Las diversiones no permitidas. Diversiones fuera de tono
Hay otras diversiones que no están permitidas al cristiano en modo alguno, ni por las leyes de la religión ni por las reglas de la cortesía
Urbanidad. Diversiones no permitidas por las reglas de la cortesía
Aquella urbanidad
Existen otras diversiones, de las que no se tratará aquí con mucha amplitud, porque no están permitidas al cristiano en modo alguno, ni por las leyes de la religión ni por las reglas de la cortesía.
Hay unas que sólo frecuentan los ricos, como los bailes, las danzas y el teatro. Otras son más corrientes para los artesanos y los pobres, como los espectáculos de charlatanes, bufones, volatineros, títeres, etcétera.
Respecto a los bailes basta decir que son asambleas cuyo comportamiento no es cristiano ni honesto: se tienen de noche, como queriendo esconder a sí mismo las indecencias que se cometen en estas asambleas, y buscando las tinieblas para tener más libertad para cometer el crimen. Las personas en cuyas casas se tienen, están obligadas a abrir su puerta indistintamente a todo el mundo, lo que trae consigo que sus casas sean como lugares infames y públicos, donde los padres y madres exponen a sus propias hijas a toda clase de muchachos, que tienen la libertad de entrar en estas asambleas y se toman también la de examinar a todas las personas que las componen y de ligarse con aquellas que más les gustan; divertirlas, sacarlas a bailar, acariciarlas y tomarse con ellas libertades que padres y madres se avergonzarían de permitirles en sus propias casas. Y las chicas, por el lujo y la vanidad que muestran en la forma de sus vestidos, por la falta de modestia de sus miradas, de sus gestos y de toda su persona, se prostituyen a la vista y a los deseos de todos los que entran en estos bailes; y son ocasión para los más moderados de tener sentimientos bien alejados de los que el pudor y la modestia cristianos deberían inspirarles.
Te puede interesar: Aquella urbanidad. Artículos históricos sobre la urbanidad
Respecto de las danzas que se hacen en las casas particulares con menos excesos, no son menos inconvenientes que las que se hacen con más fasto en los bailes: pues si un antiguo pagano dijo que no hay persona sobria que baile, si no ha perdido el juicio: qué será lo que el espíritu cristiano podrá decirnos tocante a esta diversión, que no sirve más, dice san Ambrosio, que para excitar las pasiones vergonzosas, y en las que el pudor pierde todo su brillo en medio del ruido que se hace saltando, y entregándose a la disolución; son las madres impúdicas y adúlteras, dice este santo Padre, las que permiten que sus hijas bailen, y no las madres castas y fieles a sus maridos, que deben enseñar a sus hijas a amar la virtud y no la danza, a la cual, dice san Crisóstomo, el cuerpo es deshonrado por movimientos vergonzosos, indecentes; y mucho más el alma, pues los bailes son los juegos de los demonios, y los que hacen de ellos sus diversiones y placeres, son los ministros y esclavos de los diablos, y se comportan como bestias, más que como hombres, puesto que se entregan en ellos a placeres brutales.
Por más que el teatro se considere en el mundo como diversión honesta, constituye, no obstante, la vergüenza y confusión del cristianismo. En efecto, los que se dedican a ese empleo como su propia profesión, ¿no están calificados públicamente de infames? ¿Se puede amar una profesión mientras se cubre de confusión a los que la ejercen? ¿No es infame y vergonzoso este arte, en el que toda la destreza del actor tiende a excitar en sí mismo y en los demás las pasiones vergonzosas, que una persona bien nacida sólo puede aborrecer? Si se canta en él, no se oyen más que aires propios a fortalecer estas mismas pasiones. ¿Hay honestidad y sensatez en la forma de los vestidos, en la desnudez y en la libertad de los comediantes? ¿Y hay algo en sus gestos, en sus palabras, en sus posturas que no sea, para un cristiano, indecente, no ya el hacerlo sino incluso el verlo? Es pues, totalmente contrario a la honestidad tomarlo como placer y diversión.
Los teatrillos de charlatanes y bufones que se elevan comúnmente en las plazas públicas, son mirados como indecentes por toda persona honrada; y de ordinario sólo los artesanos y los pobres se paran a verlos. Hasta parece que el demonio los ha organizado precisamente para ellos, pues, al no tener medios para gustar el veneno que utiliza para perder almas en los teatros, pueden así saciarse del mismo asistiendo a estos espectáculos públicos; con ese fin emplea los bufones, los ejercita y entrena, y se sirve de ellos, según expresión de san Juan Crisóstomo, como la peste que inficiona todas las villas a las que llegan. Apenas alguno de estos bufones ridículos - dice este santo Padre - profiere una blasfemia o palabras deshonestas, se ve a los más alocados prorrumpir en carcajadas; les aplauden por cosas que merecerían más bien la lapidación.
Te puede interesar: Consejos de moral y urbanidad
Es, pues, una diversión muy vergonzosa y un placer detestable, según la expresión de este Padre, la que se saca de esta clase de espectáculos, y los que los frecuentan muestran que tienen el corazón y el espíritu bien bajos, y muy poco cristianismo.
No sienta mejor a un cristiano asistir a representaciones de títeres, en las cuales no habría nada que pareciese agradable y divertido, si no se combinasen palabras impertinentes o deshonestas con posturas y movimientos enteramente indecentes; por este motivo, una persona sensata no debe mirar esta clase de espectáculos más que con desprecio, y los padres y madres no deben permitir nunca a sus hijos asistir, antes deben inspirarles mucho horror hacia ellos, por ser contrarios a lo que la urbanidad, así como la piedad cristiana, exige de ellos.
La honestidad no permite tampoco asistir a los espectáculos de los funámbulos, los cuales, exponiendo todos los días su vida, lo mismo que su alma, para divertir a los demás, no pueden ser admirados y ni siquiera contemplados por una persona razonable, puesto que hacen lo que todo el mundo debe condenar, según las solas luces de la razón.