El manual de urbanidad de antaño cayó en desuso.
¿Sabía usted que es de pésimo gusto caminar por la calle con las manos metidas en los bolsillos?
Si Carreño resucitara ...
El autor venezolano estableció, hace 149 años, una serie de rígidas pautas de comportamiento social que se hicieron famosas en Hispanoamérica.
¿Sabía usted que es de pésimo gusto caminar por la calle con las manos metidas en los bolsillos?, ¿o que es asqueroso taparse la nariz con la mano al estornudar?, ¿o que no hay nada más repugnante que esa sombra que da a la fisonomía de los hombres una barba renaciente?, ¿o que permitir que la cama matrimonial esté expuesta a las miradas de los visitantes es signo inequívoco de vulgaridad y mala educación?
Pues si no estaba enterado de estos detalles, de seguro usted tiene menos de 35 años y no ha leído el Manual de Urbanidad y Buenas Maneras escrito por Manuel Antonio Carreño, un venezolano que se convirtió en paradigma de comportamiento en Hispanoamérica.
Eso sí, vale la pena aclarar que el libro fue escrito en 1853 cuando nadie imaginaba que el internet, la globalización, la liberación femenina, las guerras biológicas, el estrés y la pérdida de la galantería se convertirían en elementos cotidianos para la humanidad.
Rígidas indicaciones sobre cómo vestirse, caminar, saludar, tratar a las damas y hasta dormir hacen parte del manual que, hasta hace no muchos años, se encontraba en todas las bibliotecas escolares en muchos países de habla hispana.
Phanor Luna, director de Relaciones Públicas de Comfandi asegura que en su infancia, en el colegio Santa Librada la urbanidad era una de las cátedras obligatorias y hacían mucho énfasis en Carreño, pero cree que hoy en día sería imposible que los muchachos cumplieran esas normas.
"Yo no me acostumbro a ver a las jóvenes entrar a misa en minifalda y a los hombres en pantaloneta", dice.
Carreño se distinguió siempre por ser un caballero estricto que no dejaba a los avatares del azar ni el más mínimo movimiento. Esto quedó reflejado en las indicaciones que daba para cada menester.
"Para trinchar un ave, se principia a separar de ella el ala y el muslo, prendiéndola y asegurándola con el tenedor e introduciendo acertadamente el cuchillo en las articulaciones. Ejecutada esta operación, se van cortando longitudinalmente rebanadas delgadas de la parte pulposa, la cual ha quedado ya descubierta y desembarazada", rezaba una de sus reglas sobre cómo comportarse en la mesa.
En la actualidad, ese complejo ceremonial para comerse un pollo ha sido reemplazado por una servilleta de papel alrededor de la presa para no ensuciarse las manos.
Según el historiador Héctor Fabio Varela, "este tipo de reglas ya no tienen vigencia. La vida le ha ido entregando grandes libertades al ser humano".
Sin duda alguna, muchas de las normas que rigieron la educación de los hombres y mujeres de antaño parecen estar mandadas a recoger.
Hoy por hoy, es casi imposible encontrar hombres "que permanezcan dentro de sus viviendas siempre impecablemente vestidos, con la corbata puesta y los pies debidamente calzados", como lo aconsejaba Carreño o mujeres que consideren pecaminoso visitar a sus amigos solteros.
"Son normas bonitas e incluso elegantes, pero obsoletas. Es que cuando un ejecutivo llega a su hogar lo primero que hace es quitarse la corbata", expresa Phanor Luna.
Pero la inflexibilidad de Carreño no para ahí. Para él era indispensable, por ejemplo, "asear el cuerpo antes de entrar en la cama, no sólo por la satisfacción que produce la propia limpieza, sino a fin de estar decentemente prevenidos para cualquier accidente que pueda ocurrir durante la noche".
Y es que la decencia fue uno de los pilares de la vida de Carreño, cuyo sistema nervioso no hubiera podido soportar un desfile de voluptuosas modelos en traje de baño o el cadencioso movimiento de las jovencitas luciendo pantalones descaderados.
El consideraba fundamental que la ropa cubriera el cuerpo con "honesto recato".
A la 'dictadura' de este hombre que nació en 1812 y murió 62 años después, ni siquiera los animales lograron escapar.
