Curiosidades sobre el abanico y su lenguaje
En las ondulaciones que la mujer sabe dar al abanico hay infinita variedad de movimientos que tienen cada uno distinto significado...
El lenguaje del abanico y curiosidades históricas
El abanico nos presenta, todo lo que la mujer ama, todo lo que su corazón puede sentir; dice que sí y que no; condena y aprueba; y puede revelarnos, en fin, todos los pensamientos de una dama. Desprez.
En las ondulaciones que la mujer sabe dar al abanico hay infinita variedad de movimientos que tienen cada uno distinto significado, y así sucede que aquel adorno que las damas llevan tanto puede expresar en la manera de manejarlo la cólera o el terror, como la alegría, el amor, los celos, etc., etc. Apenas si existe una emoción del ánimo que no produzca la consiguiente agitación en el abanico, hasta el punto de que bastará algunas veces observar sus movimientos cuando se halla entre las delicadas manos de una señora de mundo para saber si la dama está de buen humor, si tiene ganas de reír, o si desea discusión y no quiere dejarse convencer.
Estados de ánimo y movimientos del abanico
He visto en cierta ocasión un abanico manejado con tanta cólera por su dueña, que hubiera sido peligroso para el amante ausente que provocaba el enfado encontrarse al alcance de sus vendabaIes; y otras veces he visto abanicos tan lánguidos, que consideré ventajoso para su propietaria que el amante no se encontrara en su presencia.
Si todos los abanicos hablaran tan sinceramente como estos que acabo de citar, cuando el poeta inglés Addisondio cuenta de sus ingeniosos estudios sobre el particular, ¿no so retratarían en ellos todos los deseos y afectos de la mujer tan claramente como si ella misma nos los expresara verbalmente?
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Pero la joven del siglo XX no es, ni con mucho, tan experta en el manejo del abanico como las Pompadour y las Du Barris, cuyas historias estaban escritas en ellos. Nuestras jóvenes necesitarían estudiar un curso de lecciones de este género en la célebre Academia del Ab anico, donde, entre otras palabras de mando, el batallón femenino contestaba a las de ¡Cojan abanicos!, ¡Abran abanicos!, ¡Abajo abanicos!, ¡Ábranse de nuevo!, ¡Abanicarse! y otras por el estilo.
El mal que una mujer verdaderamente coqueta puede hacer con el abanico, es increíble. La táctica de estas expertas haría ruborizar de vergüenza a un Napoleón. Decía una señora amiga de Madame Stael que el manejo del abanico era lo suficiente para dar a conocer a la princesa y a la plebeya; y que de todos los adornos de la mujer elegante, no hay uno solo del que pueda sacarse tanto partido como del en que estamos ocupándonos.
Tiene el abanico un alfabeto sencillo , muy fácil de aprender de memoria y en el que, mediante un poco de práctica, cualquier novicia puede leer de corrido.
El lenguaje del abanico ha caído en desuso, como otras muchas de las costumbres del pasado. Nosotros la asociamos a la época de la "Belle Marquise", cuyos movimientos de abanico acompañaban en crescendo a los rayos lanzados por sus hermosos ojos.
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Todavía existen, y existirán por mucho tiempo en el mundo, multitud de ojos bellos que saben mirar por detrás de las frágiles varillas del abanico . Por otra parte, si algunos piensan en resucitar el lenguaje céltico, para hablarlo, ¿por qué no se ha de restaurar el lenguaje del abanico?
Tiene tantas ventajas, tantas variaciones, dice tan atrevidamente cuanto los labios no so deciden a expresar, que el abanico resulta un arma utilísima en las luchas del amor, como que es la más sutil entre las muchas argucias de que el amor se sirve, porque resulta el medio de dirigir impunemente tiernas miradas, el verdadero epítome, en fin, de una caricia. En el lenguaje del abanico existe verdadera poesía y, como la música, se hace entender en todos los idiomas.
Y si no, cuánto más elocuente es decir ¡Te amo! abriendo el abanico con suavidad y colocándolo al través del rostro, que emplear aquellas palabras simple y vulgarmente!
