Discurso del Santo Padre, Juan Pablo II, Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura, 10 de Enero de 1.992.
Discurso del Santo Padre, Juan Pablo II, Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura, 10 de Enero de 1.992.
Señores cardenales; queridos amigos:
1. Os acojo con alegría y os doy la bienvenida. Me complace saludaros y manifestaros mi reconocimiento por vuestra dedicación a la Iglesia y su misión de evangelización. Os agradezco igualmente vuestra competencia que ponéis al servicio de la Santa Sede, bajo la dirección del Cardenal Paul Poupard, junto con los Cardenales Eugênio de Araújo Sales y Hyacinthe Thiandoum, del Comité de presidencia, y la ayuda de los colaboradores y colaboradoras que realizan en Roma un trabajo de calidad. Dentro de unos meses, el Pontificio Consejo para la Cultura, uno de los dicasterios más jóvenes de la Curia romana, celebrará su décimo aniversario de fundación. En el curso de este primer decenio habéis testimoniado mediante vuestro trabajo, que la cultura es un elemento constitutivo de la vida de las comunidades cristianas, como de toda sociedad verdaderamente humana. Según las orientaciones dadas el 20 de mayo de 1982 en la Carta de fundación y confirmadas por la constitución apostólica Pastor Bonus (art. 166-168), os dedicáis decididamente a la reflexión y la acción.
2. Habéis desarrollado progresivamente una fructuosa colaboración con diversos dicasterios de la Curia romana y muchos otros organismos, como el Comité Pontificio de las Ciencias históricas y la Academia pontificia de las Ciencias. Espero que se intensifique vuestra colaboración con las Iglesias locales, a fin de promover las propias iniciativas para estimular la evangelización de las culturas y la inculturación de la fe. Vuestro boletín Iglesia y Culturas extiende el radio de los numerosos y diversificados logros, de alcance internacional, de los que vosotros os encargáis de informar. Colaboráis con las Organizaciones Internacionales Católicas, con la UNESCO y el Consejo de Europa. Habéis participado en numerosas manifestaciones - algunas organizadas por vosotros - y habéis desarrollado una reflexión valiosa sobre los medios de comunicación social, las artes, las ediciones, las universidades católicas, el papel de la mujer en el desarrollo cultural, la inculturación de la fe en Africa y Asia, la evangelización de América y la construcción de la nueva Europa.
3. Desde hace varios años, está en marcha el diseño de una nueva Europa, en medio de sombras y luces, alegrías y dolores. La caída de los muros ideológicos y políticos ha producido una alegría intensa y suscitado grandes esperanzas, pero otros muros dividen de nuevo el continente. Así, pues, os agradezco que, acogiendo una petición mía con el fin de preparar la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, hayáis organizado el Simposio pre-sinodal Cristianismo y cultura en Europa. Memoria, conciencia, proyecto. Habéis ayudado a los Obispos y, a través de ellos, a toda la Iglesia a reavivar nuestra memoria cristiana milenaria y a discernir mejor los fundamentos culturales del renacimiento de una Europa espiritualmente unida, en la que queremos ser «testigos de Cristo que nos ha librado» (cf. Ga 5,1).
En el umbral del tercer milenio, la misión apostólica de la Iglesia la compromete a una nueva evangelización, en la cual la cultura reviste una importancia primordial. Los Padres del reciente Sínodo lo pusieron de relieve: el número de cristianos aumenta, pero, al mismo tiempo, se acentúa la presión de una cultura sin anclaje espiritual. La descristianización ha engendrado sociedades que no tienen referencia a Dios.
El reflujo del marxismo-leninismo ateo como sistema político totalitario en Europa está lejos de solucionar los dramas que ha provocado en estos tres cuartos de siglo. Todos los que han sido afectados por este sistema totalitario de un modo u otro, sus responsables y sus partidarios, como sus más extremos opositores, se han convertido en sus víctimas. Quienes han sacrificado por la utopía comunista su familia, sus energías y su dignidad comienzan a tomar conciencia de haber sido arrastrados en una mentira que ha herido profundamente la naturaleza humana. Los demás encuentran una libertad para la cual no estaban preparados y cuyo uso permanece hipotético, pues viven en condiciones políticas, sociales y económicas precarias, y experimentan una situación cultural confusa, con el despertar sangriento de los antagonismos nacionalistas.
