El Sacerdote y la Urbanidad.

Cuando uno tiene tacto y es cortés, se sale bien de todas las dificultades.

Urbanidad Eclesiástica.

 

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Los primeros pasos en el sacerdocio.

1. La Urbanidad es conveniente para todos.

Se cuenta de un célebre diplomático, que, siendo todavía muy joven, preguntó a una persona, tan ilustre como experimentada, cuál sería la norma más acertada para salir airoso en los delicados trances de su carrera, a lo que obtuvo de aquel experto anciano esta respuesta: "Los hombres y las cosas varían mucho: vos sois muy joven aún: escuchad, observad, y sobre todo sed cortés".

Como no quedaran satisfechos los anhelos del novel diplomático con tan lacónicas instrucciones, volvió a insistir en sus preguntas; pero a casi todas ellas le contestaba el anciano embajador en esta o parecida forma: "Cuando uno tiene tacto y es cortés, se sale bien de todas las dificultades".

La marcada insistencia del prudente consejero quedóse profundamente grabada, como provechosa lección, en la memoria del joven consultante, y largos años más tarde, después de haberla comprobado por la experiencia, no dudaba él mismo en afirmar que para el trato con los hombres y manejo de los negocios, el secreto del éxito consiste en saber obrar siempre con tacto y cortesía.

Bien convencido de ello está la gente del mundo, que ha llegado en esto a mayor refinamiento que el de los antiguos pueblos, aunque algunos de ellos incluyeran los preceptos de la etiqueta entre sus leyes: hoy en manos de todos andan los códigos escritos por los árbitros de la moda, para imponer a la sociedad los formulismos externos que han de regir sus usos y costumbres, y la Urbanidad es libro de texto en las escuelas elementales y superiores; y no sólo se estudian sus preceptos, sino que se llevan a la práctica, con más o menos fidelidad según la índole de las personas, señalando con el dedo, como indigno del trato social, a quien las conculca. ¡Lástima grande que, en muchos casos, los esfuerzos para poner en ejecución las fórmulas de la Urbanidad tengan por resorte la ficción y la rutina, en vez de ser fruto del santo impulso que dan la sinceridad y caridad cristianas!

Permítaseme que a este propósito aduzca una cita, aunque larga, de mi distinguido amigo el Muy Reverendo Padre Lucas de San José, C. D., quien en su obra La Santidad en el Claustro se expresa en estos términos:

"Si Dios creó al hombre sociable, nosotros con nuestros múltiples defectos hicimos muy difícil la sociedad humana.

Mas, como el trato social es necesario, y los defectos humanos que lo dificultan son muchos y nada fáciles de extirpar, fué preciso una semejanza de virtud; o mejor, un "modus vivendi", si es lícito este modismo, para que el trato humano fuera posible, y aun agradable, a pesar de los grandes defectos de los hombres.

A esta fórmula de virtud se llama educación social. La educación, tal como ordinariamente se la entiende en el trato humano, no extirpa radicalmente en el individuo ningún vicio, ni crea ninguna virtud. Pero impone a cada uno el deber de ocultar sus propios defectos, en cuanto éstos pueden ser molestos a los demás; y a todos impone la obligación de disimular en los otros los defectos que éstos no consiguen del todo ocultar.

Por esto se ha dicho que la buena educación es un hermoso manto que suele encubrir grandes debilidades, y aun muy repugnantes miserias. Y así están más necesitados de ella los que tienen mayores debilidades y más grandes miserias que ocultar.

No quiero decir por esto que en nombre de la virtud se deben desatender las formas y maneras que los hombres inventaron para hacer agradable el trato social. No digo esto, sino que estimo que la virtud puede y debe aprovecharse de esas buenas formas de la educación, porque todo es menester para que los hombres nos soportemos y aun consigamos querernos y estimarnos un poco mutuamente.

Cierto que si todos fuéramos perfectos de corazón y de espíritu, no tendríamos necesidad de ningún formalismo para sernos mutuamente agradables. La más absoluta sinceridad sería la única norma en el trato social. Entonces nuestros corazones serían como las flores, que abriéndose a plena luz, a nadie ofenden, y a todos recrean y atraen con sus matices y perfumes.

