El tratamiento de las Casas Reales en el exilio y la diplomacia.

Las autoridades griegas observan con aprensión algunos privilegios y el trato general que el ex rey Constantino recibe en España.

 

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Casas Reales en el exilio. Su tratamiento.

El respeto a la voluntad soberana de los países que depusieron a sus monarcas exige no otorgarles honores de Estado porque como tales no los tienen. La protesta iraní por la forma en que fue tratada la familia del Shah en la Boda de S.A.R. el Príncipe no es un incidente aislado.

Las autoridades griegas observan con aprensión algunos privilegios y el trato general que el ex rey Constantino recibe en España. El Gobierno griego no le permite usar el apelativo de Grecia y sólo reconoce civilmente su apellido personal Gluecksburg-Sonderburg, de la casa Schleswig-Holstein.

Fernando Ramos Doctor en Ciencias de la Información Asesor de la OICP.

Se debe diferenciar lo que es protocolo de Estado y lo que es protocolo de la Casa Real en cuanto al tratamiento que ésta dispense a personas a las que, desde la propia institución monárquica se considera sus iguales -reinen o no- y hacia quienes se reserva una determinada consideración, incluso cuando se hallan en el exilio o el infortunio.

Tras el incidente con el Gobierno de Irán, por el tratamiento dado en la boda del Príncipe de Asturias a la familia del depuesto Shah, el Gobierno español tomó nota de la advertencia. Se precisó que la boda del Príncipe de Asturias era, en este sentido, un acontecimiento de carácter privado de la familia real, quien podía invitar a quien quisiera, del mismo modo que en los actos de Estado es el gobierno español quien directamente decide lo que cree conveniente en cada caso a los intereses de España.

El incidente diplomático entre la República de Irán y el Reino de España, a propósito del tratamiento recibido en España por la familia del depuesto Sha por parte de la Casa Real española, con ocasión de la boda de S.A.R. el Príncipe de Asturias con Doña Letizia Ortiz -aunque resuelto felizmente-, ha vuelto a poner de manifiesto la necesidad de armonizar determinados usos de trato y relación entre Casas reinantes y no reinante en el ámbito de sus relaciones privadas o familiares, y el interés del Estado y, sobre todo, como subraya el embajador y ex jefe de Protocolo del Estado, Tomás Chavarri de Rivero, el deber de tener siempre presente el respeto a la soberanía nacional de las naciones con las que España mantiene cordiales relaciones. Un excesivo tratamiento a una persona que no ostenta la representación pública de un país o una organización, un gesto de cortesía privado, no adecuadamente ponderado, pueden suponer, dado el carácter simbólico del Protocolo y el Ceremonial Públicos, un error de diplomacia que coloque al Estado español ante innecesarios problemas, tal y como reconoce el embajador Chavarri y ocurre con repetida frecuencia.

Se debe diferenciar con toda claridad lo que es protocolo de Estado y lo que es protocolo de la Casa Real en cuanto al tratamiento que ésta dispense a personas a las que, desde la propia institución monárquica se considera sus iguales -reinen o no- y hacia quienes se reserva una determinada consideración, incluso cuando se hallan en el exilio o el infortunio.

Pero ello no debe evitar, por ejemplo, que a las autoridades de determinados países consideran inconveniente que en actos públicos, se otorgue valencia y honores de rey, reina o príncipes a personas de países que son consolidadas repúblicas por voluntad soberana. Sin duda por proximidad, es Grecia el país donde más evidente resulta este fenómeno y que sus autoridades estimen improcedente, por ejemplo, que la Casa Real Española siga llamando al depuesto Rey "Su Majestad Constantino de Grecia, Rey de los Helenos", mientras que Francia, Alemania, Austria, Italia o Portugal no otorguen la menor importancia a lo que se considera una cuestión irrelevante el trato que en determinados actos -y en determinadas revistas- se otorgue a personajes a quienes nadie, fuera de este ámbito, reconoce como lo que pretenden ser: pretendientes, aspirantes a inexistentes tronos... En el caso de Constantino interviene otro factor comprensible, la proximidad con la familia real.

