El incidente del embajador francés en Valladolid III

El martes 17 de julio de 1601 unos criados del embajador de Francia que se estaban bañando en el río dieron muerte a cuatro hombres y un clérigo

 

 

Embajador francés. Incidente entre Francia y España. El papel del embajador. Corte de Iván el Terrible foto fondo Iván el Terrible en su corte. Óleo de Alexander Litovchenko -Wikimedia Commons

Incidente entre Francia y España. El papel del embajador

¿Habría perdido la nueva corte aquel sentido universalista que le había dado la política imperial de Carlos V, habiéndose celebrado en ella acontecimientos de capital importancia en la historia universal? Escapada fácil; si tenemos presente la situación geográfica y económica del Valladolid de estos primeros años del siglo XVII, es imposible juzgarlo así. España no era entonces un rincón aislado de Europa, sino el centro desde el cual dominaba una dinastía prepotente, apoyada en la misma esencia de su ser y cabeza de la política internacional del momento; y una ciudad como la citada no podía estar vuelta de espaldas a todo lo que esto traía consigo. Yo diría, desprecio popular en un bien cimentado orgullo de gloria.

Para lograr una versión del incidente con perfecta imparcialidad, es necesario exponer los relatos, sin duda exagerados, de las partes interesadas y ver de comprobar la verdad a través de los mismos. Citaremos en primer lugar el del lado español -aunque no el oficial- y a su tiempo el del embajador francés. Me he atenido a las noticias de Cabrera de Córdoba en sus mencionadas Relaciones... (Op. cit. pág. 108), pues a lo largo de su obra demuestra ser un espectador de sabia objetividad.

El martes 17 de julio de 1601 unos criados del embajador de Francia que se estaban bañando en el río dieron muerte a cuatro hombres y un clérigo. No pareció haber aparente provocación por parte de los muertos antes de la fechoría, aunque los franceses estaban irritados sobremanera debido a las burlas de que habían sido objeto por otros, diciéndoles "que se había perdido Francia por una calabaza de vino". Y no eran las primeras, porque recién llegados a Madrid se vieron expuestos a las mofas del vecindario por lo inusitado de su indumentaria.

La calidad del delito y el venir de donde venía, amotinó indignado al pueblo, y los alcaldes tuvieron que mantener cercada la casa del embajador para impedir sus desmanes, pues allí habían corrido a refugiarse los asesinos. A la mañana siguiente, y como Rochepot se negase a entregarlos, acudieron los alcaldes al Consejo Real, el cual ordenó el allanamiento de la casa. Fueron detenidos 16 criados, gente de poca consideración a excepción de un capitán llamado La Fleur, el caballerizo y un sobrino del embajador. Inmediatamente se presentó éste en el alojamiento del Duque de Lerma, para exigir en tonos altaneros el debido respeto a la inmunidad de que gozaba su casa y pedir la devolución de los detenidos. El Duque, de condición mudable e inclinado más bien a la intemperancia, le recibió irascible y le dijo que se habría de hacer justicia con los culpables. Acudió Rochepot al día siguiente al rey, solicitando pasaporte para volverse a Francia en caso que no se le entregaran los presos, y habló en ello con demasiada libertad. Lo cual contrariaría en grado sumo al pacífico monarca, quien, para ganar tiempo en la respuesta -acostumbrada política dilatoria-, contestó que remitiese sus quejas por escrito. Contestación en que es harto visible la mano de Lerma.

El mismo día 18 escribía el secretario de Estado, Andrés de Prada, al embajador en París, Juan Bautista de Taxis, para que diera cuenta a aquel rey de la verdad del suceso y el extraño comportamiento de Rochepot, que, en lugar de tomar el delito de sus criados como ofensa propia, se había mostrado opuesto a entregarlos a la justicia y resentido de la averiguación exacta de los hechos (K 1454, A. G. S.). A ésta siguieron pronto otras cartas que ponían en la consideración de Taxis la necesidad de hacer conocer a Enrique IV la versión oficial, y no la que pudiera ofrecerle el despacho de Rochepot; aun dentro de la posibilidad de parecer disculpa (Valladolid 19 julio 1601; Andrés de Prada a Juan Batista de Taxis; K 1451, A. G. S.). El mismo Felipe III escribía al monarca francés en credencial de lo que le diría el embajador español.

Mientras llegaba respuesta, se reunió dos veces consecutivas el Consejo de Estado para adelantarse a las decisiones francesas, dada la gravedad a que podía llegar la cuestión. El primer día se vio la relación presentada por el alcalde de corte Francisco Mena Barruncho; el parecer del Consejo fue unánime en considerar la enormidad del caso y su apreciación de castigo por los agravantes de acometer a gente inocente y desarmada en lugar público y en la corte del rey; la detención, muy acertada, y su ejecución "hecha con mucha cordura y sufrimiento, pues a pesar de haberles dado el embajador mucha ocasión de descomponerse no lo hicieron". Se hizo también distinción en la calidad del dicho sobrino de Rochepot, llevándole detenido a casa de uno de los alguaciles. Opinaba el Consejo que el embajador no debiera tener justa causa de queja, ya que el pueblo estaba tan indignado que, a no haberse tomado estas medidas, hubiera corrido gran peligro con todos los suyos; además, las embajadas no debían ser "receptáculo de delincuentes" (Valladolid, 21 julio 1601; Consulta del Consejo de Estado; K 1426, A. G. S.).

