J. EL CÓDIGO DE LA CIVILIZACIÓN REFLEXIVA: Autoavuda y cuidado del Yo. XI.

Autoayuda y cuidado del yo. La civilizaciópn del conocimiento.

La civilización del comportamiento. Urbanidad y buenas maneras en España desde la Baja Edad Media hasta

 

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Lo que sí ocurre, se encuadren los argumentos en un marco expresivo o utilitario, es que todos centran su atención en el propio individuo, en su interioridad, en su subjetividad. Los autores que aquí manejo tienen muy clara tal circunstancia y se revelan conscientes de que sus argumentos podrían ser tildados de 'individualistas' o 'egoístas'. Para rebatir tal acusación, o bien matizan las dosis de egoísmo que admiten poseer sus propuestas o bien redefinen a su gusto el concepto de egoísmo. Jorge Bucay afirma que el primer paso que debe dar una persona para hacerse cargo de sí misma -en su propia terminología, ser autodependiente- es concebirse a sí misma como centro de cuanto le ocurre y a partir de ahí, practicar un saludable egoísmo (Bucay, 2002:50,66). El saludable egoísmo engloba la estimación que uno siente por sí mismo, la valoración que se otorga y una conciencia de orgullo al saberse quien es. No coincide exactamente esta visión del egoísmo con una más tradicional que lo identifica como inspirador de actitudes y comportamientos miserables. Para Bucay, este egoísmo posibilita una vida personal plena y una relación satisfactoria con los demás pese a que admite la impopularidad del término: " Quiero definir el egoísmo como esta poco simpática postura de preferirme a mí mismo antes que a ninguna otra persona " (Bucay, 2002:68). Mas, así, ¿cómo se concibe la relación con las otras personas?, ¿cómo desarrolla afectos una persona hacia otras? La respuesta a estos interrogantes se efectúa desde el supuesto del egoísmo saludable.

Una persona colabora con otra, se relaciona, ayuda o quiere no por pensar que algún día vaya a precisar de ayuda, colaboración o afecto; tampoco por respeto a una norma social que exija la ayuda, la colaboración o el afecto entre las personas. Una persona se relaciona, ayuda, quiere o colabora porque esto le reporta placer: "Me da tanto placer complacer a las personas que quiero, que siendo tan egoísta... no me quiero privar [...] pero no lo hago por ellos, lo hago por mí. Ésta es la diferencia" (Bucay, 2002:67). Tal y como lo entiende Bucay, el saludable egoísmo arroja resultados satisfactorios puesto que nadie se negaría a sí mismo el placer que reporta querer o colaborar con otra persona. Piénsese además que depositar la motivación de nuestros actos o la valía de nuestras emociones en manos de otros o simplemente orientarnos exclusivamente hacia los demás implicaría una pérdida de responsabilidad para con uno mismo y la expresión de un elevado nivel de dependencia respecto a los demás.

Nathaniel Branden en El respeto hacia uno mismo efectúa también una defensa del egoísmo como síntesis de autoestima y autonomía y reconocimiento de que ambos elementos son imprescindibles para el logro del bienestar personal (Branden, 1997:11). El autor asume que un libro que lleve en el título 'uno mismo' y que esté dedicado al 'sí mismo' sea sospechoso de egoísmo. Empero, afirma Branden:

"Me propongo demostrar que no es el egoísmo, sino la ausencia del sí mismo la raíz de la mayoría de nuestros males, que la falta de egoísmo constituye el más importante peligro personal, interpersonal y social que nos acecha y que lo ha sido durante la mayor parte de nuestra historia" (Branden, 1997:11).

Wayne W. Dyer abunda en la misma dirección y trata de matizar la mala prensa del egoísmo, sobre todo cuando se califica de egoísta el "amarse a sí mismo". La renuncia a "amarse a sí mismo" es la propia infelicidad (Nota: Señala Dyer (1978:49): "[...] quizá, como mucha gente en nuestra sociedad, tú has crecido con la idea de que está mal amarse así mismo. Piensa en los demás, nos dice la sociedad. Ama a tu prójimo, nos predica la Iglesia. Lo que nadie parece recordar es lo de ámate a ti mismo, y sin embargo es eso precisamente lo que vas a tener que aprender para lograr tu felicidad en el momento presente"). Tanto Bucay, como Dyer o Branden reivindican nociones matizadas de egoísmo en el sentido de hacer del individuo, de sus necesidades, deseos, emociones y comportamientos la clave interpretativa de la vida humana además de punto en el cual se ha de incidir en pos de la realización y la plenitud personales. Al tiempo, detectan cierta resistencia por parte del entorno o la sociedad a admitir sus matizadas apuestas por el egoísmo o por concepciones absolutamente centradas en el individuo. La sociedad se muestra reacia a admitirlo e incluso maniobra en sentido totalmente opuesto; torpedea sus iniciativas.

