Conveniencias morales de la conversación. Las preguntas y los términos parásitos.
Las preguntas son sin duda necesarias, pero exigen mucha delicadeza y tacto a fin de no fatigar y herir a los demás.
Un axioma de buena educación prescribe que se hable raras veces de si propio a no ser a sus íntimos amigos; que no se de nunca ninguno a sí propio por ejemplo, y que se hable a los extraños de ellos mismos o de todo aquello que pueda interesarles. Las preguntas son sin duda necesarias, pero exigen mucha delicadeza y tacto a fin de no fatigar y herir a los demás.
Si en vez de manifestar un interés natural y aceptable, hacéis un seco interrogatorio dictado por una fria curiosidad; si aparentáis no prestar ninguna atención a las respuestas que vos mismos provocáis; si tomáis torpemente un tono protector; si prolongáis fuera de lo justo esta conversación; si viendo que alguno está embarazado y procura huir la dificultad con una respuesta evasiva, en vez de guardar silencio seguís dando testimonio de vuestra indiscrección, estad seguros que vuestras preguntas y vosotros mismos seréis reputados como una plaga.
Madame Necker observa ingeniosamente que ciertos términos favoritos y frecuentemente repetidos de que se siembra la conversación sirven por lo ordinario de enseña a la burla de los demás. Así, dice ella, los embusteros tienen por expresion habitual: "Podéis creerme pues es la verdad"; los habladores: "En una palabra para concluir"; y los orgullosos: "Sin jactancia, etc.". Esta picante observación, es muy fundada y debemos evitar el dar a los demás el secreto de nuestros caprichos y defectos.
Pero independientemente de esta razón es preciso evitar, con el mayor cuidado, las voces parásitas, pues el tiempo y la costumbre las multiplica de un modo admirable produciendo el embarazo en nuestro discurso, extraviando la atención de las personas que nos escuchan y haciéndonos importunos y ridículos sin que nos demos cuenta de ello.