Del aseo. Del aseo para con los demás.

Jamás nos acerquemos tanto a la persona con quien hablamos, que llegue a percibir nuestro aliento.

Manual de Buenas Costumbres y Modales. 1.852

 

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Manual de Buenas Costumbres y Modales. Urbanidad y Buenas Maneras.

1. La benevolencia, el decoro, la dignidad personal y nuestra propia conciencia, nos obligan a guardar severamente las leyes del aseo, en todos aquellos actos que en alguna manera están, o pueden estar, en relación con los demás.

2. Debemos, pues, abstenemos de toda acción que directa o indirectamente sea contraria a la limpieza que en sus personas, en sus vestidos y en su habitación han de guardar aquellos con quienes tratamos, así como también de toda palabra, de toda alusión que pueda producir en ellos la sensación del asco.

3. Jamás nos acerquemos tanto a la persona con quien hablamos, que llegue a percibir nuestro aliento; y seamos en esto muy cautos, pues muchas veces nos creemos a suficiente distancia del que nos oye, cuando realmente no lo estamos.

4. Los que se ponen a silbar mientras combinan sus lances en el ajedrez y otros juegos de esta especie, se olvidan de que así cometen la grave falta de arrojar su aliento sobre la persona que tienen por delante.

5. Cuando no estando solos, nos ocurra toser o estornudar, apliquemos el pañuelo a la boca, a fin de impedir que se impregne de nuestro aliento el aire que aspiran las personas que nos rodean; y aun volvámonos siempre a un lado, pues de ninguna manera está admitido ejecutar estos actos con el frente hacia nadie.

6. Evitemos, en cuanto nos sea posible, el sonarnos cuando estemos en sociedad; y llegado el caso en que no podamos prescindir de hacerlo, procuremos que la delicadeza de nuestros movimientos debilite un tanto en los demás la sensación desagradable que naturalmente han de experimentar.

7. Siempre que por enfermedad nos veamos frecuentemente en la necesidad de sonarnos, escupir, etcétera, abstengámonos de concurrir a reuniones de etiqueta y aún de poca confianza, y evitemos recibir visitas de la misma naturaleza.

8. El acto amistoso de dar la mano al saludar, puede convertirse en una grave falta contra el aseo que debemos a los demás, si no observamos ciertos miramientos que a él están anexos, y de los cuales jamás prescinde el hombre delicado y culto.

9. En general, siempre que nos vemos en el caso de dar la mano, se supone que hemos de tenerla perfectamente aseada, por ser éste un acto de sociedad, y no sernos lícito presentarnos jamás delante de nadie sino en estado de limpieza.

10. Cuando por causa de algún ejercicio violento, o por la influencia del clima, o bien por vicio de nuestra propia naturaleza, nos encontremos transpirados, no alarguemos a nadie la mano sin enjugarla antes disimuladamente con un pañuelo. Las personas que con sus manos humedecen las ajenas, sin duda no conciben cuán ingrata es la sensación que producen.

11. No basta que al dar nuestra mano estemos nosotros mismos persuadidos de su estado de limpieza: es necesario que los demás no tengan ningún motivo para sospechar siquiera que la tenemos desaseada. Así, cuando nos veamos en el caso de saludar a una persona que nos ha visto antes ejecutar con las manos alguna operación, después de la cual pudiera suponerse que no le fuese agradable el tocarlas, omitiremos aquella demostración, excusándonos de un modo delicado y discreto, aun cuando tengamos la seguridad de que nuestras manos se han conservado en perfecto estado.

12. Guardémonos de alargar nuestra mano a la persona a quien encontremos ejecutando con sus manos alguna operación poco aseada, la cual, según las reglas aquí establecidas, se halla en el deber de excusar esta demostración.

13. Cuando al entrar de visita en una casa se penetra hasta el comedor, lo cual no está permitido sino mediando una íntima confianza, no debe darse la mano a otras personas de las que se hallen en la mesa, que a los jefes de la familia; mas por lo mismo que éstos no pueden excusar un acto que peca contra el aseo, por cuanto han de continuar comiendo sin lavarse las manos, evitemos en todo lo posible el visitar a nuestros amigos a tales horas.