No ocurre lo mismo, sin embargo, con otros países. Como consecuencia del tratamiento recibido por Farah Diba y su familia, el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Kamal Jarrazi, aplazó la reunión prevista con su homólogo español, Miguel Ángel Moratinos, en protesta por la invitación de la viuda y del hijo del Sha a la boda del Príncipe de Asturias, a quienes se otorgó respectivamente los tratamientos de Su Majestad Imperial Reza Palhlavi, Shah del Irán y Su Alteza Imperial Farah Pahlavi, Shahbanou Farah de Irán. Ambos habían invitados al enlace junto a representantes de una treintena de casas reales de todo el mundo.

Con relación al incidente, el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores iraní, Hamid Reza Asefi, declaró que se había cursado la protesta porque invitar a estos individuos, que fueron desterrados por el pueblo iraní, no fue un gesto conveniente. Estos individuos no sólo no tienen lugar entre nuestro pueblo, sino tampoco entre otros pueblos del mundo, y los españoles se darán cuenta de que no representan a nadie en estas ceremonias.

El Gobierno español, según el Palacio de Santa Cruz, tomó nota de la advertencia, pero no hubo más comentarios. No obstante, una fuente cercana al mismo precisó que la boda del Príncipe de Asturias era, en este sentido, un acontecimiento de carácter privado de la familia real, quien podía invitar a quien quisiera, del mismo modo que en los actos de Estado es el gobierno español quien directamente decide lo que cree conveniente en cada caso a los intereses de España.

El disgusto de las autoridades griegas.

Este incidente sigue a las repetidas suspicacias de las autoridades griegas con relación al tratamiento y privilegios de Estado de que sigue disfrutando en sus visitas y estancias a España el ex rey Constantino de Grecia, a quien las autoridades de aquella república no permiten el uso de tal apelativo, advirtiéndole, para extenderle pasaporte de ciudadano griego que debe utilizar su apellido personal.

Este hecho tiene mayor importancia de lo que parece y trasciende a los propios problemas personales del depuesto monarca griego con el gobierno de su país. El uso del apelativo "de Grecia" por parte de la familia del ex Rey se extiende obviamente a todos sus miembros, como reconocen los más autorizados especialistas y alcanza a S.M. la Reina Sofía y a su Alteza Real el Príncipe de Asturias.

En este sentido, las autoridades griegas, que siempre han tratado con especial deferencia y consideración a Doña Sofía, han advertido que el tratamiento que se le dispensa en su visita a Grecia corresponde a la esposa del jefe de Estado de un país amigo, pero en modo alguno -lo mismo que ocurre con el ex rey Constantino- porque el Estado griego le reconozca, en el fuero personal, privilegio alguno fuera del que otorgaría, como ciudadana de origen griego, a cualquier otro ciudadano de este país.

Parece claro que conviene diferenciar entre las relaciones privadas y particulares de las Casas Reales -reinantes o depuestas- entre sí, en el ámbito doméstico, en que unos y otros se tratan y se llaman entre sí "primos" (costumbre que extendió la reina Victoria de Inglaterra) y el hecho de que esas relaciones puedan trascender al ámbito público. El embajador Chavarri de Rivero recuerda, en este sentido, que el Estado español es riguroso -y lo ha sido siempre- por lo que se refiere a aplicar la llamada "Doctrina Estada", en cuando al reconocimiento de estados, no de regímenes, y en este sentido, se aplica el respeto más absoluto a la soberanía nacional de todos los pueblos. Dicho de otro modo, que si Constantino de Grecia y Simeón de Bulgaria no son reyes en sus países de origen, aquí no se les pueden otorgar, honores, tratamiento ni privilegios como si lo fueran.

Pero el matiz radica en que no se hace en un acto de Estado propiamente, sino en un acontecimiento privado, aunque público y trascendente, de carácter familiar, pese a que se hayan invitado a numerosas representaciones oficiales y sean los contribuyentes quienes, a través del aparato y los medios del Estado, dispuestos a tal fin, sean quienes sufragan el costo de la boda.