Qué gran variedad de abanicos
Supongamos por un momento que una excelente y bondadosa madrina regala a su ahijada una soberbia colección de maravillosos abanicos. Cuando la joven los contempla, uno tras otro, cuando abre los ojos y va recreándolos en el brillante contenido, no se cambiaría por la más dichosa de las mujeres. Abanicos de varillaje de nácar, de cristal, marfil, concha, sándalo, oro y plata, etc., etc.; abanicos con país de gasa, raso, pergamino y brocado; abanicos con trabajos únicos de Watteau y Fragonade, cupidillos risueños que tejen guirnaldas de rosas, visiones de una fiesta campestre o de una poética zambra pastoril; abanicos con piedras preciosas incrustadas, con delicadas puntas de plumas de avestruz, y, en fin, abanicos de alegres colores reminiscencia de una tropa de mariposas.
La joven favorecida con la brillante colección va admirando uno tras otro los ejemplares de que se compone, y con el espejo por único confidente ensaya la siguiente comedia, tan concisa como linda:
Esta noche iré al baile y allí estará mi ideal. Por supuesto, que él sabrá leer el lenguaje del abanico , porque todos los ideales entienden ese lenguaje. Yo estaré sentada con mucha gazmoñería al lado de Ia persona que me acompañe; cuando él pase junto a mí, en la primera oportunidad cambiaré con indiferencia mi abanico hacia la izquierda y me lo colocaré enfrente de la cara. Esto querrá decir en nuestro encantador lenguaje: " Quiero entablar conocimiento con usted ". Por supuesto, que tal conducta será atrevida e impropia de una señorita... pero lo haré. El me mirará muy rápidamente; adivinará, vacilará... y, por último, asentirá. Casi se acercará a donde yo esté, dirigiéndome significativas miradas; pero mi acompañante le mirará con el ceño fruncido y se retirará.
Modestamente esperará otra señal y yo le telegrafiaré con gran rapidez: "Estoy comprometida".
Todo esto, por supuesto, lo haré con ánimo de darlo en qué pensar; pues no hay que decir que eso de comprometida... no es verdad. El infeliz se pondrá muy triste, y yo haré lo posible por desanimarle más aún, apresurándose mi abanico á decirle: " Estoy casada ".
El enamorado doncel lanzará miradas de cólera a mi acompañante, y yo me apresuraré a decirle: "¡Mucho cuidado! ¡Que hay quien nos vigila!..."
Instantáneamente adoptará aspecto serio y se pondrá a revisar el cielo raso del salón, como si en él hubiera cosas interesantísimas. Cuando crea que la costa está libre de moros, volverá a mirarme, pero guardando todo género de precauciones. Yo me abanicaré lentamente, como diciéndolo: "¡Es usted un coquetón!" Esto no será muy bondadoso, pero sí muy justo. Todos los ideales son coquetones.
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Otro movimiento de abanico por mi parte, y seguidamente la señal siguiente: " Quisiera hablar con usted ".
Dicho esto, él procurará obtener el medio de que me presenten, y ya no habrá necesidad de que el abanico hable; pues mientras bailemos un vals siguiendo las dulces notas emitidas por la banda húngara, hablaremos muy bajito.
Después, mientras descansamos en una glorieta del jardín sombreada por hermosas palmeras, mi ideal me dirigirá la esperada pregunta y yo contestaré con un sí, franco y elocuente, y manejando el abanico como lo manejan las coquetas responderé a sus miradas suplicantes con una señal indicadora de mi amor hacia él que se aprovechará de esta circunstancia para besarme... aunque yo no lo consienta. ¡Buenos están los ideales para desperdiciar ocasiones!...
Cuando nos despidamos, me pondré el abanico juguetonamente detrás de la cabeza, y él interpretará inmediatamente esta señal del modo siguiente: "¡ No me olvides !"
A lo que contestará al ideal con un vulgar, pero sincero: "¡No haya cuidado!"
Y entonces... Pero ¿hasta dónde van a llegar mis pensamientos? Todo esto es un sueño; una brillante visión de amor y de esperanza. Yo nunca voy al baile; yo jamás me encuentro con un ideal. La escena es dulce y poética; pero ¡ay! esa escena nunca se realizará: solo ha sido hija de la fantasía.
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