Los buenos modales no pueden quedar atrás.

Filósofos, pedagogos y escritores de todos los tiempos dejaron su impronta en el tema de la buena educación y la urbanidad, de una forma u otra.

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Las buenas maneras, ¿convencionales inútiles?

La falta de urbanidad y buenos modales pareciera un mal intrínseco de las sociedades contemporáneas, como si el remolino vertiginoso de la modernidad, con un latigazo irónico y mordaz, tirara al cofre de lo inservible y fuera de moda los hábitos del comportamiento correcto de las personas al relacionarse con sus semejantes en el hogar, la escuela y en los lugares públicos.

Pedagogos y ciudadanos de naciones iberoamericanas en los últimos años han pasado de la preocupación por la deficiente enseñanza y aprendizaje de correctos hábitos formales, a la alarma por la urgente necesidad de poner en práctica o retomar programas educativos afines, y combatir la nociva idea de que "las buenas maneras" no son más que convencionalismos inútiles.

El interés por extender adecuadas normas de conducta sociales acompañó al hombre en la historia. En la antigua Grecia, junto a los conocimientos de lectura, escritura, aritmética y declamación, eran impartidos a los alumnos reglas de urbanidad, sobre la base del respeto y el saber actuar con sabiduría ante cada situación.

"Hay que combatir la nociva idea de que "las buenas maneras" no son más que convencionalismos inútiles"

El dominio de prácticas elementales de buen comportamiento social, en aquella época como en la actualidad, era un signo de distinción social, no entendido como afectación frívola, sino como evidente formación cultural, de preparación ética y solidez moral.

De Grecia al imperio Romano pasaron los estilos y formación de hábitos de urbanidad -mayormente localizados en las clases elitistas aunque no exclusivas de éstas-, del Medioevo al Renacimiento y otras épocas, con diversos grados y formas de asimilación por las clases sociales emergentes, y diferentes puntos de vista sensibles de ser cuestionados o no a la luz de la actualidad. Pero nunca abandonó al hombre el interés por la enseñanza de buenos modales a sus hijos, ya fuese en humildes moradas de desplazados o en salones aristocráticos cubiertos de oro.

Como en toda actividad humana, siempre hay extremos que llevan en ocasiones al ridículo. Tal es el caso de que en las cortes europeas se podía expulsar a un noble por no inclinarse en el ángulo correcto al hacer una reverencia. Cosas de cada época.

Pero es cierto también que la Revolución francesa (1789) introdujo la enseñanza de buenos modales y se afirma que esta práctica se extendió entonces por Europa.

Filósofos, pedagogos y escritores de todos los tiempos dejaron su impronta en el tema de la buena educación y la urbanidad, de una forma u otra, en páginas inmortales de grandes obras de la Literatura. Desde consejos y proverbios bíblicos pasando por las infinitas sendas de las creaciones artísticas, canciones trovadorescas, relatos, narraciones, tratados, manuales, a partir del uso de la ironía, la picardía o de presentaciones teatrales burlescas.

Del Quijote e históricos tratados.

¿Quién no ha disfrutado, con una sonrisa íntima y de simpatía, de los consejos de buenas maneras que daba Don Quijote a Sancho Panza, gracias al genio de Miguel de Cervantes?

"Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale."

La enseñanza de las buenas maneras confluye con lecciones de ética, moral y civismo, y todo combinado surte el efecto de la formación integral de un buen ciudadano, para contribuir a la plenitud del hombre como ser social.

"Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos".

"Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala".

"Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie."

En América Latina desde el siglo XVI circularon numerosos tratados de buenos modales, y el más famoso ha sido -y es- el conocido Manual de Carreño , publicado en 1854 por primera vez, y que hoy circula con renovadora fuerza en internet y reaparece una y otra vez en librerías tradicionales y virtuales. El enfoque social vuelve la mirada atrás, en el afán de recuperar lo que se ha perdido, y con la esperanza de darle nuevos valores contemporáneos y reponer a las normas de comportamiento donde les corresponde en la sociedad.

El autor de este documento tan popular fue Manuel Antonio Carreño (Caracas 1812 - París 1874). Su Manual se convirtió en la guía de urbanidad más reconocida de la época en los países bolivarianos, y declarada guía de texto en escuelas públicas. Era el padre de la reconocida pianista venezolana Teresa Carreño y sobrino de Simón Rodríguez, el maestro del Libertador Simón Bolívar.

Manuel Antonio Carreño, destacado pedagogo, músico, traductor, diplomático y escritor, pasó a la historia por su tratado que inicialmente apunta: La urbanidad es virtud o manifestación de virtud: reflejo exterior de realidades interiores, la intención de integrarse positivamente en la vida ciudadana convertida en hechos.

El libro comienza con reflexiones de moral, ética, civismo y religión, y pasa a relacionar normas de conducta que van desde observaciones sobre el aseo, al modo de conducirse las personas en sus casas, en la sociedad, cita hábitos de mal gusto que deben eliminarse, aconseja las formas correctas de actuar para con los semejantes, el respeto a la familia, a los conciudadanos.

Se cuenta que no había familia que no acudiera al Manual de Carreño para la formación de los hijos, y era bochornosa la observación "ese no se ha leído a Carreño".