En la segunda reunión, al día siguiente, se vieron las protestas de Rochepot, quejas al rey de los excesos y violencias cometidos por algunos alcaldes y alguaciles, de tal calidad que había decidido pedir una reparación, pues habían asegurado llevar una orden de Su Majestad; si no se le daba, suplicaba licencia para regresar a Francia. El Consejo, ante esta situación, decidió moderar su parecer, previendo los límites a que podría conducir una conducta rígida y quizá apasionada; consultaba la conveniencia de una exacta averiguación de los hechos y la necesidad de castigar las violencias cometidas, encargando al conde de Miranda el esclarecimiento de la protesta del embajador en cuanto a haberle desaparecido alguna cantidad de plata de su casa. En lo de la licencia para volverse a Francia, "aunque su imprudencia y mal servicio obliga a desear que se marche y viniese otro, todavía no conviene dársela ni mostrar que esto se desea", sino responder que esperara la orden de su señor. Pero era preciso no hacer más ruido, que bastante se había hecho ya. Felipe III aprobó la consulta del Consejo y señaló la conveniencia de terminar bien y cuanto antes el asunto (Valladolid, 22 julio 1601; Consulta del Consejo de Estado: K 1426, A. G. S.).

Efectivamente, no se acentuó el rigor, y aunque los alcaldes y el Consejo condenaron a los criminales a la horca, a excepción del sobrino que sería degollado, suplicóse la sentencia y fue admitido el recurso. A decir de Cabrera: "...la resolución... se entiende será más favorable en la revista" (Op. cit., pág. 112.).

Enrique IV se apunta un tanto en su política

En Francia esperaba a Taxis una misión muy delicada y en nada acorde con el optimismo de su primera carta a Felipe III. Había tanteado a Villeroy, dejando caer algo de la sucedido, en una conversación tenida con el secretario de Estado francés sobre otras materias; pero todavía no había recibido éste la noticia, y se engañaba Taxis al creer que solucionaría el asunto presentando las quejas reglamentarias y pidiendo el castigo de los culpables, por parecerle el caso tan claro y el acto tan sin excusa (París, 31 de julio de 1601, Taxis a Felipe III, K 1604, A. G. S.). En la carta siguiente de 4 de agosto, su estado de ánimo era diferente; enterado de lo mal que Enrique IV había recibido el despacho de Rochepot en el que le relataba el suceso, al que contestó en el mismo correo ordenándole su inmediato regreso, aconsejaba algún remedio para echar tierra al asunto, ya que deducía del estado de los ánimos en Francia el peligro de desembocar en algo serio (Taxis a Felipe III; K 1604, A. G. S.).

La entrevista de Taxis con Villeroy -" el más inteligente de todos los auxiliares de Enrique IV "- (Philippson, M.: La Europa Occidental en tiempo de Felipe II de España, Isabel de Inglaterra y Enrique IV de Francia (en H. Universal de Oncken) T. VIII, pág. 255) fue tormentosa. Presentó Villeroy la relación enviada por Rochepot del tenor siguiente: El incidente acaecido en Valladolid fue entre sus criados y una cuadrilla de hombres armados con rodelas; los alcaldes de corte habían entrado por la fuerza en sus habitaciones estando él en la cama, acompañados por más de 400 hombres armados, los cuales rompieron las puertas y saquearon los aposentos, llevándose cerca de 28 piezas de una vajilla de plata; y que en la audiencia sostenida con el Duque de Lerma, había éste montado en cólera, hasta el punto de remitirle al conde de Miranda que trataba de las cosas de justicia.

Respondió Taxis mostrando entonces la relación oficial recibida de España, que ponía en duda la de Rochepot. Mas a Villeroy le interesaba abultar los hechos, y puso por las nubes la injusticia cometida, con la injuria de maltratar a un embajador del rey; añadió que por tales motivos se había a veces llegado a la guerra, más en el caso presente, porque no era aislado y existían otros muchos con el mismo Rochepot que se habían silenciado. La respuesta de Taxis fue moderada; expuso que él también recibió algunas molestias al entrar en Francia y las había disimulado, y que, en cuanto a romper la guerra, mayores motivos tenía España por las ayudas incesantes de Francia a los rebeldes de Flandes, ya a los pocos meses de concertarse la paz, habiéndose pasado por ello con tal de conservarla. Villeroy tomó la tangente al buscar en las sempiternas quejas francesas del mal trato dado a sus mercaderes en España y de los oficios hechos con Saboya para que no devolviera Saluzzo, el modo de desviar la cuestión; al mismo tiempo que acumulaba cargo tras cargo, subía paulatinamente su cólera -una cólera muy diplomática-. En esta tesitura se dio por terminada la entrevista (París, 4 agosto 1601; Taxis a Felipe III; K 1604, A. G. S.).