Las cartas.

Escribiendo a personas ocupadas en negocios o en letras, hay que ser breve; al paso que con las personas queridas nunca una carta es demasiado larga.

El nuevo Galateo. Tratado completo de cortesanía en todas las circunstancias de la vida.

 

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Las cartas.

Una carta es una visita a un ausente, así es como el interés, la curiosidad, la necesidad y el afecto contribuyen a promover y sustentar el comercio epistolar. Cuanto se ha dicho de la conversación y de las visitas es aplicable a la cartas, por lo tanto no hablaré sino de las familiares.

Las reglas de la conversación exigen que el estilo sea familiar pero no desaliñado , que la construcción sea exacta, las expresiones propias, los pensamientos justos y que no haya cosa alguna oscura ni embrollada. Todo esto debe tenerse presente en las cartas; pero además, reflexionando que una carta puede perderse y caer en manos enemigas, ser presentada a los tribunales como prueba de hechos principales o accesorios, y que subsiste después que un amigo ha dejado de serlo o se ha convertido en enemigo, se comprende que debe estar escrita con precaución a fin de no comprometerse a sí mismo y menos todavía a los otros.

Un hombre honrado nunca debe en sus cartas poner en ilegítimo riesgo la reputación de otro ni descubrir aquellos sentimientos ajenos, que siendo desagradables a los particulares o a la autoridad, son capaces de producir enemistados o sinsabores. Y si bien es cierto que nadie está obligado a responder de lo que otro ha escrito de él, no obstante un escrito hace con frecuencia indispensables las aclaraciones, apologías y protestas que no siempre logran borrar la siniestra impresión producida por el mismo, pues cuando se trata de perder a un hombre, no siempre se raciocina.

Escribiendo a personas ocupadas en negocios o en letras, hay que ser breve; al paso que con las personas queridas nunca una carta es demasiado larga. La índole del amor es tal, que cuando la persona amada se halla distante, inclina fácilmente a suponerlo expuesto a aventuras, y se hace ingenioso para fingirlas y acumularlas sobre esa persona. Estos temores que crecen en razón del tiempo y de las distancias y que, principalmente, atormentan a las mujeres, cesan al presentarse una carta portadora de salud y de buenas noticias. De aquí resulta que el cartearse padres e hijos, marido y mujer, amigo y amigo, es un deber indispensable, cuyo cumplimiento tiende a desvanecer los temores indicados.

"A más lejanía del margen mayor respeto y distancia con la persona a la que se escribe"

Aunque es una tontería querer medir el respeto por el tamaño del papel, sin embargo la elección de un papel de tamaño mayor que el común cuando escribimos a personas distinguidas es una señal de atención particular. El uso exige que en estos casos que la carta tenga un sobre suelto, a fin de alejar de la persona a quien se dirige las marcas de suciedad que la carta puede sufrir en el transporte. Quiere también la costumbre que al comenzar una carta se encabece tanto más lejos del margen cuanto es más distinguida la persona a quien se dirige. El vacío intermedio representa, en algún modo, la distancia entre nosotros y ella, y es una muestra visible de humildad.

Los hombres han discutido con calor si la fecha debe ir al principio o al fin de la carta. El uso mercantil está por lo primero, a fin de no olvidar la fecha, lo cual podría suceder si se dejara para después de hablar de negocios, y por que cuando se contesta debiéndose especificar en la contestación la fecha de la carta recibida, o bien de clasificarla en razón del tiempo, si la carta tiene más de una página, poniendo la fecha al principio se presenta al momento y es más cómodo. Si puedo manifestar mi opinión en una cosa que al fin no me parece de gran interés, diré que en las cartas que no son de comercio las fechas están mejor al fin, porque quien recibe una carta va desde luego a ver el nombre de quien la escribe, y al mismo tiempo ve la fecha y el punto de donde viene. Esta razón no sería de valor alguno si aun subsistiese la costumbre de los romanos, los cuales al principio de la carta ponían el nombre de quien la enviaba y el de aquel a quién iba dirigida. Marco Tulio Cicerón a Publio Léntulo. La sombra de libertad que parecía poner en contacto a los ciudadanos, a despecho de la grande distancia en que la autoridad y las riquezas tenían a unos de otros entre esos mismos romanos, conservó por mucho tiempo en sus cartas cierto aire de sencillez que es un vituperio a las bajas expresiones que usan los cortesanos. Un deseo benévolo al principio y un tierno adiós al fin constituían todo el ceremonial de las cartas romanas. Si estás bueno, me alegro: también yo lo estoy. Adiós.

Dejando de hablar de otros preceptos que resultan de lo dicho hasta ahora indicaré tan solo el de contestar prontamente a las cartas, puesto que todo retardo es desagradable, y de anunciar el recibo de la que nos han enviado, porque sin ese anuncio queda siempre el temor de que hayan padecido extravío.