Tal y como he señalado en capítulos anteriores, los argumentos sociales fueron durante mucho tiempo los que legitimaban las coacciones que operaban sobre la conducta y la emocionalidad. Sin embargo, éstos han cedido su espacio a los argumentos psicológicos en el código de la civilización reflexiva. Esta pérdida de pujanza ya era apuntada en el código de la prudencia y se torna más visible en condiciones de informalización, individualización e igualdad. Añádese a esto que, dentro del código de la civilización reflexiva que se configura a partir de la literatura de autoayuda, la visión que se tiene de la sociedad como fuente de patrones de comportamiento y emocionalidad es cuanto menos crítica, cuando no abiertamente negativa.

Aunque los autores no proporcionan una definición univoca y precisa de qué es lo que entienden por sociedad, ésta puede inferirse a través de las referencias a la misma. Así, la sociedad se concibe como una suerte de entidad que limita con sus demandas, reglamentaciones y presupuestos el pleno desarrollo del individuo. Constituye un ámbito de presiones ejercidas sobre la persona y es en gran parte responsable de los sentimientos de culpabilidad y preocupación que atenazan al individuo. Es, pues, un territorio hostil que vapulea y coacciona al individuo si éste no es capaz de desembarazarse de su influjo y guiarse con arreglo a lo establecido por sí mismo. El código de la civilización reflexiva apuntala esta manipulativa concepción de la sociedad, atenta siempre a coartar el libre desarrollo del individuo. Y esta concepción de la sociedad es fácilmente visible en los manuales de autoayuda.

Según Dyer, la sociedad está detrás del aprendizaje del "no amarse a sí mismo" (Dyer, 1978:49). Dicho aprendizaje comienza directamente en la infancia y se concreta en asertos como "debes compartir", "debes ayudar" o "debes renunciar" aún cuando no esté en el ánimo de la persona hacer tales cosas. Cumplir con tales asertos es síntoma de generosidad y buena educación y lo contrario, sinónimo de egoísmo (Nota: El aprendizaje del 'no amarse a sí mismo' afirma Dyer, da comienzo en la infancia, justo cuando el niño escucha mensajes del tipo "debes compartir tus cosas con tus primos aunque esas cosas fuesen las más queridas por uno mismo. Cualquier cosa que implique amarse a sí mismo es identificada con el egoísmo". Dyer (1978:49). Regine Schneider en Crisis, ¿qué crisis? se manifiesta de un modo similar al de Dyer destacando las imposiciones sociales y las condiciones "materializadas de vida que propugna y que impiden la libre reflexión del individuo". Cfr. Schneider (1999:28)). La familia, el grupo de pares o la escuela son las instituciones encargadas de hacer llegar a la persona desde la infancia hasta la edad adulta estos asertos. Así pues, la iniciativa individual comienza a ser socavada desde el principio: "El mensaje es muy claro; los adultos son importantes, los niños no cuentan. Los demás tienen importancia; tú eres insignificante" (Dyer, 1978:50).

La enseñanza del "no amarse a sí mismo" continúa más adelante cuando la sociedad, vía familia, Iglesia e instituciones educativas, demanda de sus integrantes que sean capaces de ajustar su comportamiento y emocionalidad al comportamiento y emocionalidad de los demás. De este modo, se empuja al individuo a una dependencia malsana de los otros, en cuyas manos quedará la aprobación o desaprobación del comportamiento y las emociones individuales. La sociedad, a través de diferentes instituciones, se opone a que el individuo establezca sus propios patrones de conducta y emocionalidad. Se le enseña a desconfiar de sí mismo, a acallar su iniciativa identificando de nuevo cualquier maniobra autónoma individual con el egoísmo. Desconfiar de uno mismo, a juicio de Dyer, constituye la espina dorsal de nuestra cultura (Dyer, 1978:79-80).

Progresivamente y de forma casi imperceptible, la sociedad fija deberes, pautas y exigencias que han de satisfacerse. A esto lo denomina Dyer "deberización"; es decir, actuar como se siente que debería actuarse pese a que se prefiera otra forma de comportamiento. La "deberización" alude a la asunción de presupuestos de conducta y manejo de las emociones; presupuestos sociales que son tomados como normas rígidas de actuación. Las recompensas psíquicas que reporta al individuo son sustanciosas; principalmente le confiere a éste la sensación de estar cumpliendo con lo que socialmente se espera de él (Dyer, 1978:214). Líneas de conducta impuestas al amparo de la deberización son a) el orden y la organización ('cada cosa debe estar en su lugar') b) el interrogante continuo acerca de cómo debemos vestirnos para cada ocasión; c) la obediencia a reglas y tradiciones domésticas o caseras; d) la aceptación de reglas relativas a la comida o a la bebida o e) enviar tarjetas de felicitación en Navidad (Dyer, 1978:203). Si bien, estas líneas de conducta pueden servir como ejemplo, son las buenas maneras quienes paradigmáticamente constituyen el principal ejemplo de deberización (Dyer, 1978:203).