Principios generales de la urbanidad y las buenas maneras. III.

Las reglas de urbanidad son las que fomentan y conservan las sociedades.

Novísimo Manual de Urbanidad y Buenas Maneras para uso de la juventud de ambos sexo.

 

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Para discurrir en sociedad sobre vicios morales o defectos físicos, veamos antes si se halla presente alguna persona a quien pueda ofender nuestro juicio.

Si alguien nos hiciere con intención alguna ofensa, respondámosle con moderación y serenídad, y si es posible no mostremos siquiera en el semblante que nos hemos apercibido de su alusión, porque en estos casos la mejor venganza que se puede tomar de una grosería es el desprecio. Si el insulto fuese dirigido a nuestros parientes o amigos, entonces tomaremos seriamente su defensa, aunque procurando no traspasar nunca los límites de la prudencia.

Si se hablase mal de nuestros amigos, criticando solo faltas ligeras que no atañen al honor, haremos conocer nuestro desagrado procurando variar de conversación.

Por aquello de que todas las comparaciones son odiosas, no manifestemos nunca a una persona la semejanza física o moral que hallemos entre ella y otra persona, pues por alta que sea la idea que tengamos de las cualidades de ésta, no sabemos si con la comparación heriremos el amor propio de la otra.

Aunque nos creamos obligados a decir a una persona las calumnias que se esparcen contra ella, para que se precava, nunca diremos el nombre de aquella que nos las ha comunicado.

Es una acción muy indigna el revelar los secretos que se nos han confiado, aunque no se nos haya hecho especial recomendación. Basta que nos los hayan dicho con reserva, para que no nos espongamos nunca a abusar de la confianza que han depositado en nosotros.

De igual reserva usaremos sobre nuestros asuntos particulares, pues no hay nada que revele menos juicio, que el ir imponiendo a personas indiferentes, de los negocios que solo a nosotros nos conciernen.

Cuando alguno nos manifieste los motivos de queja que tenga con sus parientes o amigos, guardémonos de pronunciar palabras, que no sean enteramente de una naturaleza neutral y conciliadora.

No cedamos nunca a las excitaciones que se nos hagan para mezclarnos en las disensiones de una familia amiga, a menos que no sea para restablecer en ella la paz y la armonía.

Cuando una persona esté reñida con algún individuo de su familia, es de poco tacto preguntarle por él y ponerte en el embarazo de no saber qué decir.

También lo es hacer preguntas sobre asuntos desagradables, como por ejemplo a un autor silbado sobre su obra , a una joven, cuyas relaciones amorosas han concluido, por su novio, etc.

Si una persona de poco tacto nos pusiese en el caso de dirigir la palabra a otra, con la cual estemos desavenidos, hagámoslo de una manera afable y cortés, disimulando nuestro resentimiento.

Cuando alguno que nos haya ofendido viniera a darnos excusas, recibámosle con amabilidad, y demos al instante por concluida la cuestión, para sacarle prontamente del disgusto que debe causarle el dar aquel paso.

Si alguno incurriese en nuestra presencia en una falta cualquiera, aparentemos no habernos apercibido.

Seamos muy circunspectos para pedir que nos informen de algún hecho que deseemos conocer, para no exponernos al sonrojo de una negativa.

Si vemos que una persona intenta hacer algo que creamos contrario a su salud, procuraremos impedírselo; pero si se tratase de un hecho ya consumado, no le haremos ninguna recriminación y no le infundiremos temores de ninguna especie.

Cuando hallemos a alguno de nuestros conocidos de mal semblante, no le preguntaremos jamás si está enfermo, ni le mostraremos la impresión que nos ha causado.

No hablemos nunca a nadie de su edad, ni mucho menos si se trata de una señora, ni recordemos fechas que pudieran revelarla a los circunstantes. Aun cuando sepamos que miente, dejémosla en la ilusión de que crea que damos fe a sus palabras.

Delante de personas de edad avanzada, no digamos nunca hablando de otras que no podrán vivir mucho más causa de sus años; ni delante de los enfermos, de otras personas que hayan sucumbido a su misma enfermedad.

No entremos jamás en discusión sobre materias en las que las personas con quienes hablamos profesen opiniones sistemáticas, porque no estando nosotros convencidos y no pudiendo convencerlos, solo conseguiremos exasperarnos mutuamente.

La prudencia en estos casos nos manda eludir toda controversia sobre estas materias.

Como no nos veamos en una precisa necesidad, nunca pidamos prestados a los otros los muebles, libros y otros objetos que tengan destinados a su propio uso, pues evitaremos el exponernos a una negativa, que heriría nuestro amor propio.

Cuando tengamos que entregar dinero a una persona en remuneración de su trabajo, no lo hagamos delante de un tercero, y aun estando solos se lo entregaremos envuelto en un papel.

Una de las cosas que para usarse necesitan el tacto más delicado, son las chanzas, pues a veces una chanza inocente altera las amistades.

Para usarlas, es preciso atender a la confianza y a la edad o el carácter. Por fina que sea una chanza, no debemos permitírnosla con una persona de etiqueta o con otra respetable. Además, hay caracteres tan susceptibles que un nada los resiente, y por lo mismo es preciso usar con suma moderación de las chanzas y desistir de ellas así que veamos que causan mal efecto.

Si son dirigidas a nosotros, recibámoslas con finura aunque nos desagraden, y si nos son molestas procuremos variar la conversación.

Si cuando se entra en una habitación oímos que hablan con calor o muy bajo, pisaremos fuerte para que adviertan nuestra presencia.

En el momento que veamos que una persona se halla ocupada nos retiraremos, y si nos detiene, procuraremos mirar los cuadros, acercarnos a la ventana o hacer algo que indique que nos hallamos distraídos. Y lo mismo haremos si dos personas hablan delante de nosotros de sus negocios particulares. Pero para crearnos una ocupación cualquiera, no debemos hojear los libros o registrar los papeles escritos que hallemos sobre el bufete.

Si la persona con quien estamos abre algún cajón, no nos acercaremos a mirar lo que contiene; y si nos enseña algún objeto, no registraremos los demás.

Si nos da a leer el párrafo de una carta, no leeremos más que aquello que nos concierna y la devolveremos al instante.

Es una acción muy indigna violar el secreto de una carta, y cuando nos entreguen alguna para otra persona, debemos remitírsela al instante, y cuidar mucho de que vaya en tal estado que no puedan sospechar que se haya abierto.

No mostremos nunca un afán desmedido por conocer nuestros propios negocios. Si viene a vernos alguno que nos traiga noticias de ellos, dejémosle que se explique y no le abrumemos con preguntas importunas.

En fin, conduzcámonos con tal circunspección y tal tino que nunca causemos la más leve molestia a los demás, y no olvidemos el precepto de Alfonso Karr: " No hagáis a otro lo que no queráis que os hagan; haced a otro lo que queráis que os hagan. Preguntad a la razón lo que se debe evitar, al corazón lo que es bueno hacer ".