El buen comportamiento, pan de cada día.

Desde tan lejanos tiempos el buen comportamiento es pan del día de las sociedades, y en la actualidad no lo es menos. En círculos parlamentarios de naciones latinoamericanas se discuten leyes educacionales para la reintroducción de materias de Urbanidad, Moral y Cívica, que estaban abandonadas, resurgen tratados y análisis.

En Medellín, en 2005, se llevó a debate una resolución para "desarrollar en toda la comunidad educativa la temática de la Urbanidad y el Civismo en aras de tener una ciudad cada día más culta". Parlamentarios en Ecuador, Chile y otras naciones, instituciones pedagógicas nacionales e internacionales proponen el regreso a aquellas viejas materias.

Un estudio internacional de Educación Cívica apunta: "Debe superarse la vieja idea de que cuando nos graduamos en una profesión, terminó nuestra época de estudiantes y ya nunca necesitaremos aprender nada nuevo o mucho menos regresar a un aula escolar".

En Chile también se debatía el tema: "Hace años se apodaba a los chilenos como los 'ingleses de América' por su idiosincrasia pudorosa", pero hoy en día, se asegura, el chileno pierde hábitos de comportamiento social.

En Chile también se debatía el tema: "Hace años se apodaba a los chilenos como los 'ingleses de América' por su idiosincrasia pudorosa"

En la culta, vieja y civilizada Europa también se discute, y en Madrid se suceden los llamados a la ciudadanía a respetar normas de convivencia, a aprender a ser respetuosos con sus conciudadanos, a mantener limpias y decentes las ciudades, a no hacer ruidos en exceso para no molestar a los demás.

En nuestra sociedad.

La sociedad cubana, altamente democrática y participativa, no escapa a la preocupación por este problema, no exclusivo de país alguno, ya que se trata de un fenómeno generalizado que en cada conglomerado humano adopta sus características y variantes propias.

Pero el mal de muchos no puede ser consuelo para nadie. La inquietud por la falta de urbanidad en niños, jóvenes y adultos cubanos es legítima, como la ausencia de buenas maneras en instituciones públicas, en las relaciones interpersonales, en la prestación de servicios, en la vida hogareña, al establecer conversaciones o cumplir normas al momento de sentarse a la mesa, llegar a una casa de visita, en las presentaciones formales, en el cuidado de las plazas públicas y de la propiedad social en general, en el respeto a los demás en los edificios multifamiliares, en las barriadas, en el transporte público, en playas y teatros, en el cuidado al entorno.

La relación se hace interminable, y al abundar un tanto en el tema se convierte en inmenso el horizonte donde estamos obligados todos a trabajar, en los ámbitos sociales y familiares. Primero hay que tomar conciencia profunda del fenómeno. Son varias las generaciones que adolecen en nuestro país de una sólida formación de urbanidad.

"Se han perdido valores", se lamentan las personas mayores, al percibir una conducta grosera de un joven estudiante que lleva incorrectamente su uniforme o grita palabrotas y le falta a los adultos con un lenguaje chabacano y agresivo. No son pocos los que suelen arremeter a ciegas, injustamente, contra la juventud en ese sentido, como si la responsabilidad del problema les fuera ajena.

El asunto se las trae. Influyen muchísimos factores sociológicos, pero es primordial la toma de conciencia y la acción colectiva, unida, fuerte y decidida: en el orden individual cada quien debe examinarse sea de la generación que fuere; tener disposición a aprender; a cambiar, a sabiendas que es posible hacerlo.

Difícilmente exista un país con mayores condiciones para desatar una avalancha de argumentos, enseñanzas y de crecimiento humano como Cuba, con su fabulosa revolución educacional, universalización de la enseñanza, donde la voluntad política ha llevado a las salas de los hogares impactantes programas educativos vía audiovisual, y la educación masiva y gratuita es privilegiada por el Estado pese a las dificultades que sufre un país bloqueado en medio de una situación de desastre mundial, desde los puntos de vista económico, ético y moral.

Gozamos del privilegio de lo heredado de nuestros filósofos, pedagogos y pensadores desde el surgimiento de la nacionalidad cubana. Tenemos la inmensa fortuna de la enseñanza de José Martí, sus ideas y sabiduría universales. El Maestro creía en la utilidad de la virtud, en el mejoramiento humano y en la vida futura. Nos legó sus conceptos morales, patrióticos, éticos, de honradez, de comportamiento. Debemos volcarnos insaciablemente a sus enseñanzas.

Y contamos con el ideario fidelista, sus lecciones de ética, patriotismo, civismo, honestidad, caballerosidad, moral, ética, y su profunda confianza en el hombre y su espiritualidad para vencer a los instintos malsanos.

Nos está prohibido ser fatalistas. Los revolucionarios son soñadores, nos ha repetido el líder de la Revolución, Fidel Castro. No hemos involucionado hasta las cavernas como sociedad en cuanto a buenas maneras, como muchos pretenden hacer ver, algunos con muy mala intención. Estamos como tantos en medio de una corriente que tiende a apartar a la urbanidad de la práctica cotidiana, pero como buenos cubanos, experimentados en lides difíciles, iremos a contracorriente para avanzar paulatinamente en el crucial empeño.