Urbanidad en el juego. II.

Nunca hay que comenzar a jugar con una persona de rango muy superior sin que ella lo pida.

Reglas de cortesía y urbanidad cristiana para uso de las escuela cristianas.

 

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Cuando se pierde, la educación exige pagar siempre antes de que se lo reclamen; pues es señal de espíritu generoso y de persona bien nacida pagar lo que debe en el juego, sin denotar ningún pesar.

Nunca hay que comenzar a jugar con una persona de rango muy superior sin que ella lo pida. Pero si una persona de calidad obliga a alguien, que es de condición muy inferior a la suya, a que juegue con ella, hay que cuidarse mucho de manifestar apresuramiento en el juego ni ganas de ganar, pues eso es señal de pequeñez de espíritu y de que se es de baja condición.

Si uno sabe que la persona con quien está jugando, y a quien se debe respeto, le cuesta perder, si se le gana no hay que abandonar el juego, a menos que la decisión parta de ella, o que haya vuelto a recuperar lo que hubiere perdido. Pero si se pierde, puede uno retirarse cortésmente, y esto siempre está permitido, cualquiera que sea la persona con quien se juega.

Es educado manifestar que se está satisfecho de que una persona a quien se debe respeto gane en el juego, particularmente cuando no juega uno mismo o se es sólo espectador.

Es importante abstenerse por completo de jugar si uno no es de humor asequible en el juego, pues podrían seguirse muchos inconvenientes que uno debe evitar.

Pero si la persona con quien se juega está de mal humor, no hay que manifestar que uno está molesto, por sus palabras o por su modo de actuar. Mucho menos aún debe uno tomar en consideración sus arrebatos. Hay que intentar proseguir tranquilamente el juego, como si no ocurriera nada. La misma prudencia y la sensatez exigen que se eche todo a buena parte, y que nunca se desvíe uno del respeto debido a esa persona, ni de la tranquilidad que se debe conservar siempre en el espíritu.

Es muy descortés reírse de alguien que no hubiera tenido habilidad en el juego.

Si personas más calificadas llegan para jugar y se está ocupando el lugar, la cortesía exige ceder el puesto. Y si se juega con una persona de mayor rango, por parejas, y esa persona llega a ganar la partida, su compañero debe guardarse mucho de decir "hemos ganado"; sino "usted ha ganado, caballero", o "usted ganó".

Es totalmente contrario a la educación enardecerse en el juego. Sin embargo, no hay que descuidarse ni dejarse ganar por complacencia, para que la persona con quien se juega no crea que se pone poco esfuerzo en contribuir a su diversión.

Se puede jugar a distinta clase de juegos, de los que unos ejercitan más la mente y otros ejercitan particularmente el cuerpo.

Los juegos que ejercitan el cuerpo, como el frontón, el mazo, las bochas, los bolos y el volante, son preferibles a los demás, e incluso a los que ejercitan y absorben demasiado la mente, como son el ajedrez y las damas.

Cuando se juega a ese tipo de juegos, que favorecen el ejercicio físico, hay que guardarse mucho de hacer contorsiones ridículas o indecorosas con el cuerpo. Hay que procurar también no sofocarse y evitar desabrocharse y quitarse la ropa, ni siquiera el sombrero, pues son cosas que la urbanidad no consiente.

Cuando se juega al ajedrez o a las damas, es educado ofrecer las piezas blancas, o las damas blancas, a la persona con quien se juega, o colocárselas delante, o al menos ayudarle a ello o disponerse a hacerlo, y no consentir que se nos ofrezcan las piezas blancas de ajedrez o las damas blancas, ni que las pongan delante de nosotros.

Hay algunos juegos de cartas a los que puede permitirse jugar alguna vez, como el juego de los cientos, pues la destreza interviene en ellos y no son puramente de azar. Pero hay otros que son hasta tal punto de azar, como la berlanga, el lansquenete y el juego de dados u otros semejantes, que no sólo están prohibidos por la ley de Dios, sino que ni siquiera se permite jugar a ellos de acuerdo con las reglas de la cortesía. Por eso deben ser considerados como indignos de una persona bien educada.

La urbanidad exige también que el tiempo que se dedique al juego sea moderado, y que muy lejos de jugar continuamente, como hacen algunos, no se juegue ni siquiera con demasiada frecuencia, ni varias horas seguidas. Pues eso sería convertir en ocupación algo que no es propiamente sino un descanso o interrupción del trabajo por corto tiempo, lo que no es compatible con la sensatez propia de una persona que sabe comportarse.