Del saludo y las presentaciones. II

Cuando alguien nos dice que "te voy a presentar a una amiguete" es porque considera importante a esa persona y presume de su amistad

Revista Triunfo 1981.

 

Saludo. Charles Zimmerman estrecha su mano a un participante en una convención. Kheel Center

Nuevas costumbres: saludar y presentar

Aquella urbanidad

Aún pasa que el adulador que nos presenta a un señor importante nos largue la retahíla de sus títulos, pero en general hay discreción en esto. Se dice, si acaso, una parte de ellos, y en la conversación que sigue se va descubriendo el resto de las grandezas. A veces se bromea, dando a entender la importancia del presentado con medias palabras. Cuando alguien nos dice que "te voy a presentar a una amiguete" es porque considera importante a esa persona y presume de su amistad. "Aquí Manolo, aquí un amiguete que es luchado", oí decir en una ocasión.

A la mujer propia, a la novia o a la amiga con quien se sale se la presenta sólo por el nombre de pila, sin el apellido. Las mujeres españolas, al contrario que las francesas o las inglesas, conservan el apellido cuando se casan -"es lo único que les dejamos, bromean los casaos"-, pero ese apellido no se dice. Modernamente, la urbanidad menos convencional tiende a exigir que se diga también el apellido de la mujer para denotar que tiene una personalidad distinta de la del hombre con quien vive.

La frase española actual para las presentaciones es la de "encantado". Se utiliza más que "mucho gusto", y, en el tránsito general hacia la "naturalidad", empieza a decirse simplemente: "Hola". El que presenta suele decir: "No sé si conoces a...", y no falta algún cursi que diga: "¿Conoces?". En el saludo entre conocidos se utilizan fórmulas como: "¿qué tal?", "¿cómo estás?", ¿qué tal vas", y todavía se usa, aunque menos que antes, el plural mayestático, "¿Cómo estamos?". Besar la mano a las mujeres es costumbre en desuso, aunque todavía se ve.

Ahora se las besa en la cara. Entre los "nuevos españoles" está tan generalizada la costumbre de que los hombres besen a las mujeres, que darles simplemente la mano llega a parecer descortesía, si se trata de personas que tienen entre sí cierto grado de conocimiento y tanto si son solteras como casadas. La forma de besar a las mujeres ajenas tiene sutiles limitaciones que no pueden transgredirse. las mujeres responden con la misma circunspección, aclarando a veces: "un besote".

Los hombres entre sí, salvo recientísima novedad gay, no se besan, como los franceses o los rusos. Lo característico de España es la palmada, el abrazo y, a menudo un efusivo redoble en los homoplatos. Hay palmadas espantosas, cuasi-criminales. Muy característico también es agarrar el codo con la mano izquierda mientras se da la derecha. En las presentaciones se da siempre la mano. Entre los amigos se prefiere un discreto, fraternal magreo de brazos o espaldas. El último resto del besamanos español, el que se dedicaba a los señores curas, hace tiempo que pasó a la historia, aunque puede verse todavía en pueblos y ciudades episcopales.

Entre los más jóvenes, el apretón de manos se estila cada vez menos y se considera anticuado y hasta importuno dar la mano a una persona a la que se ve a menudo. Crecientemente, el saludo de los que se encuentran se limita, cuando no llevan mucho tiempo sin verse, a un gesto de la mano dibujado en el aire que tiene algo del saludo con que los políticos responden a las aclamaciones populares, aunque más rápido y esquemático. De todos modos, en España puede hacerse aún una antología de apretones de mano, forzudos y enérgicos algunos hasta hacer crujir los huesos, blandos otros, con mortecina desgana.

Aunque la regla es que el hombre, al ser saludado, ha de levantarse y la mujer quedarse sentada, ahora se ve a muchos hombres repantigados en la silla cuando otro hombre o incluso mujer, les saluda, mientras la mujer deseosa de demostrar que tiene más talentos que los del mero "bello sexo", se levanta y recibe de pie el saludo del recién llegado. Si el que entre es lo que se conoce por un "superior", lo normal sigue siendo levantarse. Las leyes de la jerarquía no parecen haber cambiado mucho.

El saludo desde lejos se hace cada vez más con la mano. La reverencia desaparece y sólo queda, si acaso, una leve inclinación de cabeza. Cuando no hay que expresar respeto, el movimiento de la cabeza es hacia arriba. Entre amigos, un guiño puede ser suficiente.

La despedida se va reduciendo a muy escuetas fórmulas que apenas tienen que ver con el "Adiós" o "Hasta luego", y menos con el "Hasta la vista", que sólo se menciona en los manuales de conversación para extranjeros. Aquello de "A ver si nos vemos y tomamos una copa", que se convirtió en proverbial chiste, queda reducido a fórmulas como "nos vemos", o "nos llamamos", o "cenamos". O incluso al mero gesto sin palabras, llevando la mano a la oreja para indicar que sin ningún género de dudas, esta vez de veras, vamos a llamarnos por teléfono.