio perezoso quiere de todos modos conversación, coja de su biblioteca un tomo de la Fontaine, la La Bruyere o de Wanton, ¿qué más amables interlocutores podrá encontrar? ¿Preferirá acaso la fría charlatanería de las mesas, o las trivialidades que necesariamente ha de escuchar en las mesas redondas?