La urbanidad como forma simbólica
El hombre no puede vivir su vida sin expresarla. Expresar significa dar forma a lo sensible
Las formas simbólicas: convertir la impresión en expresión
Al final de su vida Cassirer recogió su pensamiento en un texto titulado An Essay on Man. En este libro el discurso filosófico se condensa. Ciertos pasajes poseen el temblor conciso de la confidencia. Los conceptos se precisan y adquieren un relieve subrepticio. Tal vez convenga aproximarse desde esta orilla a los asertos medulares del pensador.
Esta sucinta exposición atiende al orden recíproco de las nociones y asume -a tal efecto- una perspectiva cuyo punto de fuga les es inherente.
En breve:
- El hombre no puede vivir su vida sin expresarla. Expresar significa dar forma a lo sensible. Los varios modos de expresión poseen una especie de eternidad pues sobreviven a la existencia efímera de cada cual.
- Ninguna esencia metafísica define al hombre. Sólo su obra le distingue y caracteriza. Las actividades que le son propias conforman el círculo de humanidad. Las formas simbólicas determinan sectores de semejante figura: lenguaje, mito, religión, arte, historia, ciencia.
- Las formas simbólicas se hallan entrelazadas en y por el acto humano decisivo: convertir la impresión en expresión. Esta transformación mediante la cual lo sensible adquiere forma constituye un vínculo funcional -no substancial- entre los varios modos de expresión.
- Las formas tejen una red simbólica. El hombre nos puede escapar de sí mismo. Vive en un universo simbólico. Sólo conoce a través del símbolo. En lugar de tratar con las cosas, conversa consigo mismo. En tal horizonte el hombre no es un animal racional. Es un animal simbólico.
Este ensayo -aquí rige el sentido estricto del vocablo- intenta sugerir una semejanza entre la concepción de un estilo de vida determinado y el acto de dar forma que sustenta el pensar de Ernst Cassirer.
Apenas puede aquí sugerirse el sentido del salón, institución inserta en la vida diaria de París durante buena parte de los siglos XVII y XVIII. Ni menos detallar su alcance profundo en el quehacer creativo. Enumero estas carencias para afinar los límites de esta disquisición.
Solía por aquel entonces y en tal ocasión sumarse a damas, señores, cortesanos, literatos y científicos de variada envergadura, un personaje singular: el eclesiástico mundano. Su estatuto le confería una posición privilegiada para convertirse en observador de aquel entorno. Uno de ellos, el abate Gédoyn (1667-1744) fue miembro de la "Acadèmie Royale des inscriptions et Belles Lettres", tradujo a Quintiliano y publicó numerosos opúsculos. Interesa en particular un tratado acerca de la Urbanidad donde dejó testimonio y teoría de su existencia en ese medio y del cual Sainte-Beuve da cuenta en una de sus crónicas. Seguiré semejante pista sin excluir algún desvío.
La Urbanidad es palabra de raigambre latina -Urbs-, romana por antonomasia. Significa, en un primer momento, la pureza del lenguaje de la ciudad. Luego su amplitud alcanza un contorno situado más allá del modo de hablar. Tal linde pasa por las personas, se inmiscuye -diríase- en su espíritu, delinea y modela una manera de ser. Atraviesa incluso la calidad del lenguaje y del ingenio, se asienta a modo de virtud, exige una especie de bondad y así embellece el comercio de la vida. La ironía -amable- le sienta, recogida en acertada definición: la sal de la urbanidad.
La Urbanidad determina las costumbres ("les moeurs") en un sentido delicado: nadie ha de ser injuriado ni ha de predicarse en nombre de ellas. Asimismo excluye fanatismo, rigidez, cierto tipo de tristeza. Un fondo de alegría la sustenta. Las condiciones de Quintiliano, interpretadas por Gédoyn -no subrayar nada en demasía ni colmar ninguna medida; facilidad, discreción, finura concertadas y concentradas en la sonrisa- indican las razones por las cuales a fines del siglo XVII la Urbanidad es un feudo femenino. De las obras compuestas por aquellas que escribían se desprenden aspectos- soltura para tratar cualquier tema, risa disimulada en cada frase, familiaridad y condescendencia inclusive en la malicia- de análogas características. Se trata en primera y última instancia del encanto ("le charme").
