Carta del Papa Clemente Ganganeli a Luis XV.
Carta del Papa Clemente Ganganeli a Luis XV, Rey cristianísimo, por la entrada de religiosas de madama Luisa su hija.
Carta del Papa Clemente XIV Ganganeli a Luis XV.
Nuestro muy amado hijo en Jesucristo: salud.
Después de haber dado a. V.M. en nuestra carta de 3 de mayo último, la enhorabuena por el valor heroico con el que la Princesa Luisa, vuestra augusta hija, quiere abrazar la vida religiosa; después de haberos manifestado nuestra indecible alegría sobre este asunto, no podemos dejar de manifestaros también hoy cual es nuestro regocijo, y cual nuestro asombro al considerar la proximidad de tan notable sacrificio. Su celo es tan fervoroso, que ya no puede tolerar dilación alguna, y se siente como abrasada del deseo de verse revestida con el santo hábito de las Carmelitas, por las manos de nuestro venerable hermano Fray Bernardino, Arzobispo de Damasco, y nuestro Nuncio ordinario cerca de V.M.
Desde la primera noticia que tuvimos de su generoso intento, reconocimos que el espíritu de Dios obraba de un modo maravilloso en el alma de esa augusta Princesa, y nos sentimos interiormente impelidos del mayor deseo de ir, Nos personalmente, a hacer la ceremonia de su entrada, la que ha de desempeñar nuestro Nuncio, y aumentar de este modo el esplendor, y la celebridad de tan gran día. Pero imposibilitando el logro de mi deseo la distancia de los lugares, daremos satisfacción en parte a nuestras ansias, encargando al Nuncio, nuestro sobredicho hermano, asista por Nos a esta augusta función.
Nos estaremos presentes, y asistiremos en algún modo y conduciremos nuestra muy amada hija en Jesucristo a las bodas de su Divino Esposo. Os pedimos que admitáis benignamente las letras que hemos enviado sobre este asunto al Nuncio que hará nuestras veces; y nos persuadimos que condescenderéis con tanto más gusto, cuanto que estas disposiciones no tienen otro origen que nuestro celo y el amor que os profesamos.
Recibid como una prueba cierta de estos sentimientos, y como presagio dichoso de las bendiciones divinas nuestra bendición apostólica. Os la damos con toda la ternura de un padre, como también a todos nuestros augustos hijos, y particularmente a la piadosa Princesa que es el objeto memorable de nuestra común alegría.
Dado en Roma a 18 de julio de 1770, el segundo año de nuestro Pontificado.