Los deberes para con nosotros mismos. I.

La instrucción es al hombre, considerado física y moralmente, lo que el riego a una planta.

Novísimo Manual de Urbanidad y Buenas Maneras para uso de la juventud de ambos sexo.

 

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Deberes para con nosotros mismos.

"Lo que puedo decir con seguridad, es que en mis luchas algún tanto arduas debí una gran parte de mis triunfos a ciertas virtudes de segundo orden, tales como la urbanidad". Julio César.

"Conocí a un hombre que todo lo sabía, excepto una cosa: dar los buenos días y saludar. Vivió pobre y desdichado". Diderot.

"En último resultado es ciencia muy útil la de saber vivir en sociedad. Es como la gracia y la hermosura, conciliadora inmediata de la sociedad y la familiaridad". Montaigne.

Si nuestra misión es superior a la de todos los demás seres de la naturaleza, si Dios nos ha dotado con un destello de suprema inteligencia, justo será que consideremos como el primer deber mostrarnos reconocidos a Dios por tan sublime presente, procurando cultivarla con constante esmero, para saber cumplir sus divinos preceptos.

La instrucción es al hombre, considerado física y moralmente, lo que el riego a una planta.

La planta que crece sin cultivo, no solo carecerá de perfume, sino que ostentará siempre sus ramas torcidas y amarillentas. La naturaleza moral y la física son dos gemelas, y están tan íntimamente unidas, que es preciso que armonicen completamente en su desarrollo, para que lleguen ambas al grado de perfectibilidad a que están llamadas. Todo lo que quiera avanzar la una resultará en detrimento de la otra.

Es necesario, pues, que procuremos ilustrar nuestra inteligencia, tanto como nuestras fuerzas físicas nos lo permitan. El que sacrifica su salud a su ambición de estudio, cometería tan grave falta con respecto al Criador, que le ha confiado la conservación de su propia existencia, como el que desatendiese completamente su instrucción, para entregarse a los placeres sensuales.

Por lo demás, nada hay tan absurdo y despreciable como la ignorancia, y no es digno de poseer un alma racional, el que teniendo a la vista el grandioso libro de la naturaleza y los magníficos panoramas de la creación, no procura descifrar los sublimes caracteres del primero, ni se extasía al contemplar la belleza de los segundos.. El ignorante no sabe los suaves placeres a que renuncia con su indolencia, y como cierra su alma a las más indefinibles y sublimes emociones.

El saber es una cristalina fuente, que refresca los abrasados labios del que hiende la tierra para descubrir su subterráneo cauce.

Dichoso el que busca en el estudio la calma y el solaz, que huyen del torbellino del mundo. No hay amigos tan dulces y complacientes como los libros, ni consuelos tan eficaces como los que prestan a un ánimo afligido las bellas artes. El hombre instruido nunca está solo, nunca se aburre, y sobre todo nunca tendrá que mendigar el pan de la compasión ajena, porque las riquezas son como la nieve, que un rayo de sol derrite, y el saber como el diamante, que resiste a la acción del fuego.

La instrucción hace a los hombres benévolos y virtuosos; si hojeásemos todas las causas célebres desde el principio del mundo hasta ahora, veríamos que todos los grandes crímenes han sido producidos por la ignorancia.

El sabio regala sus acciones por las severas máximas de los profundos moralistas; porque no ignora que éstos al trazarle la senda, a la cual han dado el nombre de deber, han trazado igualmente la de su felicidad, porque deber y felicidad son sinónimos; y siempre es feliz el que obra legalmente, según su convicción y su conciencia.

Además, de estas positivas ventajas, el estudio nos proporciona la de ser hombres útiles en sociedad, y la de poder cumplir dignamente los deberes que hemos indicado antes, respecto a Dios, a nuestros padres y a nuestros semejantes. Un espíritu inteligente comprende mejor las infinitas bondades del Eterno, y sabe mejor mostrarse reconocido a sus mercedes; un joven brillante es honra y gloria de sus ancianos padres, y puede labrarse un porvenir que los ponga para siempre a cubierto de las contrariedades de la suerte; un hombre distinguido por sus luces y conocimientos, puede servir dignamente a su patria y concurrir al bien de sus conciudadanos, y así mismo servir de amparo y de consuelo a cuantos necesiten de su auxilio.

El estudio es pues la clave de todas las virtudes, y el laborioso jamás contará con tedio los minutos de su vida.

Hemos dicho que Dios nos ha impuesto el mismo deber de cultivar nuestra inteíigencia y conservar nuestra vida.

No hablaremos de los desgraciados, a quienes el extravío de sus pasiones conduce al suicidio. Este es un crimen demasiado repugnante y horrible para que nos ocupemos de él. La sociedad, entera reserva sus anatemas para estos infelices, y es tanto el horror que la inspiran, que no concede ni una losa para su ignorada sepultura. Dios, tal vez los perdonará en su infinita misericordia; ¿pero, son acaso acreedores a ella los que pisotean con desprecio su dádiva más preciosa?

Creamos piadosamente que cuantos atentan a su existencia están privados de razón, porque este es el único medio de excusar un crimen tan horrible.

Pero no basta no atentar a nuestros días, es preciso atender a conservarlos.

El que se entrega a peligrosos excesos, el que pasa las noches en las orgías, el que se expone imprudentemente a apurar hasta las amargas heces de la copa de los placeres, conspira contra su salud, y falta gravemente a este deber; tan gravemente acaso como el suicida, que al menos al cometer su atentado, lo espía con el anatema de la indignada sociedad y el justiciero fallo del Eterno.