Lección sobre las gracias
Por qué unas personas nos gustan más que otras, teniendo igual o mayor mérito, hallaremos que la razón es porque los primeros tienen cierta gracia que no tienen los últimos
Las personas que caen bien. Las personas que agradan
Aquella urbanidad
Si examinamos prolijamente el por qué unas personas nos gustan más que otras, teniendo igual o mayor mérito, hallaremos que la razón es porque los primeros tienen cierta gracia que no tienen los últimos. ¡Cuántas mujeres he visto yo de gallarda y hermosa figura que desagradaban generalmente; y que al mismo tiempo, otras de no tan exactas proporciones encantaban a todos! Por esto los poetas representan siempre a Venus rodeada de las tres Gracias, denotando que no vale la hermosura sin ellas; y entre los hombres mil veces se desatiende al mérito más sólido, y es uno mal recibido y menospreciado por no acompañarle las gracias; siendo al mismo tiempo admitido, apreciado, y aun admirado otro de corto mérito, de pocos conocimientos y de inferiores luces, pero guiado por ellas; y así, desengañémonos, que también a Minerva deben acompañarla las gracias, porque sin ellas la ciencia tiene pocos atractivos entre las gentes de mundo.
Pasemos ahora a investigar qué cosas son estas gracias, y dar una idea de ellas para adquirirlas. La fortuna de un sujeto varias veces se decide para siempre por su primera entrada y presentación; si parece bien y cae en gracia se llenan las gentes involuntariamente de la persuasión de que tiene un mérito que no se le había conocido; y por el contrario, si la primera vez choca se preocupan inmediatamente contra él y no le conceden el mérito que todos le confiesan.
Sabemos que no hay hombre bien o mal criado en Europa que no levante el abanico que se le caiga a cualesquiera mujer; pero en la flexible inclinación del cuerpo para tomarlo del suelo, en los naturales movimientos para alzarse y ponerse a los pies de la dama, en la reverente y agradable expresión al dárselo en sus manos puede uno por su gracia ganarse el corazón de cuantos vean su buena crianza; y el otro por su torpeza provocar la risa de un duelo entero, viendo su atropellamiento y visajes. El porte de un caballero debe ser noble, y sus ademanes graciosos, cuidando particularmente de sus modales, agasajo y desembarazo cuando se presenta a las gentes; será respetuoso sin bajeza, afable sin familiaridad, político sin afectación, expresivo sin estudio, y natural en todo.
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Ábrete camino en la mente de los otros por la senda que hay desde los sentidos al corazón, porque la vereda de la razón es más larga, y no siempre es la más segura; y así agrada tú a los ojos y a los oídos, y tienes la mitad del camino andado; pues siendo más los hombres que ven que no los que pesan, debes preferir para el trato social el brillo de la exterioridad más que el peso de la ciencia; y con una cara risueña y un trato franco los hombres superficiales te creerán de buen natural, y no te supondrán de segunda intención los observadores.
Muchas artes requieren largo estudio y aplicación; pero el más útil de todos, que es el de agradar, solo con desearlo tiene uno la mitad sabida, pues lo demás solo depende del modo, el cual se aprende frecuentando buenas tertulias y amistades con atención y observación, pero advierte que tan necesario como es el poseerle tan difícil es el adquirirle; el método más seguro es hacer a los demás lo que quisieras que hiciesen contigo; observa cuidadosamente lo que nos agrada de los otros, y probablemente las mismas cosas hechas por nosotros agradarán a los demás; por ejemplo, si nos agrada que los otros tengan condescendencia y atención con nuestras genialidades, nuestros gustos y nuestras impertinencias; la misma contemplación y miramiento de nuestra parte a sus cosas les agradará igualmente.
Toma el aire y el tono de la compañía donde te encuentres, sea de seriedad, de alegría o de fiesta, pues no sería razón que fuera un particular a perturbar la conformidad general. Si el arte de agradar fuera una receta no habría precio con que pagarla, porque no hay hombre tan misántropo ni tan indolente, que alguna vez no desee o necesite ser bien recibido de otro; y en aquel caso daría lo que no tiene por el arte de agradar al sujeto a quien va a presentarse.
Hombres hay que hacen un favor con tan mala gracia y con tanta grosería, que no puede uno vencerse a serles agradecido; y hay otros, que hasta las pesadumbres las dan con tan buen modo que es menester darles las gracias; igualmente una misma cosa dicha por un buen mozo con tono afable, y que hable expedita y graciosamente, agradará; pero chocará si la profiere tartamudeando otro de rara figura y con mal gesto.
Vete con mucho tiento para no abusar de la gracia, porque si te da muchos admiradores, también te dará muchos rivales y enemigos; es como el sol al mediodía que aunque alumbra a los más, hay varios a quien deslumbra la fuerza de su claridad; y así como en invierno caliente, en la otra estación contraria abrasa; por lo cual decimos, que la luz y el calor de este planeta en las dulces mañanas de la primavera y en las frescas tardes de los puertos de mar, halaga y calma nuestros espíritus; pues lo mismo es la gracia; y por lo tanto no pretendas meterte a gracioso si no lo eres naturalmente, y si no te viene a la boca sin buscarla; y aunque en tal caso interpón tu juicio para que no se eche a perder el guisado por demasiada sal, que no gusta a todos, y menos al convidado que lo toma a chasco; y así dijo Pope con gran verdad, "que las personas dotadas de gracia, necesitan de otra para manejarla"; y en otra parte añadió, quizá no con tanta verdad, "porque la gracia y el juicio están siempre reñidos, aunque parezca que se ayudan, como sucede entre marido y mujer".