La ausencia y el trato a Simeón de Bulgaria.

El ex rey Simeón de Bulgaria, ahora primer ministro de su país, es un notable ejemplo de aceptación personal de su propio estatus civil. Simeón ha asumido con naturalidad los apellidos de su familia "de Sajonia Coburgo" y jurado la constitución republicana de su país con indudable lealtad. Precisamente, para evitar una incómoda situación a las autoridades españolas y a sí mismo no acudió a la boda del Príncipe de Asturias, siendo representado por sus hijos. Caso de haberse personado en Madrid, se hubiera producido una delicada paradoja, como reconoce el ex jefe de Protocolo del Estado, embajador Tomás Chávarri de Rivero.

Por un lado, conforme el protocolo de la Casa Real española, Simeón de Bulgaria debería haber sido colocado junto a las casas reales no reinantes. Pero, al mismo tiempo, en función del protocolo de Estado, debería haber recibido el trato de un jefe de gobierno extranjero y ubicado en otro lugar con sus iguales. En este caso, el problema ya no era una situación de ubicación, ya que el simbolismo de una u otra posición habría emergido de manera comprometedora: al colocarse entre las casas reinantes, entre los pretendientes a recuperar el trono perdido, el primer ministro republicano de Bulgaria estaría cometiendo un acto de deslealtad con el Estado y la Constitución de su país. Pero, el jefe de la Casa Real de Bulgaria, al colocarse entre los jefes de gobierno, abandonaría, a su vez, a sus "iguales" y la encarnación simbólica de una institución de la que sigue siendo cabeza. No cabía una solución ecléctica. Lo mejor fue no venir y estar representado por sus hijos. El problema, en este caso, no se hubiera producido en España, sino en su propio país.

Simeón acudió a Madrid en septiembre pasado, para recibir el título de hijo predilecto de la ciudad que lo acogió durante décadas, siendo nombrado por sus apellidos civiles por las autoridades españolas, sin apelativo alguno de carácter monárquico. El breve ex rey se desenvolvió en este acto con sencilla naturalidad.

Caso bien distinto es el del ex rey Constantino de Grecia. La monarquía fue abolida en este país, mediante referéndum, en 1974, tras una dictadura militar que duró siete años. Al ex jefe de Estado, de 64 años, arrastra su colaboración con la dictadura de los coroneles durante sus primeros nueve meses, antes de exiliarse, con 24 años, en Londres. Estuvo largos años sin poder pisar su país, y el gobierno socialista de Andreas Papandreou se negó a renovarle el pasaporte. Además, ganó el pleito contra su pueblo, en reclamación de los bienes personales de su familia, incautados por el Estado.

El gobierno y el pueblo griego han sido, caso corteses, pero fríos, e indiferentes con la reciente visita a Grecia de la Reina Sofía, con ocasión de los Juegos Olímpicos de Atenas, acompañada de su hermana soltera Irene. La prensa griega informó de su presencia, pero sin comentarios críticos ni favorables. "Eleftherotypia", uno de los periódicos más importantes, se burló en cambio de la negativa de Constantino a ponerse un apellido, requisito inevitable para recibir un pasaporte griego. El ex rey había sido invitado como miembro honorario del COI de acuerdo con el protocolo de la presidencia, explicó a los periodistas un portavoz del mismo.

La delicada cuestión del apellido.

"Llega la hermana de Constantino-Constantino, escribió el periódico citado. El rey destronado obtuvo hace un año un pasaporte danés, la nacionalidad de su esposa. Ha venido reclamando un pasaporte griego. "Soy griego", insiste, pero cuando se le pide que inscriba su nombre afirma: "Soy Constantino de Grecia y eso es todo". Nunca obtuvo el pasaporte griego, aunque en su documento danés figura como "Constantino Degrezia", una forma de salirse con la suya. Su apellido real es Gluecksburg- Sonderburg, de la casa Schleswig-Holstein. El empeño del ex rey provoca la ira de las autoridades de su país y contribuye a su impopularidad. Lo llaman despectivamente el señor "Gluecksburg", recordando que encarna el recuerdo de una dinastía extraña, impuesta a Grecia en el pasado por las potencias extranjeras.