"La cría de animales que no nos traen una utilidad reconocida, a más de ser generalmente un signo de la frivolidad de nuestro carácter, es un germen de desaseo, al cual tenemos que poner constante cuidado, que bien pudiéramos aplicar a objetos más importantes y más dignos de ocupar la atención de la gente civilizada".
En este momento, son muy pocos los que comparten estas posiciones, que durante más de un siglo marcaron la diferencia entre lo correcto y lo vulgar.
Uno de los aspectos que más ha cambiado desde el Siglo XIX es la forma de relacionarse con el sexo opuesto. Anteriormente, para que un hombre pudiera bailar con una mujer de manera lícita en un festín, éste debía haber sido presentado a la dama por un familiar de ella o por un amigo común. Nunca por un hombre que hubiera conocido en esa misma oportunidad.
'A sus órdenes', 'sí señor', 'con mucho gusto', 'por favor' y 'después de usted', entre otras, son expresiones cada vez más ajenas a la cotidianidad del hombre.
Ceder el puesto en un bus a una mujer embarazada o a un anciano es un fenómeno menos visto que un eclipse de sol.
Para la economista Martha Fuentes, "la urbanidad y la cortesía son importantes, pero hacer todo lo que dice Carreño sería como vivir computarizados. Cero espontaneidad".
Sin embargo, aunque este manual ha entrado en desuso, aún sigue siendo invocado en las conversaciones de muchos adultos que crecieron bajo su directriz.
"Yo he oído hablar de ese libro por referencias de mis papás o mis abuelos que cuando hago algo malo dicen: ¡qué pensaría Carreño!, pero no lo he leído", dice Juliana Soto, estudiante de undécimo grado, quien no recuerda haber recibido clases de urbanidad.
A diferencia de ella, Efraín Pedraza, un abuelo del Cali Viejo, rememora cada una de las enseñanzas que recibió. "Esta es la hora en que todavía me quito el sombrero en misa y desayuno sólo después de haberme bañado como lo manda Carreño".
Phanor Luna, por su parte, evoca que la norma que más aplicó en su infancia y juventud fue la de limpiarse los zapatos antes de entrar en la vivienda. "Mi madre era muy estricta en ese sentido", comenta.
Urbanidad, una necesidad.
Pese a todo esto, muchas personas creen que la sociedad sería mejor si se tuvieran en cuenta algunas de las recomendaciones de Carreño.
Para Piedad Maya, jefe de protocolo de la Alcaldía de Cali, "las nuevas generaciones no se están formando en urbanidad. Tutean indiscriminadamente, no comen como se debe y no respetan los niveles de autoridad".
Por su parte, Amalia Salazar, rectora del colegio Sagrado Corazón de Jesús, opina que "las personas de hoy tienen otros referentes y evaluarlas desde la urbanidad de Carreño es hacerlo desde un contexto que no les pertenece".
Para ella, la evolución de la sociedad ha permitido tener jóvenes más críticos y polémicos que no tragan entero, lo cual es muy positivo, pero es necesario que escuela, padres y entorno "trabajemos unidos por crear una generación de personas éticas".
Liliana Camacho, estudiante de Publicidad, concuerda con esta posición y manifiesta que "la urbanidad es importante porque vivimos en comunidad y necesitamos pautas para relacionarnos. Otra cosa es que se convierta en una camisa de fuerza".
Otras normas.
- Las uñas deben cortarse cada vez que su crecimiento llegue al punto de oponerse al aseo.
- Jamás empleemos los dedos para limpiarnos los ojos, los oídos, los dientes ni la nariz. La persona que tal hace excita un asco invencible.
- No olvidemos asearnos con un pañuelo ambos lagrimales pues pocas cosas hay tan repugnantes a la vista como el humor que en ellos se deposita pasado cierto número de horas.
- Cuidemos de no recostar nuestra cabeza en el respaldo de los asientos, para preservarlos de la grasa del pelo.
- Nuestro vestido cuando estamos con quienes vivimos no sólo debe ser tal que nos cubra de una manera honesta sino que ha de constar de las mismas partes de que se compone cuando nos encontramos ante los extraños.
- Las mujeres deben procurar no estar desaliñadas dentro de su casa aunque realicen labores domésticas.
- Es un acto vulgar y grosero nombrar a una persona al solicitarla en su casa, sin anteponer la palabra señor o señora.