Del modo de conducirnos en diferentes lugares fuera de nuestra casa. Del modo de conducirnos en los cuerpos colegiados.

El hombre de buena educación cuida de no olvidar jamás en ellas sus deberes puramente sociales, guardando a sus colegas todos los miramientos y atenciones.

Manual de Buenas Costumbres y Modales. 1.852

 

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Manual de Buenas Costumbres y Modales. Urbanidad y Buenas Maneras.

1. El hombre de buena educación, cuando se encuentra en una asamblea cualquiera, no sólo tributa al cuerpo y a cada uno de sus miembros aquellos homenajes que están prescritos por sus particulares estatutos y por las reglas generales de la etiqueta parlamentaria, sino que cuida de no olvidar jamás en ellas sus deberes puramente sociales, guardando a sus colegas todos los miramientos y atenciones, de los que la urbanidad no nos releva en ninguna situación de la vida.

2. Nada hay que exponga más al hombre a perder la tranquilidad de su ánimo, y junto con ella la cultura y delicadeza de sus modales, que la contradicción que experimenta en sus opiniones cuando se empeña en hacerlas triunfar, y cuando sabe que debe someterlas a la decisión de una mayoría, que al fin ha de resolver sin necesidad de convencerle.

3. Desde que en tales casos el hombre llega a perder su serenidad, ya no sólo se ve arrastrado a faltar a sus colegas en las debidas consideraciones, sino que descendiendo al terreno de las personalidades, irrita los ánimos de los mismos a quienes le importa persuadir, y hace por tanto más difícil el triunfo de su propia causa.

4. El que en medio de la discusión lanza invectivas e insultos a sus contrarios, comete además una grave falta de respeto a la corporación entera, y aún a las personas de fuera de ella que puedan hallarse presentes.

5. Mas cuando se ha sostenido una opinión con calma, cuando no se han usado otras armas que las del raciocinio, cuando se ha respetado la dignidad personal y el amor propio de los demás, no sólo se han llenado los deberes de la urbanidad, sino qué se han empleado los verdaderos medios de producir el convencimiento; e imposible será que de este modo no se alcance el triunfo, si se está en posesión de la verdad y de la justicia, y la buena fe preside a los contrarios.

6. Es impolítico interrumpir al que habla, con frases e interjecciones de desaprobación, que en nada contribuyen a ilustrar las cuestiones y que manifiestan poco respeto a la persona a quien se dirigen y a la corporación entera.

7. Para nada se necesita de mayor tacto y delicadeza, que para negar a otro la exactitud de lo que afirma, aún cuando esto haya de hacerse en privado; y así ya puede considerarse cuán corteses no deberán ser los términos que se empleen para hacerlo a presencia de una asamblea, donde toda palabra ofensiva causaría una sensación profundamente desagradable, no sólo a la persona a quien se dirigiese, sino a la misma asamblea.

8. La difusión en los discursos los hace pesados y fastidiosos, y molestando al auditorio, le distrae de la cuestión con perjuicio del mismo que la sostiene. El que habla debe contraerse a los puntos esenciales del asunto de que trata, sin entrar en digresiones impertinentes, y observando aquellas reglas de la oratoria que dan al discurso método, claridad, concisión y energía.

9. La sátira no está excluída de las discusiones parlamentarias; antes bien las anima y sazona, y sirviendo de pábulo al interés del auditorio, proporciona al que la emplea la importante ventaja de atraer la atención que tanto necesita cautivar. Pero no se trata aquí de la sátira "cáustica y mordaz", que incendia y divide los ánimos y cierra las puertas a la razón y al convencimiento, sino de la sátira fina y delicada, que, dirigida a las cosas y nunca a las personas, aprovecha el elemento de la imaginación sin ofender el decoro del cuerpo ni la dignidad del hombre.

10. El que pierde una cuestión debe dar una prueba de cultura, y de respeto a la mayoría, manifestándose, si no contento y satisfecho, por lo menos resignado y tranquilo, y con un continente que revele una calma superior a los sentimientos mezquinos de un necio e impotente orgullo.

11. En cuanto al que ha triunfado, su conducta debe ser altamente circunspecta, delicada y generosa, evitando cuidadosamente manifestar ningún signo de alegría que pueda mortificar a sus contrarios, y absteniéndose de toda acción o palabra que haya de interpretarse como un innoble abuso de su triunfo.

Ver el manual completo de Antonio Carreño.