El mundo de la modestia y las buenas maneras. III

Cabe resaltar la idea del ahorro, que constituía la muestra del equilibrio que se buscaba tener en la vida, asegurando este padre de familia que el dinero no debía faltar

 

Ilustración. Ilustración biblioteca de la facultad. La Bibliomata. Biblioteca La Bibliomata

El mundo de la modestia y las buenas maneras

Otro consejo era que las mujeres jóvenes debían ser laboriosas, y para ello se les instruía en costura, cocina, lavandería, barrida, pintura, música y canto. Además de esta instrucción, conocida como labores femeninas, se les inculcaba la humildad, el ahorro, el recato, el buen gusto y la modestia, que era el atributo más hermoso del sexo femenino.

Cabe resaltar la idea del ahorro, que constituía la muestra del equilibrio que se buscaba tener en la vida, asegurando este padre de familia que el dinero no debía faltar, pero tampoco se debía ser ostentoso con él, y ello evidenciaba que si se sabía ahorrar, era porque se sabía ganar, por medio del trabajo. El valor real de todos estos valores dependía de la importancia que se les había dado a los mismos en la educación, incluso, don Manuel Orihuela aseguraba que "una buena educación, si no se aprende en los primeros años de la vida es imposible que en la edad madura pueda aprenderse; esto es un evangelio". Así que educar e instruir y aconsejar era la tarea principal de los padres y tutores, que por su experiencia eran capaces de formar el carácter de una persona. Ellos eran quienes abrirían las puertas del mundo, sobre todo cuando los padres o tutores llegaban a la tercera época del hombre, la de hablar consigo mismos.

La mujer decimonónica debía ser laboriosa y hacer el trabajo con sus propias manos, ser honrada, respetuosa, saber de economía y de administración del dinero, sobre todo si se quería hacer de ella una persona "decente", entendiéndose por persona "decente", en esa época, una que mereciera la confianza pública por su ciencia, su prudencia y su moralidad.

En suma, la mujer era la portadora de los principios morales y también de las enseñanzas religiosas, sabiéndose comportar ante la sociedad sin importar el evento o la compañía. Ser una persona educada también significaba ser una persona civilizada, cultivada. "Se tenía que conocer el comportamiento en las comidas, como el manejo de los cubiertos, las conversaciones atinadas para el momento, las reglas de etiqueta en un baile o en un teatro, la manera de saludar a las mujeres u hombres en lugares públicos y privados, así como la forma de vestir para cada ocasión" (Escobar, 2005, pag. 58-59).

En el capítulo segundo titulado "¿Quién es Manuel Orihuela?", Cecilia Escobar recurre a las entrevistas que le hizo a la bisnieta de don Manuel Orihuela, doña Eulalia Ezeta, y logra con ello rescatar la vida personal del licenciado. Nos asegura que él era una persona conservadora que estudió la carrera de derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, y que fungió como juez y maestro de derecho. Sobre todo, que era muy católico. Tuvo tres matrimonios y una vasta descendencia, por la cual se preocupó escribiendo dos manuales, uno para sus hijos y el otro para sus hijas, que es el que conocemos. Además, su inquietud principal fue dejar consejos claros sobre modales y valores a su familia.

Se interesó el licenciado Orihuela por instruir y educar a sus hijas con una formación estricta, asegurando que su interés era buscar el equilibrio; es decir, no abusar de los bienes materiales ni de los sentimientos, ser una persona honrada y gente de bien sin olvidar que las únicas responsables de los actos en la vida eran ellas mismas. Su interés por educar a sus hijas fue tal que contrató maestros particulares, sobre todo de piano y pintura.

En el capítulo tercero, con un título muy barroco: "Las causas antes del enamoramiento. Las características de un pollo, lo que significaba ser una muchacha decente y las distintas maneras de comunicar el amor", se tratan las relaciones entre hombre y mujer, las cuales siempre han sido objeto de atención, así que don Manuel asegura que si era muy importante la apariencia física, lo era más el alma de la persona. Por ello, por medio de cuentos más que de consejos, nos habla de lo importante que era buscar un marido que estuviera a la altura de la mujer. Incluso, en varias páginas comenta esas relaciones, pero nunca llega a la parte íntima de ellas. El siguiente es el consejo que les daba a las mujeres que buscaban marido:

(...) las jovencitas a las que llaman pollas (...)
¡Que digo jovencitas! Cotorronas deben también entrar en la colada.
No miran si su genio es bueno o malo:
Si por carácter es enamorado:
Si tiene educación: Si es caprichudo:
Si es muy tonto, si es franco o es mezquino:
Si tiene religión o es impío (Escobar, 2005, pag. 115).

Asimismo, hace mención del galanteo, de las modas, del uso del rebozo y de la mantilla española, y asegura que para que el novio no las abandonara, el pudor era lo más importante, y también no tener correspondencia escrita. Incluso, en relación con la formalización de la relación, da consejos sobre los preparativos de la boda, desde el vestido hasta la música, pasando por la hora de servir el banquete y las actitudes de los invitados.