14. Jamás brindemos a nadie comida ni bebida alguna que hayan tocado nuestros labios; ni platos u otros objetos de esta especie que hayamos usado; ni comida que hayamos tenido en nuestras manos, si se exceptúan las frutas, cuya corteza las defiende de todo contacto.

15. No sólo no pretenderemos, sino que no permitiremos nunca que una persona toque siquiera con sus manos, lo que de alguna manera se haya impregnado o pueda suponerse que se ha impregnado de la humedad de nuestra boca.

16. No ofrezcamos a nadie nuestro sombrero, ni ninguna otra pieza de nuestros vestidos que hayamos usado, ni objeto alguno de los que tengamos destinados para el aseo de nuestra persona; y cuando nos veamos en el caso de ofrecer nuestra cama, cuidemos de vestirla enteramente de limpio.

17. No contrariemos nunca a los demás en el cumplimiento de las reglas establecidas en los tres párrafos anteriores: sería una incorrección el intentar beber en el vaso en que otro ha bebido, comer sus sobras, tomar en nuestras manos lo que ha salido de su boca, o servirnos de los vestidos que ha usado, por más que quisiéramos con esto manifestarle cordialidad y confianza.

18. Es impolítico excitar a una persona a que tome con las manos una comida que deba tomarse con tenedor o cuchara, o que acepte ningún obsequio en una forma que de alguna manera sea contraria a las reglas aquí establecidas. No se deben aplicar jamás los labios al borde de la jarra de agua para beber. Siempre debe servirse ésta en un vaso antes de tomarla.

19. Tan sólo obligados por una dura necesidad, usaremos de aquellos objetos ajenos, que naturalmente ha de ser desagradable a sus dueños el continuar usando.

20. Las personas que desconocen las prudentes restricciones a que debe estar siempre sujeta la confianza en todos sus grados, acostumbran acostarse en las camas de sus amigos cuando los visitan en sus dormitorios. La sola consideración de que el dueño de una cama que hemos usado, haya de mudar los vestidos de ésta después que nos retiramos, como en rigor debe hacerlo, es suficiente para que nos abstengamos de no incurrir nunca en semejante falta.

21. No toquemos con nuestras manos, ni menos con nuestros labios, ni con alguna cosa que haya entrado ya en nuestra boca, aquellos objetos que otro ha de comer o beber; y procuremos igualmente que los demás se abstengan; respecto de ellos, de todo acto contrario al aseo, de la misma manera que lo haríamos si estuviesen destinados para nuestro propio uso.

22. No permitamos que otro, por ignorancia, tome en sus manos ni en su boca objeto que nosotros sabemos no debe tomar según las reglas aquí establecidas.

23. Es incorrección el tener a la vista aquellos objetos de suyo asquerosos, o que, sin serlo esencialmente, causan, sin embargo, una impresión desagradable a alguna de las personas que nos visitan; y todavía lo es más el excitar a otro a verlos o tocarlos con sus manos, sin que para ello exista un motivo a todas luces justificado.

24. También es impolítico el incitar a una persona a que guste o huela una cosa que haya de producirle una sensación ingrata al paladar o al olfato. Y téngase presente que desde el momento en que se rehúsa probar u oler algo, sea o no agradable por su naturaleza, ya toda insistencia es altamente contraria a la buena educación.

25. Si, como hemos visto, el acto de escupir es inadmisible en la propia habitación, ya puede considerarse cuánto no lo será en la ajena. Apenas se concibe que haya personas capaces de manchar de este modo los suelos de las casas que visitan, y aún los petates y alfombras con que los encuentran cubiertos.

26. Personas hay que, no limitándose a escupir, pisan luego la saliva de modo que dejan en el suelo una fea mancha. Este es también un acto del todo contrario al aseo; pero a la verdad, menos imputable a los que lo ejecutan, que a los autores que lo recomiendan como una regla de urbanidad.

