Las emociones no tienen reglas de Protocolo.
La modernización de las monarquías imprime un nuevo carácter a sus miembros.
Las emociones no tienen reglas.
Son las princesas europeas sin antecedentes familiares nobiliarios, como la noruega Mette-Marit, la holandesa Máxima o la danesa Mary Donaldson, las que con mayor soltura expresan sus sentimientos.
Particularmente dura fue la etapa victoriana en la monarquía británica, dónde el comportamiento oficial de la propia reina Victoria y el resto de su familia y la nobleza inglesa estaban bajo vigilancia de los maestros del protocolo, los llamados "chambelanes" o mayordomos mayores de la Corte.
Esto fue muy evidente durante el año de 1861, cuando la soberana perdió, en un lapso de pocos meses, a su madre y su marido Alberto, el príncipe consorte. En ese periodo, Victoria no se permitió derramar una sola lágrima en público.
Antes bien, se impuso un rígido luto y nunca volvió a abandonar el color negro en su vestimenta. En aquellos años el imperio británico vivía fuertes cambios políticos y sociales (debidos a la revolución industrial) que exigían una figura monárquica muy sólida.
La modernización de las monarquías imprime un nuevo carácter a sus miembros.
El Reino Unido sigue siendo el que se apega a un protocolo más rígido. Tras la trágica muerte de Lady Di, la reina Isabel se permitió una inclinación de cabeza ante el féretro como única muestra de dolor. Sólo entonces, el resto de su familia hizo lo propio en aquel día aciago del funeral de Diana, seguido por las televisiones y medios de comunicación de todo el mundo.
Sin embargo, los países árabes resultan, actualmente, los más apegados a protocolos centenarios. Muchos reyes y príncipes árabes saludan a mujeres extranjeras de alta jerarquía sin tocarlas ni mirarlas. Colores como el amarillo están prohibidos en aquellas cortes por su significado fatalista y la normatividad respecto a la comida es extremadamente sofisticada.
Prohibido fotografiar a los reyes cuando comen.
En la actualidad, el protocolo incide en los almuerzos y cenas de los monarcas, pues prohíbe fotografiar a las familias reales comiendo o bebiendo. Por ello, en los banquetes oficiales de gala, únicamente se permiten imágenes de los brindis.
No obstante, en los momentos privados, sobre todo en las monarquías escandinavas, se ha podido ver alguna instantánea de sus jóvenes herederos consumiendo algún alimento o bebida, aunque no suele ser habitual.
Las normas de protocolo que rigen hoy en las casas reales europeas se centran en cómo se debe actuar de anfitrión perfecto, ante las visitas de estado o las audiencias oficiales.
La manera de conversar o hablar, siempre manteniendo una especial distancia, el comportamiento en los actos oficiales que exigen de cierta etiqueta, las fórmulas de cortesía con otros mandatarios o en visitas públicas, la conducta en los actos de gala, y el vestuario apropiado, completan estas pautas reales.
Aunque, justo es decir que en la actualidad, el protocolo no es ni sombra de lo que fue. Princesas europeas sin antecedentes familiares nobiliarios, como la noruega Mette-Marit, la holandesa Máxima Zorreguieta o la danesa Mary Donaldson, expresan con soltura sus sentimientos y emociones con sus respectivos hijos, o a la hora de practicar deportes con sus esposos.
Nuevos tiempos llegan a una institución tan antigua y venerada como la monarquía, y lejos quedan las normas entre los señores y sus vasallos. De no ser así, el campeón de ciclismo canadiense Louis Garneau hubiera sido sometido por la guardia de la reina Isabel durante una visita de ésta a Canadá.
Resulta que, tras las actividades oficiales, el deportista le pidió a la reina que le permitiera tomarse una foto con ella. Isabel II accedió, Garneau le dio la cámara a su esposa y cuando ella estuvo lista, él pasó el brazo por los hombros de la soberana. Desconcertada por un instante, la reina recobró el aplomo y sonrió a la cámara. Los asistentes, tensos, esperaron inútilmente una señal para actuar contra el confianzudo súbdito.