En su conclusión el Simposio pre-sinodal os preguntaba ¿hacia dónde y hacia quién se dirigirán aquellos cuyas esperanzas utópicas acaban de desvanecerse? El vacío espiritual que mina la sociedad es, ante todo, un vacío cultural. Y es la conciencia moral, renovada por el Evangelio de Cristo, que puede llenarlo verdaderamente. Únicamente, en la fidelidad creadora a su patrimonio heredado del pasado y siempre vivo, Europa estará capacidada para afrontar el futuro con un proyecto que sea un verdadero encuentro entre la Palabra de Vida y las culturas en búsqueda del amor y de la verdad para el hombre. Aprovecho la ocasión que hoy se me ofrece, para renovar a todos aquellos que han sido artífices de este Simposio mi expresión de reconocimiento por su cooperación con los trabajos del Sínodo.
4. En este año 1992 se celebra el quinto centenario de la evangelización de América. He querido de modo particular que la «cultura cristiana» sea uno de los ejes principales de este jubileo, en el cual la Iglesia propondrá verdaderamente el Evangelio de Cristo a los hombres en la medida en que se dirija a cada hombre en su cultura y en que la fe de los cristianos muestre su capacidad de fecundar las culturas emergentes, que llevan consigo la esperanza para el futuro. América Latina representa casi la mitad de los católicos del mundo. El reto de su nueva evangelización está estrechamente unido a un diálogo renovado entre las culturas y la fe. También el Pontificio Consejo de la cultura, seguirá aportando su experiencia a las Conferencias episcopales que lo soliciten, con el CELAM.
5. El próximo Sínodo de los obispos para Africa dará un puesto central al gran desafío de la implantación del Evangelio en las culturas africanas. Los documentos preparatorios ya han estudiado de cerca las relaciones entre evangelización e inculturación. Desde hace más de un siglo, los misioneros han gastado generosamente sus energías y han sacrificado con frecuencia su propia vida a fin de que el Evangelio salvador alegrara al africano en el corazón de su ser. La inculturación es un proceso lento, que abarca en toda la extensión de la vida misionera. Y una mirada de conjunto dirigida hacia la humanidad muestra que esta misión está aún en sus comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras fuerzas a su servicio (cf. Redemptoris missio, 52 y 1). En vísperas de este Sínodo, las Iglesias de Africa, amenazadas por el sincretismo y las sectas, encuentran un nuevo impulso para anunciar el Evangelio y acogerlo en función de sus culturas, en el marco de la catequesis, de la formación de los sacerdotes y de los catequistas, de la liturgia y de la vida de las comunidades cristianas. Esto requiere tiempo: todo proceso de inculturación auténtica de la fe es un acto de «tradición», que debe hallar su inspiración y sus normas en la única Tradición. Supone una profundización teológica y antropológica del mensaje de la Redención y, a la vez, el testimonio vivo e irreemplazable de las comunidades cristianas, felices de poder compartir su amor ferviente de Cristo.
6. Os espera una labor urgente: restablecer los lazos que se han debilitado, y a veces roto, entre los valores culturales de nuestro tiempo y su fundamento cristiano permanente. Los cambios políticos, los trastornos económicos, y las transformaciones culturales de estos últimos años han contribuido ampliamente a una toma de conciencia moral, dolorosa y lúcida. Tras decenios de opresión totalitaria, hombres y mujeres nos dan su testimonio desgarrador: es a la conciencia moral, guardiana de su identidad profunda, que ellos deben su supervivencia personal. Muchos son hoy los jóvenes y menos jóvenes de las naciones industrializadas que claman, por todos los medios, su insatisfacción frente al «tener» que asfixia al «ser». Por doquier, los pueblos exigen que se respeten su cultura y su derecho a una vida plenamente humana. Gracias a la cultura se hace realidad la expresión de Pascal: «El hombre supera infinitamente al hombre».
