La espalda, los hombros, el brazo y el codo. Posturas correctas y educadas
No es cortés, al andar, girar las espaldas a un lado y a otro como el péndulo de un reloj, ni poner una delante de la otra; esto denota un espíritu soberbio o una persona que se da tono
Mantener la compostura. Las posturas correctas y educadas
Aquella urbanidad
No es elegante encorvar el dorso, como si se tuviese un fardo pesado sobre las espaldas; hay que habituarse, y hacer que los niños tomen la costumbre de mantenerse derechos. Asimismo hay que evitar cuidadosamente el levantar las espaldas y aumentarse el busto, y hay que procurar no poner las espaldas de través, y de no bajar una más que la otra.
No es cortés, al andar, girar las espaldas a un lado y a otro como el péndulo de un reloj, ni poner una delante de la otra; esto denota un espíritu soberbio o una persona que se da tono.
Tampoco hay que girarse, ni tan sólo mover, por poco que sea, las espaldas cuando se habla con alguien, o alguien nos habla.
Es grandemente descortés el extender y alargar los brazos, torcerlos de un lado o del otro, tenerlos detrás del dorso o ponerlos a un lado, como a veces hacen las mujeres cuando están encolerizadas o dicen injurias a otras.
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Tampoco hay que balancear los brazos al andar, incluso so pretexto, por este medio, de ir más aprisa, y andar más camino.
Tampoco se deben tener los brazos cruzados; es una modestia propia de los religiosos, no conveniente para los seglares. La postura que les sienta bien es el ponerlos hacia adelante, ligeramente pegados al cuerpo, teniendo las manos una sobre otra.
Es enteramente contrario a la cortesía el apoyarse con los codos, cuando alguien nos habla; lo es más hacerlo estando a la mesa, y es gran falta de respeto a Dios tener esta postura cuando se reza.
Guárdese bien de dar un golpe a alguien, o de empujarle con el codo, aunque sea por familiaridad o chanza; nunca se debe hacer esto cuando se quiere hablar con alguien, ni siquiera ponerle la mano sobre el brazo.
Es un modo de obrar muy rústico el rechazar a alguien que viene a hablarnos levantando el brazo como para pegarle, para alejarlo de nosotros, o empujándole torpemente con el codo; la mansedumbre, la humildad y el respeto al prójimo tienen que animar siempre nuestra conducta.