En función del respeto que el Estado español debe a la soberanía del pueblo griego, éste es -como ha hecho Simeón de Sajonia Coburgo- el apellido que, con la misma naturalidad que Borbón, deberían asumir la reina y el propio Príncipe de Asturias. "Si se insiste en seguir usando el apelativo "de Grecia", antes o después habrá problemas con la república helena", entiende la diplomacia española.

El argumento es incontestable: Si el gobierno griego no reconoce ni permite al ex rey Constantino que se denomine "de Grecia" es evidente que esta prohibición se extiende al resto de los miembros de su familia (hermanas, hijos, nietos, sobrinos) y alcance, por tanto al propio Príncipe de Asturias. Sería incongruente que el Gobierno griego no permitiera usar el apelativo "de Grecia" a Constantino e ignorara que lo usen otros de sus familiares. Aunque este aspecto nunca se ha abordado en España, antes o después, si el Príncipe de Asturias llega a ceñir algún día la corona, esta cuestión tendrá que ser abordada por respeto a la soberanía del pueblo griego. Cierto que el que uno se llame a sí mismo de uno u otro modo poco importa, salvo cuando se hace pública y oficialmente, ejerciendo un derecho que las autoridades soberanas de un país han denegado, y con el que España mantiene cordiales relaciones como miembros de la Unión Europea.

Por otro lado, no es la primera vez que la presencia de Constantino crea graves problemas al país anfitrión y a Grecia en unos juegos olímpicos. En los de Atlanta se produjo otro grave incidente diplomático. Ocurrió en la localidad de Savannah Bay al pie del podio de la plancha de vela, cuando el locutor anunció que la medalla de oro sería entregada al vencedor, el griego Kaklamanakis por un compatriota, "Su Majestad el rey Constantino de Grecia". Los sentimientos republicanos y el sentido de la jerarquía provocaron la ira de los dos miembros griegos del Comité Olímpico Internacional. La falta de tacto del COI, entonces presidido por el español José Antonio Samarach fue evidente.

En los recientes juegos de Atenas no se publicó fotografía alguna de Constantino en la prensa griega. Desde que la República Helénica abolió por plebiscito los privilegios regios, el heredero destronado no sólo se ha convertido en el señor Glücksburg, ciudadano danés, sino que es, además, Kokós. Algo así como Constantinillo, apodo con el que el pueblo griego demuestra su escaso cariño por el hermano de la Reina Sofía. El ex rey intentó en 1993 hacerse popular y promover la causa monárquica, recorriendo el país, como si de un monarca en ejercicio se tratase. Su injerencia en los asuntos políticos fue tan grave que el presidente del gobierno conservador de entonces, Constantin Mitsotakis, tuvo que llamarle públicamente la atención e interrumpir la espectacular tournée regia.

El pueblo interpretó aquella gira como un desprecio a la decisión popular que había extirpado a través de las urnas la corona de su vida política. El ejemplo del ex rey Simeón Y mientras el ex rey Constantino se empeña en no aceptar el estatus de ciudadano de su país y a inscribirse en el Registro Civil con su apellido familiar, el ex rey Simeón de Bulgaria es un ejemplo de pragmatismo y sentido común. Ya no se llama Simeón de Bulgaria. Ahora su nombre completo es Simeon Borisov Sakskoburggotski, como transliteración latinizada de la forma búlgara; en la forma castellana, Simeón Borisov Sajonia-Coburgo y Gotha.

En unas declaraciones a La Vanguardia, el 10 de julio de 1999, el ahora primer ministro búlgaro afirmaba: "Un rey sin corona es una figura entre patética y grotesca, pero es un oficio de por vida. Sé que no debo nada a nadie y eso es un sosiego, pero desde niño me inculcaron el amor hacia mi patria. Desde aquí trabajo por mi país y creo que soy útil. Pero acabo de cumplir 62 años, y volver no es una opción que pueda tentar a un ser racional como yo. Lo haría si así lo quisiera la mayoría porque es mi deber. Para mis hijos, el sucederme únicamente lo contemplaría si yo estuviera reinando".

