E. Los modales en la Baja Edad Media española. IV.

El código de buenas maneras de la cortesía: Los modales en la Baja Edad Media española.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta

 

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3. El código de la cortesía.

La cortesía es el código de buenas maneras que recorre el bajomedievo hispano, esto es, los siglos XIII, XIV y XV. Los preceptos incluidos en las obras que versan sobre buenas maneras persiguen poder predicar cortesía de la conducta de los hombres. Una conducta será apropiada si resulta una conducta cortés. Es la cortesía quien se erige en el patrón evaluativo del comportamiento. A partir de ella se establece la corrección e idoneidad de las formas con que actúa cada persona.

Tal corrección e idoneidad no son fijadas teniendo como único criterio de referencia el brillo exterior de la conducta. La cortesía aúna proyección social y educación moral. El parecer y el ser, la apariencia y la esencia no se conciben desligadas: la cortesía no tiene como punto de mira exclusivo el pulimento de las formas sino que su pretensión última y definitiva es la mejora moral de la persona.

Para lograr tal mejora, la cortesía propone, mediante un conjunto de preceptos, la contención y el control del comportamiento. La contención y el control responden a un porqué, a un argumento en virtud del cual son justificadas las coacciones que la cortesía decreta sobre la conducta. Dentro de este código, el argumento justificador es de naturaleza social: el respeto a lo que los demás son socialmente. Accedemos a una modalidad de comportamiento fundamentado en la existencia y presencia coactiva del prójimo. Así pues, abordaré inicialmente la cuestión relativa a la dimensión moral de la cortesía y a continuación entraré en el análisis del argumento justificador del código de buenas maneras de la cortesía.

3.1. La cortesía y la dimensión moral de las buenas maneras.

La cortesía no es una mera forma externa de comportamiento o un conjunto de preceptos consagrados exclusivamente al abrillantamiento de la imagen personal. Posee una dimensión moral que va más allá de la apariencia del comportamiento (Maravall, 1973a:276). A la cortesía quedan asociadas un conjunto de bondades que evidencian la dimensión moral de la misma: la hospitalidad, la generosidad, la lealtad, la fidelidad, la piedad, la dulzura, la mesura y la alegría de trato (Maravall, 1973a:280). Este conjunto de bondades excede los límites del comportamiento considerado únicamente en su vertiente externa y remite a una consideración del mismo desde una perspectiva moral.

Así, lo que se pretende es que exista una continuidad y coherencia entre el sentido moral del comportamiento y la proyección exterior del mismo. Por tanto, en nombre de la cortesía no han de ampararse conductas que, aún siendo externamente pulidas o refinadas o distinguidas, no sean sostenidas por ese conjunto de bondades a las que me he referido. De no ser así, estaríamos ante una persona debidamente refinada pero deficientemente moralizada. Esta persona puede hacer gala de una conducta formal y externamente brillante sin que esté guiada por las bondades reseñadas. Se produciría una escisión -que la cortesía no contempla- entre la dimensión moral del hombre y su manifestación conductual externa. La cortesía no es un tipo de comportamiento moralmente neutro que pueda predicarse por igual de una persona moralmente recta o de otra insuficientemente moralizada. Al contrario, reclama y exige una correcta disposición moral que debe traducirse públicamente en una conducta refinada o distinguida sin que medie discontinuidad o incoherencia entre la moralidad y su proyección externa. Ambos elementos, moralidad y proyección pública de ésta, han de ser congruentes entre sí de manera que la conducta cortés no pueda ser atribuida indistintamente a una persona moralmente correcta o incorrecta. La primacía de la práctica es un dato fundamental dentro del código de la cortesía. En términos generales, se entiende que un individuo es moral porque actúa moralmente; esto es, se enfatiza la praxis. Las buenas maneras son moralmente expresivas y la moralidad una cuestión de práctica. Se trata de ejecutar los preceptos y normas que proporcionan los manuales de buenas maneras (Nota: Es éste un aspecto central dentro del proceso civilizatorio español. A la relación entre las buenas maneras y la moralidad dedicaré especial atención a lo largo de la investigación reservándole un espacio específico en el apartado de conclusiones).

La escisión entre un comportamiento distinguido y una correcta disposición moral que lo sustente permitirá que, por ejemplo, una persona insuficientemente moralizada pueda mantener una apariencia de moralidad traslucida por unas maneras pulidas aún cuando carezca de una adecuada disposición moral. Esto contraviene el espíritu de la cortesía, ya que donde existe una apariencia de moralidad lo que finalmente encontraríamos sería una ausencia de la misma. Tal circunstancia, desde la óptica de la cortesía, resultaría particularmente escandalosa puesto que quien posee unas buenas maneras adecuadas revela -al menos teóricamente- cierta capacidad mínima de aprendizaje, de ejecución de lo aprendido, de saber estar y comportarse que hace suponer podría haberse empleado para adquirir unas mínimas condiciones morales (Nota: En consonancia con esta idea aunque con una diferencia de varios siglos se expresa Comte Sponville (1993:20): "En un ser grosero se puede acusar al animal, a la ignorancia, a la falta de cultura, se puede culpar a una infancia inexistente o al fracaso de la sociedad. En una persona educada no. En esto, la cortesía es una circunstancia agravante").

Es, pues, éste el sentido inicial de la cortesía: una concepción moral de las relaciones con el prójimo. No significa esto que este sentido inicial no fuese trivializándose desdibujando paulatinamente su contenido moral y acentuando todo lo referente a la exterioridad; considerando, en definitiva, el comportamiento refinado como un bien en sí mismo (Maravall, 1973a:283) (Nota: No es éste el momento de abordar esa trivialización, patente sobre todo en el auge de la sociedad cortesana absolutista. Me referiré a ella cuando analice el código de buenas maneras de la prudencia, característico del mundo social de la Corte). Sin embargo, inicialmente se presenta la cortesía con ese marchamo de moralidad. Gracias a ella es factible un trato y consideración adecuada del prójimo, lo cual redunda en una sociabilidad ordenada y pacífica.

La conexión entre la disposición moral de la persona y el comportamiento que ésta debe traslucir puede realizarse a través de la noción de virtud. Es ésta una noción desdibujada y vagamente definida en las publicaciones que sobre buenas maneras considero para mi análisis. Inicialmente, parto de una idea de virtud entendida como mecanismo que permite activar la disposición moral de la persona para que ésta se traduzca adecuadamente en un comportamiento cortés. Por tanto, se trata del mecanismo que posibilita que el comportamiento en general, y las buenas maneras en particular, expresen coherentemente la disposición moral de la persona.

Con todo, esta idea de partida no deja de ser una idea demasiado abstracta para un campo, el de las buenas maneras, en el que prima la acción, esto es, la materialización a través de la conducta de los preceptos y recomendaciones que figuran en los manuales sobre buenas maneras. Es preciso complementar esa idea inicial de virtud con algún elemento que especifique qué camino debe seguir la virtud para activar la dimensión moral de la persona y que ésta se materialice en un comportamiento cortés. Este elemento de índole práctica se adivina en la siguiente definición bajomedieval de virtud:

"En mi opinión [la virtud] no tiene otra regla que yo conozca salvo que nunca me avergüenzo de nada públicamente de lo que no me haya avergonzado en secreto" (Al-wassa, 1990:51).

Quisiera llamar la atención sobre el punto que, a mi juicio, resulta fundamentalmente significativo en esta definición: en ella se alude a un ámbito (el secreto) en el que la conducta se prepara, medita y evalúa para posteriormente ser desplegada en público (Maravall, 1973a:280-281).