D. El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia. VII.

La sociedad estamental española: El contexto social de los códigos de la cortesía, la cortesía moderna y la prudencia.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta

 

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Con todo, y aún perdiendo la función sobre la que se asentaba su preeminencia social, la nobleza era ya un grupo social consolidado en la estructura de estamentos de la sociedad española. Su función cambió pero sus hábitos, consideración, capacidades y prestigio ganados dieron lugar a que pudiesen mantener su posición privilegiada en el entramado social (Maravall, 1979:39). Conserva la posibilidad del uso de las armas -no con fines bélicos sino para solventar afrentas, mediante duelo, contra su honor- y su poder económico, circunstancias que le ayudarán a adaptarse a la nueva situación definida por la emergencia del Estado. Convertirse en cortesanos y ganar el favor del rey son elementos a los que fiarán su mantenimiento en la cúspide de la sociedad. La nobleza insistirá en emplear los tradicionales argumentos estamentales que le valieron el liderazgo social aunque la situación cambiase progresivamente -habrá un momento en que ni dirijan tropas ni vayan a la guerra- y fuese más que discutible recurrir como justificación de su posición al argumento de la función guerrera que habían desempeñado. De este modo consiguieron reservar para sí un abanico de privilegios y derechos de los que continuó careciendo el grueso de la población.

3. La sociedad estamental y las buenas maneras.

La sociedad estamental fundamenta su existencia en un orden natural en el que cada persona tiene su posición social asignada de antemano en función del nacimiento. Esta asignación de la posición social, en la que no interviene en momento alguno la voluntad del hombre, supone la materialización práctica del principio básico que apuntala la estratificación por estamentos: la convicción de que los hombres son intrínsecamente desiguales.

La pertenencia a un estamento implica la adopción de un modo de vida al que se confía la honorabilidad de la persona. Dentro de este modo de vida resulta definitiva la asunción de un tipo de comportamiento específico; comportamiento sobre el que, por extensión, también reposa el honor personal. Ya hemos visto que el honor, como estimación social elevada, es patrimonio de la nobleza. Para los nobles, la exigencia de un comportamiento acorde con su grado de estimación social se torna más rigurosa que para el resto de las posiciones sociales. Ese comportamiento debe transparentar la excelencia nobiliaria ya que es la nobleza quien ocupa la cúspide de la pirámide social. Son los nobles quienes han de mostrar a través de la conducta por qué son dignos de alcanzar las más altas cotas de estimación social. Una conducta adecuada al momento y las exigencias de su elevado rango social; una conducta que distinga frente a otros grupos sociales y que diferencie al noble tendrá siempre en consideración la presentación de éste ante los demás. Tal y como he señalado al inicio de esta investigación, aspectos referidos a esta presentación son el tratamiento, el vestido, el lenguaje o la comida, todos ellos englobados bajo la etiqueta de 'buenas maneras'. Así pues, las buenas maneras resultarán decisivas para lograr ese comportamiento distinguido que contribuye a situar a la nobleza por encima de otros estamentos.

La exigencia de un comportamiento acorde con el nivel de estimación y honor que detenta la nobleza, y que hace de las buenas maneras un ámbito de prioridad para el noble, cuenta inicialmente para su satisfacción con el apoyo del linaje. El linaje al cual pertenece el noble garantiza un pasado de honor y estimación social; un pasado en el que se supone el comportamiento nunca dejó de traslucir la excelencia nobiliaria. Los que cuentan con ese pasado, aquéllos que en virtud de su nacimiento dentro de un linaje noble cuentan con antecesores distinguidos y honorables, habrán de seguir el ejemplo de quienes les antecedieron no conformándose únicamente con una herencia de estima y honor sino también realizando un esfuerzo por sí mismos para ser dignos del linaje al que pertenecen (Nota: En el inicio del acto segundo de La Celestina, Sempronio se lo explica así a su amo Calisto: "[...] dicen algunos que la nobleza es una alabanza que proviene de los merecimientos y antigüedad de los padres; yo digo que la agena luz nunca te hará claro si la propia no tienes. Y, por tanto, no te estimes en la claridad de tu padre, que tan magnífico fue sino en la tuya". Rojas (1991:269)).