Pero desgraciadamente no somos tan perfectos. Y así, por atención a nuestras propias debilidades, y por el respeto que debemos a las flaquezas ajenas, todos necesitamos ayudarnos de las buenas formas sociales, y ellas hacen más agradables a nuestros prójimos nuestros buenos sentimientos.

La buena educación, aun tal como el mundo la entiende, es excelente compañera de la virtud, pues mutuamente se ayudan y realzan. El olvido de este principio muchas veces despoja a la virtud de sus mejores encantos, y la priva de sus mejores fuerzas, y la torna estéril y hace ineficaz su acción en los demás. Mientras que esta misma educación oculta muchas miserias de las personas viciosas, haciendo no pocas veces más peligroso el mal, por lo mismo que con las buenas formas mejor disimula sus deformidades.

La buena educación está bien en todas partes, y aun es necesaria, así a las personas buenas para dar mayor realce a sus virtudes, como a las personas que no lo son para disimular de algún modo las repugnancias de sus grandes debilidades".

2. Los Sacerdotes también la necesitan.

A esta gran escuela del común respeto, que para dar doctrina segura y sólida debe asentar sus enseñanzas sobre el Evangelio, no puede menos de acudir el Clero católico.

Ya el Divino Maestro daba nuevas fórmulas de trato social a sus Discípulos, cuando les mandaba a predicar por las aldeas palestinenses. La Iglesia santa, por medio de sus Pontífices y Prelados, ha continuado esta tarea educadora del Sacerdocio. Figuras como San Agustín, San Ambrosio, San Jerónimo y Clemente Alejandrino no se desdeñaron de tratar cuestiones de cortesía en sus libros. Los sagrados Concilios, al hablar de la formación eclesiástica, dan importancia a las formas y trato social; y en nuestros días, el mismo Código de Derecho Canónico, preceptúa (canon 1.369, § 2.°) a los Rectores de Seminarios que inculquen, teórica y prácticamente a sus alumnos, las leyes de la Urbanidad.

El Cardenal Guisasola, siendo todavía Obispo de Madrid, señalaba a su Clero la razón de todo esto: "Algo debemos también decir -escribía en 1904- sobre la conveniencia del esmero en cumplir las reglas ordinarias de educación y buena crianza. Nuestro ministerio es de trato social, y hoy el mundo se paga muchísimo de la exterioridad de las buenas formas. Depende ello acaso de la deficiente educación moral que reciben muchas gentes, pero es ciertísimo que una falta de éstas puede enajenarnos una voluntad que acaso nos convenía mucho tener ganada; y en cambio, con un poco de esmero en ello, podemos insinuarnos en el ánimo de muchos, que podremos así guiar al bien. No desdeñéis tener en vuestra biblioteca algún buen tratado de esta materia, y leedle alguna vez y, sin haceros esclavos de las minucias y refinamientos en que tales libros abundan, escoged con discreción las razonables lecciones de conducta que en ellos encontréis."

El Clero mismo ha sabido asimilarse bien estas sabias recomendaciones de sus Prelados, y ha dejado consignada en sus escritos y ratificada con su conducta la alta estima que le merecen las reglas de cortesía.

De un Capellán Castrense, Mons. Vilaplana Jové, son estas palabras: "La Urbanidad es un deber para el Sacerdote. Da realce a la piedad y la hace más estimable, aun a los impíos. Dios se ha servido de las buenas cualidades naturales de San Antonio Abad, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Francisco de Sales, San Vicente de Paúl y tantos otros para convertir a los infieles, herejes y pecadores. La Urbanidad predispone en favor y atrae; las maneras torpes, groseras, libres y descorteses repelen. La Urbanidad es una de las infinitas formas de la caridad. El Sacerdote de fina educación, aunque sea de mediana cultura, se granjeará la veneración de los rústicos, la simpatía de los poderosos y el acceso de los obstinados. Así como muchos hombres juzgan a la Iglesia por lo que es el Sacerdote, así también juzgan al Sacerdote por los sentidos y no por la razón".

