El hombre exaltado.

Una persona puede ser admirada y respetada por su comportamiento pero también por lo que tiene y por lo que es.

Reflexiones sobre las costumbres. 1818.

 

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El hombre exaltado.

Hay demasiadas personas que no se pagan sino de exterioridades. El honor, el puesto, las riquezas son el único móvil de su corazón; son como el norte que les sirve de guía para conducirse en la sociedad. No rinden sus obsequios sino a ese ídolo que llaman honor; sus adoraciones solo se tributan al puesto, y los inciensos se queman a las riquezas.

Pero se engañan, la sabiduría y la virtud son las que hacen al hombre digno del verdadero honor; donde quiera que el astro de la vida extienda sus rayos, y donde quiera que se perciba el soplo de los vientos, el hombre sabio y virtuoso siempre será respetado, por más abatido que sea da la fortuna. Sócrates, aunque fue condenado por los atenienses a beber la cicuta, jamás ha perdido la reputación de sabio; el justo Foción sentenciado a muerte sin oírlo por el ingrato pueblo, siempre ha sido celebrado por su filosofía y su elocuencia, y por su valor y ciencia militar; Cicerón, reducido a la condición de reo por una ley tan infame como Clodio que la dictó, se viste de luto; y el senado, todos los caballeros y otras personas distinguidas en número de veinte mil, se visten de luto como él, y le acompañan por las calles. Tal es el mérito de la virtud y de la sabiduría.

Yo no indultaré jamás a nadie, a nadie despreciaré por más abatido qne le vea en sus desgracias, y por mal tratado que sea de la fortuna; Dios me libre de caer en tal vileza de ánimo. Daré mis tributos de respeto y veneración a un hombre de bien, afable, instruido, urbano, complaciente aunque sea pobre, y aunque le vea destituido de todo empleo; pero jamas doblaré la rodilla ni ofreceré inciensos a un fatuo por rico, por opulento que sea, ni por más exaltado que se halle; entonces sería yo tan fatuo como él. Pero hay almas tan viles, que cuando se trata de hacer su fortuna, cuando aspiran a lograr algún favor, no reparan en abatirse ignominiosamente en presencia de aquel que puede prestárselo, ni en prostituirse a mil condescendencias criminales.

¿Con qué altivez, con qué desprecios no mira Clerion a Nevio, el más amable de todos los nacidos solo porque es pobre, y no posee ningún cargo? Pero este mismo Clerion, ¿qué sumisiones, qué respetos, qué adoraciones no tributa a Diocles, cuyo padre se ignora, cuyos abuelos nos son incógnitos, y que puede llamarse un hombre nuevo y el primero de su raza, solo porque es rico, y porque tiene en su mano muchos empleos que repartir, y puede conceder puestos que son otros tantos manantiales de riquezas y de opulencia? Almas bajas, ese es vuestro ídolo; adoradle, abatios hasta las más vergonzosas complacencias, envileceos, degradaos, ¡qué importa, con tal que labréis vuestra fortuna! Pero mirad que la fortuna es muy voluble.

D. N.N. se ve colocado en un alto empleo, no por la mano de la virtud, sino por la destreza de sus manejos; los honores, a manera de genios alados, revolotean a su alrededor; una lluvia de oro cae de continuo y riega abundantemente hasta cuanto se extienden sus deseos. Millares de ojos están atentos para observar una seña no más de su voluntad, y satisfacerla aun antes de que llegue a insinuarse; todo está pendiente de sus labios; la fortuna y la desgracia, la vida y la muerte parece que estén encerrados en su poderosa mano. ¿Cuántos obsequios no recibe, cuántas sumisiones, cuántas adoraciones? Pero la voltaria fortuna da una vuelta a su voluble rueda, y D. N.N. cae precipitado desde su altura, y con él caen los honores, los empleos y las riquezas; y hete aquí a D. N.N. como el asno de la fábula, que iba muy engreído porque todos se le arrodillaban, y no sabía que aquellas genuflexiones se dirigían a las reliquias de que iba cargado. Pero enteramente desnudos ya D. N.N. y el asno, ¿qué es lo que les queda? palos, trabajos y desprecios. Y ¿qué ha pasasdo con sus tantos adoradores? se disiparon como su ídolo.