El caso de los Saboya.

Como se sabe, los primos Víctor Manuel de Saboya y Amadeo de Aosta, ambos sesentones, descendentes de la familia real de Italia y viejos enemigos íntimos, protagonizaron un incidente insólito en el Palacio de los Reyes de España el pasado 22 de mayo con una pelea a puñetazos, según trascendió ampliamente. Nunca se ha explicado el problema de fondo que subyace en esta cuestión, y que tiene que ver precisamente con el hecho de que, para poder entrar en Italia como simples ciudadanos, los Saboya hayan tenido que jurar la Constitución republicana.

Con definiciones como "reyerta real" y "Víctor Manuel deja K.O. a Amadeo" el diario L'Espresso explicó así lo ocurrido: "En la cena, dada en la Zarzuela tras el enlace del Príncipe Felipe y Letizia Ortiz, Víctor Manuel de Saboya asestó un golpe en la cara de su primo, Amadeo de Aosta. Éste se tambaleó y fue socorrido en seguida por un 'sheik' egipcio que le aplicó hielo sobre el moratón". Durante la ceremonia de la boda, Víctor Manuel, que había acudido con su esposa Marina Doria, su hijo Manuel Filiberto y la cuñada Clotilde Coureau, en ningún momento había coincidido con Amadeo de Saboya, acompañado a su vez por su mujer Silvia y su hijo Aimone.

Los medios de comunicación italianos reflejaron con todo detalle que, al final de la cena privada, organizada para unos 50 invitados de sangre azul por la Casa Real española en la Zarzuela, Amadeo se acercó a Víctor Manuel, dándole una palmadita amigable en la espalda con las palabras: "Hola, Víctor. Nos vemos". Según otra versión, los dos se cruzaron por casualidad a la salida y Amadeo quiso estrecharle la mano a su pariente. De todas formas, Víctor Manuel se sintió provocado y respondió con un contundente guantazo en la cara de Amadeo. La escena fue solucionada por Marina Doria, que condujo fuera a su marido y volvió a excusarse con el Duque de Aosta. Según el diario "El Mundo", el propio Don Juan Carlos mostró su malestar ante el incidente exclamando "¡Nunca más!."

La reforma constitucional que autoriza a los varones de la familia Saboya a poder residir en Italia sólo les garantiza que lo hagan como simples ciudadanos y no como reyes. No pueden usar sus títulos de nobleza en público. Tampoco podrán recuperar las propiedades de la corona confiscadas en 1946. Y tienen prohibido ocupar cargos públicos. Los Saboya tuvieron que declarar "fidelidad a la Constitución republicana", para concretar su vuelta. Algo a lo que se habían negado anteriormente. Aunque este hecho les abrió la puerta a Italia, les cerró otras. Sus más fieles partidarios reaccionaron desilusionados. El secretario de la Unión Monárquica Italiana (UMI), Sergio Boschiero, declaró que "el juramento republicano es innecesario e indebido" y representa una renuncia a cualquier rol dinástico. Los reyes nunca abdican ni deben usar la palabra república". El gesto de Víctor Manuel provocó que los partidarios de la corona volvieran los ojos hacia su primo, el príncipe Amadeo de Saboya, duque de Aosta, como el posible sucesor del inexistente trono. He ahí, para muchos, la razón del insólito puñetazo.

Para los monárquicos, ésta podría ser una opción más segura, ya que la reputación del heredero al trono tiene ciertos episodios oscuros. Víctor Manuel fue acusado de asesinato en Francia. Se encontraba navegando cuando una embarcación se le acercó. El heredero de la corona sacó un arma y disparó, tras lo cual un joven alemán de 16 años resultó muerto. Se celebró un juicio, pero ninguna pena recayó sobre el violento príncipe. La frase lapidaria con que el Rey Juan Carlos rubricó su comportamiento encierra el mejor remedio contra quien, pese a su linaje, no sabe comportarse con la educación y el respeto de cualquier simple ciudadano.