Lección sobre las compañías.
La reunión de gentes de primera clase no se debe llamar buena compañía en el sentido general de la frase, a menos que esté acreditada de tal en el público.
Las compañías.
El dar con buenas compañías, particularmente en nuestra primera salida, es el único camino de adquirir buenas ideas, y de recibir buenas impresiones; pues todo el estudio de la buena crianza y del conocimiento del mundo que nos dan en la niñez nuestros padres, es perdido, si tiene uno la desgracia de tropezar con viciosos compañeros, amigos, libertinos, tertulias peligrosas o conocimientos expuestos.
No entiendas que llamo aquí buenas compañías la de un solo y particular amigo con quien te acompañes, ni tampoco las tertulias generales del pueblo, sino las concurrencias de hombres de nacimiento, clase y carácter; tampoco esto es decir que todos absolutamente deben serlo, sin excepción alguna, porque hay sujetos que no son de nacimiento ni de clase, admitidos con justísima razón entre las gentes de modo, por haberse distinguido con algún mérito particular, o por haber sobresalido en alguna ciencia o arte; a veces se encuentran algunos intrusos por sus fines particulares, y otros también introducidos por la protección; pero esto no quitará que se llame buena compañía tal sociedad distinguida, porque en ella se aprenden los mejores modales, y el más puro lenguaje.
La reunión de gentes de primera clase no se debe llamar buena compañía en el sentido general de la frase, a menos que esté acreditada de tal en el público; porque las primeras gentes pueden estar tan mal criadas, y ser de tan poco aprecio, como las del vulgo. Tampoco una junta que se componga toda de personas de la última clase, sean los que fueren sus méritos y sus talentos, obtendrá jamás el nombre de buena compañía; y en caso de serlo, no deberá despreciarse, pero tampoco frecuentarse.
Una sociedad compuesta toda de sabios, aunque debe ser muy respetable, no por eso será la buena compañía de qué hablamos; pues como verdaderamente no viven en el mundo, no pueden tener sus finos y políticos modales; ahora si podemos destinar algunos ratos a esta sociedad, no hay duda que ganaremos mucho para la general, con ser miembros de ella.
"Procura acompañarte siempre con sujetos que sean más que tú, porque con ellos te honras tanto, como te degradas con los que son menos"
Una academia de poesía y agudeza es muy atractiva para los jóvenes que tengan talento y gracia, porque sin esto sería una simple vanidad asistir a ella; pero a tales academias se ha de concurrir con juicio y con moderación, porque un decidor regularmente es el coco del pueblo, y va causando recelo a todo el mundo; de manera que las gentes de una tertulia tienen tanto miedo de uno de estos, como las mujeres de una escopeta, por suponer que puede irse del seguro, y tropezar con ellas; no obstante son dignas de buscarse y frecuentarse sus juntas, pero sin excluir a las demás hasta tal punto, que solo sea uno conocido por individuo de aquella.
Procura acompañarte siempre con sujetos que sean más que tú, porque con ellos te honras tanto, como te degradas con los que son menos; cuando digo sujetos que sean más que tú, no lo comprendas en cuanto al nacimiento, sino en cuanto a su mérito, y a la fama que tengan en público; y de estas buenas compañías hay dos especies: una de gentes de mundo, que son los que han corrido cortes, países, diversiones, y lo que llaman mundo; y otra de gentes distinguidas por algún mérito particular, o que sobresalen en alguna ciencia o arte.
Cuida particularísimamente de evitar el trato de aquellas gentes ordinarias, que lo son en toda la extensión de la voz; esto es, ordinarias en su clase, ordinarias en sus modales y ordinarias en su mérito; pues aunque la vanidad ha inducido a muchos a preferir las compañías muy inferiores a ellos, por hacer el primer papel, te advierto que al mismo tiempo que allí dan la ley con aplauso y admiración, se degradan e imposibilitan para ser admitidos en las demás buenas compañías.
Concluiré diciéndote: que apenas habrá Capitán de infantería que no sea mejor compañía que lo fueron un Newton y un Descartes; yo respeto y venero tan superiores talentos; pero deseo conversar con gentes de este mundo que contribuyan a la sociedad con su parte de buen humor, de buena crianza y de conocimientos generales; porque en la vida común se necesita más veces de monedas de cobre y plata, que no de oro, y así el rico que lleva solo un bolsón de onzas (aunque quiera) no podrá ser tan franco como el que lleve siempre cambiado en la faltriquera; porque más veces al día tiene uno que sacar una peseta que un doblón; con que tu lleva el oro en una bolsa cerrada, por si lo necesitas, y la moneda corriente suelta en el bolsillo; esto es, ten ratos de compañía útil para tu aprovechamiento, y lo demás del día trata con las gentes del mundo en que vives.
"En la vida común se necesita más veces de monedas de cobre y plata, que no de oro"
Cuando los jóvenes salen al mundo, y empiezan a acompañarse con otros, hacen ánimo de imitarles en un todo; pero se engañan muchas veces en los objetos de su imitación; pues por una parte les oyen las falsas, disparatadas y hasta blasfemas expresiones de galantería, y les ven llenos de todos los vicios de moda; y por otra observan que generalmente son estimados y admirados aquellos mismos que todos conocen por libertinos, jugadores, etc. y esto les hace adoptar los vicios, equivocando sus defectos con sus perfecciones, y creyendo que los tales deben su crédito y su lustre a los vicios de moda; y es tan al contrario, como que estos mismos que han adquirido reputación por su talento, su instrucción, su crianza y demás prendas, son tachados y degradados en la opinión de todas las gentes de juicio por esos vicios; y así sucede que cuando se halla en un sujeto esta mezcla de caracteres, por sus buenas partidas le perdonan y disimulan las malas, pero no se las aprueban ni aplauden.
Si por desgracia un hombre tiene vicios, conténtese con los suyos propios, y no vaya a adoptar los de otros; porque la adopción de los vicios ha perdido diez veces más número de jóvenes que sus inclinaciones naturales.
Imitemos las verdaderas perfecciones de los sujetos con quien tratamos; copiemos su finura, su aire, su manejo, la naturalidad en su buena crianza, la gracia en su conversación; pero reflexionemos que si sobre tanto brillo dejamos resaltar los vicios que tenga, serán unas manchas que no podríamos imitar de otro modo que poniéndonos lunares en la cara, solo porque un hombre bien parecido tuviese desgraciadamente algunos en el rostro; cuando por el contrario debíamos imitar su perfecta belleza, esto es, como si no los tuviese.