La Urbanidad designa entonces un modo de ser y estar construido y pulido a lo largo de los siglos. La Urbanidad es forma elaborada y labrada por el espíritu. No es natural ni existe de una vez para siempre. Florece en épocas distintas y distantes. Se perfila y establece en la distancia que media entre la naturaleza -dominio de lo sensible- y el artificio en el cual las sensaciones adquieren nuevo relieve: se transforman en expresiones. La Urbanidad es una forma simbólica.
Esta proposición parece bien asentada y nuestro propósito, en consecuencia, ha sido alcanzado. Quisiera no obstante atender a un pasaje de Cassirer; allí, en pocas líneas, se refiere a la Mística centrada en la omisión de toda imagen, de toda configuración, de toda expresión lingüística; como si lo propio de ese tipo de conciencia religiosa consistiera -residiera- en una reiterada negación. El filósofo sostiene que en esta instancia la ausencia de forma manifiesta un dar forma peculiar.
Estamos en presencia de un paso al límite conceptual: la expresión prescinde de aquello que la sustenta sin por ello dejar de ser tal. En este caso semejante posibilidad no existe. La diferencia entre la Urbanidad y la Mística es radical. Por esencia nada las vincula. Ningún argumento puede salvar ese vacío.
¿Entonces?
Propongo volver al siglo XVII y contemplar ciertas penumbras del arte conversar. He aquí a Mlle de Launay, pluma en mano, describiendo a la Duchesse du Maine: "Nadie nunca habló con mayor justeza, nitidez, rapidez ni de manera más noble y natural. Su ingenio no echa mano ni de giro ni de figura ni de nada de todo aquello que se llama invención. Conmovida por los objetos los devuelve así como un espejo los refleja, sin añadir, sin omitir, sin cambiar nada". Todos quienes conocieron a la Duquesa notaron esa justeza en el destello.
Pertenecía a la escuela de Mme. de Maintenon cuya máxima principal en cuanto a estilo señalaba que la frase larga era un defecto. Claro está que la naturalidad, en esta circunstancia, es artificio extremado.
Sainte-Beuve adjunta el siguiente comentario: "En la Duquesa la expresión igualaba la impresión, ni más ni menos y ambas eran siempre nítidas y vivaces".
La frase: "La expresión igualaba la impresión" nos detiene e interpela. Esta característica del lenguaje de la Duquesa resulta de un método, de un técnica, verbigracia de un arte depurado. El decir -ascético- se despoja de adornos y circunloquios. Su forma estriba en dejar de lado la forma consabida. Por su propio peso se desprende la equivalencia de dos ecuaciones: artificio = ascesis y expresión = impresión.
La forma se transparenta en la ausencia de forma.
La alusión de Cassirer al misticismo se precisa. Nos parece pertinente comprenderla en este contexto diverso.
Notas y Referencias.
1. Escrito de buenas a primeras en inglés fue publicado en 1944. El año siguiente E. Ímaz dio a la imprenta su versión castellana: "Antropología Filosófica" (Ed. Fondo de Cultura Económica, México). Nuestra interpretación considera las páginas 47-49, 107-108 y 328 de esta traducción.
2. He aquí algunos títulos: "L’Histoire de Dedale" (Mémoires de L’Académie Royale, T. IX, 1736), "Vie d’Epaminondas" (ibid., T. XIV, 1743), "Réflexions sur le goût" in Recueil d’opuscules littéraires, Amsterdam, 1767, pp. 217-286.
3. C.-A. Sainte-Beuve, "Quelques portraits féminins" ed. J. Tallandier, Paris, 1927, pp. 45-66 (corresponde a la "Causerie" del Lunes 28 de Octubre 1850).
4. E. Cassirer, "Il concetto di forma simbolica", trad. Italiana d R. Lazzari, La Nuova Italia, Firenze,1992, pág. 134.
5. Sainte-Beuve, Op. Cit., pp. 82-83 ("Causerie" del Lunes 23 de Diciembre 1859).