Sin embargo, incluso contando con ese esfuerzo personal, lo que de algún modo garantiza el linaje es un pasado de honor y distinción presidido por la conducta sobresaliente de quienes integraron dicho linaje. En este sentido, la sangre actuaría como una suerte de vehículo transmisor de la excelencia en el comportamiento. La sangre noble, con un pasado honorable y distinguido desplazándose a lo largo de las generaciones, explicaría una teórica disposición innata del noble para con el comportamiento en general y las buenas maneras en particular. De este modo, las buenas maneras aparecen indisociablemente ligadas al estamento nobiliario, al linaje distinguido y a una teórica disposición innata que para las buenas maneras albergan quienes son nobles y tienen tras de sí un linaje honorable que les respalda. Esta disposición innata a la que hago mención pone a la nobleza en la coyuntura de ser el único estamento capacitado para poseer unas buenas maneras "auténticas" y "apropiadas" e impide o incapacita al resto de los grupos sociales para poseerlas.

Aparece así un debate crucial en relación con las maneras y la sociedad estamental: ¿las buenas maneras quedan sólo al alcance de los pertenecientes a un linaje nobiliario o, por el contrario, quedan al alcance de cuantos no lo poseen? Estrechamente ligada a esta cuestión emerge un segundo interrogante, a saber: ¿las buenas maneras dependen de una disposición innata alentada por el linaje distinguido o podrían aprenderlas todos cuantos no disfrutan de ese tipo de linaje?; esto es, ¿las buenas maneras pueden enseñarse o se trata de un contenido innato reservado exclusivamente a unos pocos?

En este debate distingo dos posiciones enfrentadas. Una primera posición, a la que llamaré "Universalista" y que defiende la posibilidad de que cualquier persona, cualquiera que sea el grupo social de pertenencia y estamento de adscripción, mediante la instrucción adecuada y el esfuerzo individual propio, puede aprender a comportarse con arreglo a los cánones de las buenas maneras. Para la posición universalista, pues, las buenas maneras no son un coto vedado a unos pocos. A la posición contraria la denomino 'Particularista'. Ésta defiende la idea de que las buenas maneras son patrimonio de los poseedores de un linaje nobiliario. Las buenas maneras serían una de las múltiples exigencias que recaen sobre el noble por el hecho de pertenecer a un estamento privilegiado: a través de ellas participa de la distinción que comporta formar parte de la nobleza; mediante ellas responde a lo que está obligado a ser socialmente y gracias a ellas proclama su orgullo por la alta condición social que disfruta.

En la sociedad estamental, tal y como he señalado, el honor en sentido pleno sólo lo es el de la nobleza siendo cualquier otra manifestación del honor proveniente de un grupo social distinto un honor rebajado, secundario y desvirtuado (Maravall, 1979:43). Este honor en sentido pleno del que se precia la nobleza se despliega públicamente gracias a los títulos, emblemas, símbolos y, por supuesto, también a través de las buenas maneras expresadas en la mesa, en el lenguaje, en el trato, en la vestimenta o en la compostura mostrada en fiestas, convites o banquetes. Las buenas maneras son un medio de despliegue público del honor que en sentido pleno posee la nobleza. Teniendo presente que este honor pleno es privativo del estamento nobiliario, es al noble a quien le resultan auténticamente relevantes las buenas maneras puesto que a través de ellas puede publicitar su condición de privilegiado y distinguido.

Entiendo que la posición universalista parte con desventaja en este debate. La primera gran dificultad que ha de enfrentar no es otra que la conciencia de desigualdad natural y cualitativa entre los hombres -articulada socialmente de acuerdo con estamentos jerárquicamente superpuestos- que preside el tiempo de la sociedad estamental. Esta conciencia de desigualdad contraviene cualquier tipo de pretensión igualitaria sea cual sea el ámbito en el que se reclame esa igualdad. En el campo de las buenas maneras, afirmar que cualquier persona con instrucción y esfuerzo puede llegar a tener un comportamiento refinado y distinguido supondría afirmar implícitamente que todas las personas son iguales en la posibilidad de adquisición de buenas maneras. Semejante reivindicación implícita de igualdad es negada por el aserto que rige la sociedad estamental, a saber, la natural desigualdad cualitativa de los hombres.