Lección sobre la distracción.
Regularmente el hombre se distrae por afectación o por frialdad, y así es fastidiosísimo para el trato.
La distracción.
Esta falta es prima-hermana de la anterior, la desatención, y se dan la mano, porque la distracción no es otra cosa más que un descuido, una inadvertencia, una falta de atención a lo que está pasando delante de uno, lo cual le iguala con los tontos y locos, porque si el tonto es el que no ha tenido ideas fijas, y el loco es el que las ha perdido ya, estando él distraído sin ellas entonces, no está muy lejos de parecerse al uno y al otro.
Regularmente el hombre se distrae por afectación o por frialdad, y así es fastidiosísimo para el trato; siempre está de más en las concurrencias, porque nunca entra en la conversación general, aunque suele interrumpirla con alguna pregunta o producción fuera del caso, como si se despertara en aquel entonces; y cuando cree uno que está embebido en alguna cosa de importancia, por su misma confesión se sabe que no pensaba en nada.
Ni aún de vista conoce a las gentes que más le acompañan, o a lo menos las contesta como si estuvieran reñidos. Deja el sombrero en una parte, el bastón en otra, y según las señas, en otra dejaría los zapatos, si las hebillas, aunque mal puestas no se lo impidieran. Todo esto prueba, o un espíritu tan limitado, que no puede ocuparse más que un asunto, o tan afectado, que quiere que le supongan todo embebido en cosas grandes o importantes. Un Locke, un Newton, y otros cinco o seis como ellos, desde el principio del mundo podrían tener derecho a la distracción, porque sus investigaciones requerían intensos pensamientos; pero en general, si en un baile, comida u otra diversión se pusiera alguno a resolver un problema de Euclides, sería tenido por insociable, y haría un ridículo papel en la fiesta; así como el que estudiando un problema en su gabinete se pusiera a pensar en un minué, diríamos que no podría ser gran mentecato.
"El distraído nunca hace observaciones sobre el carácter, costumbres y modales de los que trata"
El distraído nunca hace observaciones sobre el carácter, costumbres y modales de los que trata; y así, por más que frecuente toda su vida las mejores sociedades (dado el caso de que le admitan), nunca podrá adquirir conocimientos, porque lo mismo es hablar delante de él, que delante de un sordo, fuera de que sería verdaderamente un gravísimo error que dirigiéramos la palabra a un hombre que nos está mirando sin oírnos, sin pensar en nosotros, y sin entendernos; de modo que yo, cuando me encuentro con un distraído, preferiría estar solo, porque me es casi imposible tolerar a un hombre que me evita con grosería y con desatención; y más quisiera estar con un muerto, pues cuando este no manifestara complacencia de mi compañía, a lo menos no me significaría menosprecio como el distraído, que clara y distintamente me está diciendo con su silencio, que no me juzga más digno de su atención, que a un mueble de los que adornan la sala.