3. Noción y cualidades de la Urbanidad Eclesiástica.

Mas no ha de ser la Urbanidad que practique el Sacerdote esa otra mundana, que ha podido, con harta razón, ser comparada... al empapelado, que se hace en las habitaciones para ocultar las grietas y manchas de las paredes.

"La cortesía del Sacerdote -dice Mons. Vilaplana- no ha de ser ficticia, postiza, mundanal, vanidosa, de gran tono, de carácter ceremonioso e hipócrita, ni empalagosa; sino natural, espontánea, fina, amable sin seducción, atenta pero no rastrera, fundada en la dignidad de que se halla revestido y en la circunspección que debe a sus semejantes, sin estudio ni afectación".

Nuestra Santa Madre la Iglesia lo indica bien claramente en su Código, cuando habla de las leyes "verae et christianae Urbanitatis". No hay, pues, que confundir la cortesía verdadera, con la falsa; ni la cristiana, con la mundanal: una cosa es saber y practicar el arte de portarse cortésmente en pensamientos, palabras y obras, tal como lo requieren la propia dignidad y la de aquellos con quienes se trata, y otra, esclavizarse y rendir culto a formularios ridículos y ficticios.

"No hemos de ser -escribe el Presbítero D. Blas Carda- cínicos despreciadores de las conveniencias sociales; sino finos y delicados, fieles cumplidores de las buenas leyes del trato social, si bien con dignidad y con aquella variedad discreta de que nos decía el Crisóstomo que se acomoda a la variedad de personas y de circunstancias. No hay que decir que la Urbanidad del Sacerdote no ha de llegar a los extremos ridículos de algunas gentes del mundo, pues ella ha de ser una urbanidad peculiar, grave, aunque natural y suave, en una palabra: sacerdotal".

Existe, pues, una cortesía propia del Clero, aunque el mundo y quizá las mismas personas piadosas no se den cuenta exacta de ello. Cuando indiqué a una Religiosa que había ya mandado a la imprenta la primera parte de mi "Urbanidad Eclesiástica", me contestó:

- Con gusto leería yo tal libro; pues, desde que cursé esa asignatura en la Escuela Normal, yo creí que la Urbanidad sería única, y sus preceptos, iguales para todos.

- A lo que no pude menos de replicar: También tendrá usted aprobada allí la música, y sin embargo no la enseñarían el Canto Gregoriano...

Una diferencia algo semejante a la que existe entre la Música sagrada y la profana, aunque ambas se escriban a base de los mismos sonidos y cánones armónicos, hay que establecer también entre la Urbanidad eclesiástica y la mundana, aunque las dos se sirvan de los actos humanos para agradar y no ofender a nadie.

Si la cortesía requiere que cada cual se porte según lo pide la propia dignidad y la de aquellos con quienes trata, calcúlese el nivel a que habrá de elevarse la Urbanidad cuando esté escrita para señalar a un Sacerdote las normas que debe seguir en el trato con los fieles cristianos, que a su vez tampoco ignoran la última dignidad del Ministro de Dios. Además, muchas acciones y formas sociales, que son lícitas y hasta corrientes entre los seculares, serían por estos mismos recriminadas, cuando las viesen practicadas por un Clérigo; y sobre todo, el espíritu y fin que rige el comportamiento social de unos y otros, no puede menos de abrir una distancia, casi un abismo, entre los tratados que enseñen a proceder en todo con verdad y caridad, y los formularios que se limiten a trazar las frías normas del cumplido exterior y de aparente benevolencia.

El Sacerdote es siempre Sacerdote, y como su última misión es dar gloria a Dios y salvarse, salvando muchas almas, para esto ha de servirse también de la cortesía.

"La urbanidad y porte fino -dice el P. Juan de Guernica, O. M. C.- deben servir al Sacerdote y Misionero de instrumento de celo, más bien que de medio de hacerse amable..." El mundano puede estudiar las normas del trato social para lucimiento y provecho propio; el Eclesiástico ha de aprenderlas y practicarlas siempre con miras al apostolado. ¡Descendamos por las sendas de la verdadera y cristiana Urbanidad a salvar tantas almas como se sumergen en los fangales del pecado y del odio... encubiertos bajo la flora acuática de la más refinada cortesanía!