27. Al entrar en una casa, procuremos limpiar la suela de nuestro calzado, si tenemos motivo para temer que a ella se hayan adherido algunas suciedades; y al penetrar en una pieza de recibo frotemos siempre el calzado en un ruedo o felpudo que encontraremos en la parte exterior de la puerta a fin de que nuestras pisadas no ofendan ni ligeramente al aseo de los suelos. En estas operaciones seremos todavía más prolijos y escrupulosos en tiempo de invierno, y siempre que hayamos transitado por lugares húmedos o enlodados.

28. No es lícito presentarse en sociedad inmediatamente después de haber fumado; pues además de ser insoportable el olor que entonces despide la boca, el vestido y todo el cuerpo, este olor se transmite necesariamente a todas las personas a quienes se le da la mano.

29. Todavía es más incorrecto el entrar fumando a una casa, aunque en ella no haya señoras, y por grande que sea la confianza que tengamos con sus dueños. De este modo no solo nos hacemos molestos con el humo del tabaco, sino que tenemos que incurrir en la falta de escupir, y en la dejar en la casa los fétidos cabos de los cigarros, lo cual nos será ciertamente tolerado, pero condenado siempre interiormente aún por nuestros íntimos amigos.

30. No nos sentemos nunca sin estar seguros de encontrarse el asiento enteramente desocupado; pues sería imperdonable descuido el sentarnos sobre un pañuelo, o sobre cualquier otro objeto de esta naturaleza perteneciente a otra persona.

31. No brindemos a nadie el asiento de donde acabemos de levantarnos, a menos que en el lugar donde nos encontremos no exista otro alguno. Y en este caso, procuraremos, por medios indirectos, que la persona a quien lo ofrecemos no lo ocupe inmediatamente; sin emplear jamás frase ni palabra que se refiera o pueda referirse al estado de calor en que se encuentra el asiento, pues esto no está admitido en la buena sociedad.

32. Cuidemos de no recostar nuestra cabeza en el respaldo de los asientos, a fin de preservarlos de la grasa de los cabellos. Observando esta regla en todas partes, guardaremos el aseo que debemos a las casas ajenas, e impediremos que los asientos de la nuestra inspiren asco a las personas que nos visitan.

33. En general, tratemos siempre con extremada delicadeza todos los muebles, alhajas y objetos de adorno de las casas ajenas; evitando en todo lo posible el tocarlos con nuestras manos, pues esto se opone a su estado de limpieza, y cuando menos, a su brillo y hermosura.

34. Si es un acto de desaseo el tomar en la boca la pluma de escribir de nuestro uso, con mayor razón lo será el hacer esto con la pluma del ajeno bufete.

35. De la misma manera, el humedecerse los dedos para hojear libros o papeles ajenos, es una falta de aseo que, por recaer sobre los demás, viene a ser aún más grave que la que sobre este punto hemos indicado antes, al hablar del aseo en nuestras personas.

36. No está admitido entre la gente fina el usar, sin una necesidad imprescindible, de la pluma con que otro escribe, ni de su cortaplumas. El cortaplumas pertenece a los objetos de uso exclusivo, y así ninguno debe dejar de llevar siempre consigo uno que le pertenezca. En cuanto a pedir a otro el suyo para recortarse las uñas, o para cualquiera otro uso corporal, constituye un acto incivil que nunca ocurre entre personas bien educadas.

37. También es de gentes vulgares, el emborronar los papeles que encuentran en los bufetes de las personas que visitan. El hombre culto, no sólo no va a ensuciar así los papeles ajenos, sino que se abstiene severamente de acercarse, sin un motivo justificado, a otro bufete que el suyo propio.

38. Por último, guardémonos de mezclar jamás en nuestra conversación palabras, alusiones o anécdotas que puedan inspirar asco a los demás, y de hacer relaciones de enfermedades o curaciones poco aseadas. La referencia a purgantes y vomitivos, y a sus efectos, está severamente prohibida en sociedad entre personas cultas.

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