7. Una situación cultural nueva deriva principalmente del desarrollo de las ciencias y de las técnicas. Conscientes de la reflexión renovada que pide de parte de la Iglesia, habéis ideado un congreso en Tokio sobre Ciencia tecnología y valores espirituales. Un enfoque asiático de la modernización, y otro en la misma Ciudad del Vaticano, en colaboración con la Academia Pontificia de las Ciencias, sobre La ciencia en el marco de la cultura humana. La fragmentación de los conocimientos como su aplicación técnica hace más difícil la visión orgánica y armoniosa del hombre en su unidad ontológica. Lejos de ser extraña a la cultura científica, la Iglesia se alegra por los descubrimientos y las aplicaciones técnicas capaces de mejorar las condiciones y la calidad de vida de nuestros contemporáneos. Ella recuerda sin cesar el carácter único y la dignidad del ser humano contra toda tentación de abusar del poder que confiere la técnica. Espero que prosigáis el diálogo iniciado en el curso de estos últimos años con los representantes de la cultura científica, de la ciencias exactas y de las ciencias del hombre. Los progresos de la ciencia y de la técnica reclaman una conciencia renovada y una exigencia ética al corazón de la cultura, que los hombres de todas las culturas puedan beneficiarse de ellas con equidad, en un esfuerzo perseverante de solidaridad.
8. Las aspiraciones fundamentales del hombre encierran un sentido. Expresan, de múltiples modos, a veces confusos, la vocación a «ser», inscrita por Dios en el corazón de cada hombre. En medio de las incertidumbres y angustias de nuestro tiempo, la misión os llama a ofrecer lo mejor de vosotros mismos para desarrollar una verdadera cultura de la esperanza, fundada en la Revelación y la Salvación de Jesucristo.
La libertad es plenamente valorada cuando la acogida de la verdad y el amor que Dios llega a todo hombre. Para los cristianos es un inmenso desafío: testimoniar el amor, que es la fuente y la realización de toda cultura, en Jesucristo que nos ha liberado.
9. Humanizar con el Evangelio la sociedad y sus instituciones, y dar nuevamente a la familia, a las ciudades y a los pueblos un alma digna del hombre creado a imagen de Dios, tal es el desafío del siglo XXI. La Iglesia puede contar con los hombres y las mujeres de cultura para ayudar a los pueblos a recuperar su memoria, reavivar su conciencia y preparar su porvenir. El fermento cristiano fecundará y extenderá las culturas y sus valores. De este modo Cristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14,6), Él que ha dado «novedad a todas las cosas, al darse Él mismo», como escribió Ireneo de Lión (Adv. haer., IV, 34, 1). De allí, la importancia de la educación y la necesidad de profesores que sean auténticos formadores de la persona.
La necesidad de investigadores y de sabios cristianos, cuya capacidad científica sea reconocida y apreciada, para dar sentido a los descubrimientos de la ciencia y a las invenciones de la técnica. El mundo tiene necesidad de sacerdotes, de religiosos, de religiosas y de laicos seriamente formados en el conocimiento de la heredad doctrinal de la Iglesia, rica de su patrimonio cultural bimilenario, fuente siempre fecunda de artistas y poetas, capaces de ayudar al pueblo de Dios a vivir el misterio inagotable de Cristo, celebrado en la belleza, meditado en la oración y encarnado en la santidad.
10. Señores Cardenales, queridos amigos, que este encuentro con el Sucesor de Pedro os fortalezca en la conciencia de vuestra misión. La cultura es del hombre, por el hombre y para el hombre. La vocación del Pontificio Consejo para la Cultura, vuestra vocación, en este final del siglo y del milenio, consiste en suscitar una nueva cultura del amor y de la esperanza inspirada en la verdad que nos hace libres en Jesucristo. Éste es el objetivo de la inculturación, prioridad para la nueva evangelización. El arraigo del Evangelio en el seno de las culturas es una exigencia de la misión, tal como lo recordé recientemente en la encíclica Redemptoris missio. Sed sus artífices auténticos, en comunión profunda con la Santa Sede y con toda la Iglesia, en el seno de las Iglesias locales, bajo la guía de sus Pastores.
Con mis fervientes deseos para vosotros y para todos vuestros seres queridos, os aseguro mi agradecimiento y mi oración por la fecundidad de vuestros trabajos. En prenda de mi afecto, os imparto de todo corazón mi bendición apostólica.